PASIÓN 1 | Experiencia personal

| 7 enero, 2013

En los 34 años que lleva sirviendo al Señor como Evangelista, Carlos Annacondia ha acumulado bastísima experiencia que le permite analizar las diferentes etapas que vivió la Iglesia en estas tres últimas décadas y avizorar el futuro de la evangelización en nuestra tierra.
El “Evangelista desde el día que se convirtió”, como él mismo se define, nos narra experiencias claves de sus vivencias y analiza la realidad eclesiástica de cara al gran desafío que tenemos por delante, resumiendo en una palabra todo lo necesario para cumplirla: PASIÓN.
Por lo extenso de esta nota imperdible, la misma será publicada en tres entregas semanales, a partir de este lunes.

 EL LLAMADO

Creo que cuando alguien recibe a quien le cambia la vida, su primer deseo es que otros conozcan esa verdad, el anhelo de que otros puedan experimentar lo mismo que yo conocí cuando recibí a Jesús.

Cuando llevaba una semana de haber conocido a Jesús, me preguntaron: ¿Recibiste el Espíritu Santo? Respondí con otro interrogante: ¿Qué es?  Me dijeron: “Bueno, es el idioma de los ángeles para hablar con Dios”, entonces dije: “Yo quiero eso”.

Empecé a buscar a Dios intensamente, Él me había cambiado la vida, yo sabía que era real, que no era un mito ni historia antigua… Él es real. Hice lo que yo siempre le digo a los muchachos: “Buscá a Dios hasta que Dios aparezca”. En mi caso llegó después de diez o quince días de haber recibido a Jesús.

El Espíritu Santo vino sobre mi vida. Dios se manifestó y cuando estaba en el suelo, tocado por su poder, tuve una visión: un gran estadio de tres anillos lleno de gente a quienes les estaba hablando en un idioma desconocido, realmente no sabía cuál era. Esa lengua permaneció por lo menos un día y medio, casi ni podía hablar en castellano, porque pensaba en castellano pero al hablar salía esa lengua; dice la Biblia: “estas señales seguirán a los que creen…” y ocurrió como en el día de Pentecostés cuando todos comenzaron a hablar nuevas lenguas según el Espíritu les daba qué hablasen.

Esa fue mi experiencia y a partir de ese momento comenzaron a ocurrir cosas.

Puedo decir que el primer amor es la llave del comienzo de algo, pero la continuidad es mantener esa llave para recibir siempre la dirección de Aquel que un día nos llamó; porque es muy fácil olvidarnos de Dios, dejar de orar, dejar de buscar a Dios. Creo que si dejamos un día de buscar a Dios estamos comenzando a gastar la energía, la vitalidad, la gracia que Dios ha puesto sobre nosotros y cada vez va a ir en disminución. Es muy sencillo hablar del primer amor como si fuera algo del pasado; cuando yo hablaba en lenguas estaba en permanente estado de alabanza: “Gloria a Dios” y hablaba en lenguas; todos me decían: “ya se le va a pasar”, yo no entendía eso y les dije: “Perdonen pero yo quiero vivir en el primer amor hasta el último día de mi vida”, eso es lo que siento en Dios.

Vivir así no es fácil, hay que pagar un precio y es buscar a Dios todos los días de nuestra vida, buscar en las Escrituras; no digo pasarnos el día entero porque hay mucha tarea para hacer, pero el tiempo de Dios dárselo a Él, para renovar las baterías, para que siempre esa pasión pueda permanecer en nosotros, de otro modo es muy factible que cuando uno vaya creciendo en el ministerio, pueda llegar el confort porque ya tenemos la gente, la iglesia, tenemos todo… y ahora podemos entrar en reposo… Dios nos demanda: Él es Dios de todos los días, de cada instante, de los momentos difíciles y de los momentos en los cuales tenemos que darle gracias a Dios, gracias porque siempre me has ayudado, gracias porque estás conmigo, gracias por mi familia.

Quiere decir que la comunicación con Dios es lo que mantiene el avivamiento. No tiene por qué apagarse el avivamiento porque está en nosotros, en nuestros corazones.

Un corazón con avivamiento contagia a otros, y a otros, y así sucesivamente. El avivamiento nunca termina, salvo cuando entramos en reposo, cuando nos olvidamos del altar, cuando nos olvidamos de la oración y cuando dejamos de gemir por los que sufren.

COMIENZO DEL MINISTERIO

Dios puso algo en mi vida y yo sabía que eso era para la gente, por supuesto que tenía algo para decirle a los que estaban sufriendo, iba a la calle y le daba un tratado, le predicaba a cuanto se me cruzaba por mi camino. Siempre atendí mi trabajo, atendí mis actividades, atendí todo lo que era inherente a mi familia, nunca abandoné mi familia, nunca abandoné mi trabajo sino que tenía tiempo para orar y también tenía tiempo para hablarles a otros de Jesús a la primera oportunidad que se me presentaba.

Entonces miré los hospitales y dije: “Allí hay gente que necesita a Jesús…”, fui a los hospitales donde tuve experiencias tremendas. Hubo un momento en que no se podía entrar a los hospitales, eran los años ’79-’80, un tiempo muy difícil en el que el ejército estaba en todos los hospitales, y para ingresar había que tener un permiso especial. Le pedí a Dios que me hiciera invisible dado que quería orar por los enfermos… entonces entraba al hospital y nadie me detenía porque Dios sabía lo que yo iba a hacer. Iba a hablarle a la gente de Jesús. Comenzaron los milagros. Comencé a orar por los enfermos.

Primero gran parte de ellos me daba vuelta la cara, me veían con la Biblia y decían “este será un evangélico” y resulta que, cuando alguien se sanaba en la sala, después todos venían corriendo a pedir que por favor orara por ellos. Y ahí aprendí que un milagro habla más fuerte que mil discursos, porque cuando veían lo que Dios hacía, todo el mundo pedía que les ore. Entonces les decía: “¿Usted quiere recibir un milagro? Arrepiéntase, pídale perdón a Dios, reciba a Jesús en su corazón y Dios va a hacer el milagro”. Les predicaba el evangelio.

Así comenzó la historia.

Recuerdo un día, saliendo del hospital, feliz porque había gente sanada y liberada, porque también ahí, cuando estaba orando en las camas, se manifestaban. Tenía que tener mucho cuidado porque si no, me echaban, pero en aquellos días no había visitas y en el hospital estaba solo con todos los enfermos, a veces aparecía alguna enfermera. Aquel día, cuando salía del hospital, me detengo en el patio, levanto mis ojos y veo una gran cruz y en ella una imagen de Jesús colgado con la cabeza puesta en el hombro, los ojos cerrados. Me subí a mi vehículo, me fui rumbo a mi casa y pasé por el cementerio y estaba la misma cruz con un Jesús muerto colgado en el madero y de pronto siento algo dentro de mí que me dice: “Jesús no es símbolo de muerte para estar en un cementerio, Jesús no es símbolo de enfermedad para estar en un hospital. Jesús es símbolo de salud y Jesús es símbolo de vida.” Entendí claramente para qué había venido Jesús a la Tierra, para dar vida, para sanar nuestras dolencias, para transformar nuestros corazones y ese es el mensaje que a partir de ese momento implanté en mi vida.

LAS CAMPAÑAS

Comencé las campañas cuando recibí la invitación de una Iglesia. Era una iglesia de veinte o treinta personas, muy pequeña. Le respondí: “¿Por qué no juntamos dos o tres iglesias que estén cerca? Sé por la Biblia que una iglesia es bendición por uno, dos iglesias bendición por dos, tres iglesias bendición por tres, cuatro iglesias bendición por cuatro”. Logramos que se juntaran pequeñitas iglesias y alquilamos un lugar, un salón, un saloncito y ahí empecé. En aquellas reuniones comenzaron a ocurrir cosas… la gente se sanaba, se caía en la calle, obras sobrenaturales las cuales nadie podía tapar, porque eran evidentes; la gente se sanaba y se liberaba. Al siguiente día había más gente y más gente… Las iglesias me pedían que volviera otra vez la semana siguiente y así a la otra semana volvía tres días con las mismas iglesias y después llamaban otras.

Así comenzó. Llegué a predicar en un tablón arriba de tres tanques de aceite, esos grandes, pararme ahí arriba y empezar a predicar con un equipo de 100 watts, que en ese tiempo eran a válvulas. Cuando yo empecé a gritar, como grito, parecía que explotaban, que se recalentaba y los que estaban conmigo se tiraban arriba y oraban para que no se rompiera, que no se prendiera fuego el equipo.

Comencé de a poco. Un día en un lugar, otro día en otro lugar. Y de pronto me encontré con 30, me encontré con 100, me encontré con 1.000. Venían pastores pidiendo: “Hagamos una campaña acá, otra allá”. Mi respuesta siempre fue: “Miren, si se unen, yo voy”. Porque yo entendí esto: Si yo tenía algo para dar, cuantos más fuéramos mayor iba a ser la bendición. Lo entendí claramente porque la Biblia me lo decía bien claro.

Recuerdo cuando Dios me dio el permiso para salir a la calle: fue el 12 de abril de 1982. Me dijo: “A la calle”.

Ya había hecho algunas actividades, pero ese día me dijo: “Armate y a la calle”. Me ordenó leer Ezequiel 37, el capítulo que habla de los huesos secos, los muertos que resucitarán, revivirán. Eso me estaba diciendo que muchos de los muertos espirituales que estaban muertos en el delito y el pecado, a través del mensaje iban a cobrar vida y ese fue realmente el ministerio que Dios me dio hasta el día de hoy.

Creo que allí comencé un periplo donde la gente empezó a conocerme, donde la Iglesia empezó a tener alguna referencia. Al principio me decían brujo, curandero, hechicero. Lo único que puedo decirles es que JAMÁS oré por una persona si primero no aceptaba a Jesucristo. Eso lo tengo bien claro. La bendición de Dios viene sobre aquellos que realmente quieren que Cristo venga a su vida.

Ese fue siempre mi lema: “Primero reciba a Cristo y después yo voy a orar por usted”. Porque sabía que esa era la llave para que la persona reciba la bendición, no para probar a Dios, algunos habrán venido, no sé, pero a Dios no se le prueba, a Dios se le cree lo que dice. Cuando uno cree lo que dice Dios recibe lo que Dios promete. Es simple: Yo hablo de lo que dice Dios y Dios hace lo que Él promete. Si Dios es veraz va a cumplir lo que realmente me dice la Biblia.

Así empezó el ministerio: Creyendo que Jesús era fiel a lo que me había prometido…

Nota de la Codirección: La próxima semana compartiremos la segunda parte de la entrega del evangelista Carlos Annacondia. En la misma hace un pormenorizado análisis sobre el freno que se produjo en la Iglesia en la década de los ´90 y el concepto claro sobre la necesidad de buscar la persona del Espíritu Santo y no la Unción solamente. Una nota imperdible, que se complementará la siguiente semana con la tercera y última parte.

 


 

 

 

Carlos Alberto Annacondia
Nació el 12 de marzo de 1944, en la ciudad de Quilmes, Provincia de Buenos Aires.
En 1970 contrajo matrimonio con María Luján Revagliatti conformando una familia con 9 hijos y 14 nietos.
Conoció al Señor el 19 de mayo de 1979 en San Justo, provincia de Buenos, en una Cruzada Evangelística con el Rev. Manuel A. Ruiz, de Panamá.
Siendo un próspero hombre de negocios, Dios lo llamó y lo levantó como evangelista de su Reino, y como tal, ejerce su ministerio desde el año 1981.
Comenzó su ministerio predicando en la década de ’80 en las villas de emergencia del Gran Buenos Aires.
Su mensaje ha sido oído por multitudes de personas de distintas razas y condiciones sociales de los cinco continentes. Se estima que varios millones de personas tomaron la decisión por el Señor Jesucristo en sus Cruzadas.
Actualmente, vive en la Ciudad de Buenos Aires y preside el equipo “Misión Cristiana Mensaje de Salvación”, de la Unión de las Asambleas de Dios.

 

Cordialmente es la expresión de PASTORESxlaGENTE que, fiel a sus principios, no procura fijar conceptos únicos, sino que busca expresar la diversidad en la pluralidad que caracteriza al movimiento evangélico.
Las notas publicadas en esta edición digital reflejan la opinión particular de los autores.
La dirección de Cordialmente procura que la expresión bíblica “examinadlo todo, y retened lo bueno” sea el objetivo, por lo cual se invita a los distintos escritores a presentar sus fundamentos dejando el juzgamiento del artículo en cada uno de los lectores.

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Categoria: Edición 2 | Evangelismo, entrega 1, Notas de fondo

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