COLIHUINCA NAVARRO

| 7 enero, 2013

Pero en un momento reformulaba la pregunta y, obviando la palabra hermano, preguntaba “¿Y cuántos espiritistas hay aquí en esta noche?”. Los practicantes del espiritismo también levantaban la mano esperando la salutación y entonces Don Colihuinca, con toda la autoridad espiritual que el Señor le había otorgado, decía: “Así te quería agarrar Satanás. Tráiganme a todos esos que levantaron la mano”. De más está decir que la batalla espiritual que se generaba era apoteótica y Dios liberaba personas endemoniadas en cantidades, tras lo cual, una vez generado ese ambiente de libertad espiritual y señorío de Cristo, continuaba con el culto.

Habitualmente su presentación al empezar a predicar, invariablemente en iglesias pentecostales, solía ser más o menos así: “¿Cuántos hermanos bautistas hay en esta noche?”, los hermanos bautistas de visita levantaban la mano y él entonces les daba una palabra de bienvenida, recalcando la hermandad que tenemos todos los evangélicos. Luego preguntaba “¿Y cuántos hermanos metodistas hay aquí?” y nuevamente la salutación. Seguía con algunas menciones más a otras denominaciones no pentecostales siempre con la misma tónica de llamarlos hermanos y decirles que estaban en su casa.

Pero en un momento reformulaba la pregunta y, obviando la palabra hermano, preguntaba “¿Y cuántos espiritistas hay aquí en esta noche?”. Los practicantes del espiritismo también levantaban la mano esperando la salutación y entonces Don Colihuinca, con toda la autoridad espiritual que el Señor le había otorgado, decía: “Así te quería agarrar Satanás. Tráiganme a todos esos que levantaron la mano”. De más está decir que la batalla espiritual que se generaba era apoteótica y Dios liberaba personas endemoniadas en cantidades, tras lo cual, una vez generado ese ambiente de libertad espiritual y señorío de Cristo, continuaba con el culto.

Allí no había preparación previa en cuanto a la alabanza ni programación de actividades especiales. Simplemente el poder de la Sangre de Cristo se manifestaba de una manera real.

Don Colihuinca Navarro era aborigen, mapuche, oriundo del sur de Chile, aunque la mayor parte de su ministerio la desarrolló en Argentina. No sabía leer ni escribir y su mensaje era de lo más elemental que se pudiera oír, pero finalmente ¿quién quería escuchar su prédica?, si había una manifestación sobrenatural del poder de Dios impresionante.

Es importante aclarar que esto no va en desmedro de la necesaria predicación del evangelio, cuya exposición es la que trae luz a los perdidos. Me refiero al caso específico de este hombre cuya capacidad y conocimiento no le permitían expresarse de una manera profunda, pero indudablemente el Espíritu Santo había puesto sobre él dones maravillosos que al accionarse por medio de la fe dejaban, como en el Libro de los Hechos, atónitas a las personas que estaban presentes.

Lo conocí hace casi 50 años y nunca más volví a ver algo similar. Recuerdo estar en la Iglesia de Ciudadela, donde mi abuelo pastoreaba, que tenía tres hileras de bancos y, obvio está, dos pasillos. Un día había cinco paralíticos a quienes el Señor había sanado, corriendo dando vueltas por esos pasillos mientras él predicaba, ¿predicaba?, y… no sé. La gente saludaba a quienes habían dejado la silla de ruedas, ni hablar del llanto feliz de las esposas o madres viéndolos correr y Colihuinca parándolos cuando pasaban en su circuito por delante de la plataforma para saludarlos.

Yo era niño y hasta entonces había sufrido de sinusitis, eran muchos los dolores de cabeza que debía soportar. En el primer culto de su ministerio en que estuve el Señor me sanó y nunca más en estos casi 50 años volví a tener un cuadro de esa enfermedad.

Por aquel entonces lo acompañaba un misionero sueco apellidado Johnson. El leía La Biblia para que Colihuinca pudiera explicarla; mientras lo hacía, solía quitarse su poncho indio, hacía un bollo con él y se lo tiraba a alguna persona, quien sea que recibiera el golpe del predicador mapuche, a quien no le faltaba una buena puntería por cierto, quedaba sano instantáneamente de la enfermedad que tuviera.

Recuerdo al “tío Beto”, siempre en todas las Iglesias hay un “tío” o una “tía” que no lo son de nadie pero a la vez lo son de todos, ese era el Beto de este testimonio. El tenía toda su piel enferma y llena de llagas, Colihuinca le tiró con el poncho, él fue al baño, se sacó la ropa y tenía la piel perfecta, completamente sana.

Hubo un caso impactante que demostró como el poder de Dios se manifestaba a través de Colihuinca Navarro. Viajaba en tren por la Patagonia y un joven, que tenía a su madre enferma de cáncer y en un estado casi terminal, cruzó troncos en las vías del tren para detenerlo. Lo logró, como en las viejas películas del lejano oeste. El muchacho subió al tren y habló con el predicador insistiéndole en que bajara y fuera a orar por su madre, a lo que el evangelista se negó porque tenía un destino donde lo esperaban en una campaña. El muchacho, impotente, forcejeó con él para llevarlo por la fuerza y, en ese tira y afloje, le arrancó un botón. Fue a su casa y lo puso sobre su madre, cuando ella hubo tocado ese botón quedó sana instantáneamente.

Fue conocido también el caso cuando teniendo más de 90 años y viviendo temporalmente en la ciudad de Dolores, un pastor de Buenos Aires envió unos jóvenes de su Iglesia para invitarlo a venir, cuando llegaron y encontraron la casa trataron de explicarle el motivo de su visita y la invitación, Colihuinca les dijo: “esperen un poco”, entró en la casa y de atrás de la puerta sacó una valija ya preparada, se dirigió al auto diciendo: “Dios me había dicho que hoy me vendrían a buscar”.

No fue mucho lo que pudo enseñar en palabras, no era un instruido para eso, como se dijo no sabía leer ni escribir. Sin embargo dejó una enseñanza que hoy cobra una importancia notable: a pesar que su ministerio recibió muchísimas donaciones de todo tipo y valor, sin embargo él nunca tomó nada para sí, hubo etapas en que no tenía donde estar y muchas veces lograba saciar su hambre orando para que Dios le proveyera comida de manera milagrosa, cosa que inevitablemente sucedía.

Colihuinca Navarro fue un evangelista de fe, a través de la misma Dios hizo incontables milagros, pero el aplicó a su vida esa fe, aprendiendo a vivir a diario dependiendo de la provisión de Dios.

Todo un ejemplo y desafío para nosotros.

 

Rodolfo Polignano
Pastor en el barrio de Colegiales de la Ciudad de Buenos Aires
Unión de las Asambleas de Dios
Profesor del Instituto Bíblico Río de la Plata durante 30 años
Escritor y maestro se especializa en Homilética
Bajo su ministerio pastoral se levantaron 12 nuevas congregaciones
Sirvió muchos años como presidente de Evangelismo de la Unión de las Asambleas de Dios

 

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Categoria: Biografías, Edición 2 | Evangelismo, entrega 1

Comments (1)

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  1. jorge says:

    No tenía idea de personas con ministerios así,que buena la diversidad de dones dentro de los propósitos de Dios, los mas simples son los mas efectivos!!Gracias Fito!!