DIOS QUIERE UNA NACIÓN DIFERENTE

| 17 diciembre, 2012

El Pastor Emilio Monti trae a nuestra memoria el mensaje dado en la segunda Concentración del Pueblo Evangélico Unido en el Obelisco de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina, realizada el 15 de setiembre de 2001.
Dicha concentración superó los 400 mil corncurrentes.
Volver a leer y reflexionar en aquel mensaje es fundamental para la Iglesia hoy…

Hermanos y hermanas, habitantes de nuestra nación.

Como cristianos evangélicos hemos arribado desde todos los rincones de nuestro país para honrar a Dios, dar testimonio de nuestra fe y compartir este mensaje: Dios quiere una nación diferente.

Cantamos y celebramos, en medio de las dificultades presentes, porque nos resistimos a dejar que el dolor y la desesperanza nos desanimen. Como dice el profeta: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos; aunque falte el producto del olivo, y los campos no produzcan alimentos, ni haya ganado en los corrales; aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador!” (Habacuc 3.17-18)

Oramos e intercedemos delante de Dios, clamando por nuestra nación, porque la Biblia dice: “Si se humillare mi pueblo y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. (2 Crónicas 7.14)

La situación que afrontamos desde hace mucho tiempo, hoy particularmente agravada, no es fruto de un destino adverso, sino la consecuencia de haber hecho lo que no debíamos, dejado de hacer lo que debíamos y tolerado lo intolerable.

Como sociedad y frente a Dios, debemos reconocer que hemos valorado más a los astutos que a los honestos y preferido el facilismo y la especulación. Hemos desplazado el valor del ser humano del centro de las decisiones económicas y políticas. Sería injusto, sin embargo, responsabilizar a todos por igual. Hay quienes usando su poder político o económico han institucionalizado la injusticia y la impunidad y han saqueado nuestros recursos. Se sigue sacrificando niños y ancianos, futuro y esperanza, en el altar del ídolo insaciable del dinero y la usura. Las consecuencias de este pecado están a la vista: una sociedad en la que se multiplican pobres y excluidos.

La familia, base de toda sociedad, está seriamente amenazada por una cultura que pone en primer lugar el placer y el consumismo. Se destruyen así los estilos de vida que valoran lo familiar y comunitario, cediendo al egoísmo y claudicando en la transmisión de valores espirituales. La escasez de recursos y la falta de trabajo agregan una pesada carga que afecta los vínculos familiares. La desprotección en que se encuentran muchos de los niños, mujeres, jóvenes y ancianos, es el más claro ejemplo de una realidad que nos avergüenza a todos.

Como nación nos hemos alejado de Dios y hemos dejado de lado sus propósitos de bienestar y justicia para todos. Es tiempo de arrepentirnos.

Hoy más que nunca debemos plantearnos seria y profundamente qué clase de sociedad queremos ser, qué clase de país queremos construir. No es verdad que el camino que transitamos como nación sea el único. Otra Argentina es posible. Sabemos por nuestra fe, con absoluta certidumbre, que la transformación de las personas, de las familias y de la sociedad es posible por la gracia y fortaleza que vienen de Dios. A él respondemos en obediencia.

Hermanas y hermanos de nuestra amada Argentina, con la humildad de quienes nos sentimos juntamente responsables, invitamos a todos a la construcción de una sociedad diferente, fundada y sostenida en los principios de la paz, justicia y solidaridad. Nos motiva la esperanza de ver nacer a una nueva Argentina.

Jesús con su ejemplo nos muestra el camino.

Nuestro modelo es Jesucristo. Él nos da la paz y bendice a los pacificadores. Nos estremece la violencia de las armas, del hambre, de la pobreza y de la desocupación. La guerra con sus secuelas de muerte ha irrumpido brutalmente a escala global en estos días. Asistimos perplejos a las consecuencias de lo que hemos sembrado. Sin justicia ni verdad no hay paz. La violencia no se vence con más violencia. Jesús dijo: “Bienaventurados los pacificadores”. El nos convoca a orar y trabajar por la paz.

Nuestro modelo es Jesucristo. Su amor nos llama a la solidaridad. Como pueblo cristiano evangélico, heredero de una rica historia de ayuda al prójimo, reconocemos que hoy más que nunca debemos multiplicar los esfuerzos solidarios. Invitamos a todos, sin distinción, a sumarnos detrás del único objetivo de servir al prójimo. Animamos a la iglesia a poner sus recursos humanos y materiales en favor de los necesitados. Es tiempo de dejar todo tipo de egoísmo, inspirados en Jesús, quien “siendo rico se hizo pobre”. Es tiempo de que nuestras acciones hablen tan fuerte como nuestras palabras.

Nuestro modelo es Jesucristo. Él se hizo hombre para restaurar la dignidad del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Él nos enseña que debemos vivir para el prójimo y estar al lado del débil y del que sufre. Dios quiere una sociedad en la que todas las personas con su trabajo se asocien a su obra creadora. Una sociedad en la que reine la justicia, no haya que mendigar el derecho y la dignidad humana sea el valor fundamental de las relaciones sociales.

Nuestro modelo es Jesucristo. Su justicia demanda una igualdad sin discriminaciones ni exclusiones. Igualdad que debe estar presente explícita e implícitamente en nuestras leyes. Igualdad en el acceso a la educación y la salud. Igualdad en los esfuerzos económicos y en la distribución de la riqueza. Igualdad en el reconocimiento de los derechos de los primeros pueblos que habitaron estas tierras, y en el trato con los inmigrantes que llegan a nuestro suelo. Porque estamos en contra de toda discriminación es que queremos para nuestro país igualdad religiosa.

Porque nuestro modelo es Jesucristo sabemos que una nación diferente solo es posible si nos arrepentimos de nuestros malos caminos y vivimos de la manera que agrada a Dios.

Escuchemos lo que él nos dice en su Palabra:

Cambien de conducta y renueven la actitud de su mente.

Dejen la mentira y hablen al prójimo con la verdad.

No pequen permaneciendo enojados.

El que roba, que no robe más.

Trabajen honradamente y compartan con los necesitados.

Abandonen toda amargura, ira y enojo.

Sean bondadosos y compasivos.

Perdónense mutuamente.

(Efesios 4.23-26, 28, 31-32)

Vivan en armonía los unos con los otros.

No sean arrogantes, sino háganse solidarios con los humildes.

No se crean los únicos que saben.

No paguen a nadie mal por mal.

No se dejen vencer por el mal; al contrario, venzan el mal con el bien.

(Romanos 12.16-17, 21)

Como lo hicimos hace dos años en nuestro Mensaje a la nación Argentina, convocamos a la conversión, al trabajo solidario, al compromiso y a la esperanza. Dios, en su gran amor, se propuso bendecir a todas las familias de la tierra. Para ello envió a Jesucristo quien murió en la cruz para salvarnos y resucitó para darnos vida nueva. Jesús tiene todo poder en el cielo y en la tierra.

A él oramos:

Señor Jesucristo, queremos que nuestra nación cambie, creemos que por el poder de tu Espíritu nuestra nación puede ser transformada y consagramos nuestro trabajo en la construcción de una nación diferente. Para la gloria de Dios. AMEN

 

 

Emilio Monti
Pastor metodista.
Licenciado en Teología.
Profesor de Filosofía y Pedagogía.
Doctorando en Ciencias Humanas y Arte.
Profesor Emérito del Instituto Universitario ISEDET
Ex Decano y Profesor de Teología Práctica del Instituto Universitario ISEDET
Ex Profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora
Capellán y Vicerrector de la Universidad del Centro Educativo Latinoamericano de Rosario (UCEL).
Trabajó activamente en ayudo a Refugiados (CAREF) y en defensa de los Derechos Humanos
(MEDH) y en la acción ecuménica (FAIE)
Integró a nombre de las iglesias evangélicas el Consejo Nacional de Políticas Sociales del
Gobierno de la Nación.

 

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Categoria: Archivo Documental, Edición 1 | LA ORACIÓN, entrega 7, TESTIMONIOS E HISTORIA

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