EXPONIENDO CON LOS RECHAZADOS

| 4 febrero, 2013

Hay dos clases de hombres: quienes hacen la historia y quienes la padecen…

Cuenta la historia del arte que, a finales del siglo XIX, apareció en Europa un movimiento llamado IMPRESIONISMO. Caracterizado por un grupo de artistas plásticos que escogieron pintar al aire libre temas sencillos de la vida cotidiana, el objetivo era conseguir una representación espontánea y directa del mundo, y para ello, se centraron en el efecto que produce la luz natural sobre los objetos. Esa pintura al aire libre y espontánea se oponía a la del academicismo, que conservaban las reglas y parámetros de las líneas y las formas.

Los artistas que entraban estrictamente en las normas que dictaba el academicismo eran sometidos a un riguroso examen de un jurado. Si calificaba, este podía exponer sus obras en El salón de París, que era lo sumo de la excelsitud, prestancia y perfección al que un pintor en esa época podía aspirar. Ocurrió que los nuevos pintores que habían descubierto otro modo de percibir la realidad para plasmarla en las obras impresionistas, nunca pasaban las instancias del jurado y nunca llegaban a exponer en el glorioso Salón de París.

Pero como esta tendencia impresionista se propagó como reguero de pólvora, las protestas de los “rechazados” se alzaron y obligaron, nada más ni nada menos, que al mismo Napoleón III a pedir que se organizara una muestra con todos aquellos artistas que resultaron marginados. Este nuevo salón de exposición se llamó el “Salón de los Rechazados”.

Es interesante destacar que estos “rechazados” estaban marcando escuela y abriendo matriz a lo que luego se denominaría como estilos vanguardistas y que revolucionaría el modo de apreciar el arte.

Es tan cómodo, holgado y facilitador para el hombre establecer normas, leyes, patrones, generalidades, y mucho más cómodo establecer jurados, tribunales, supremos, que juzguen y que seleccionen aquello que entra o no entra, califica o no califica, aquello que es aprobado o desaprobado. Convencionalismos que se han ido estableciendo y transformando a lo largo de la historia en concordancia con una serie de costumbres y tradiciones dentro de cada sociedad; estas normas responden a un deseo generalizado de orden y de estabilidad.

La historia está llena de hombres y mujeres que establecieron los cambios porque no se adaptaron a las normas, sino por el contrario, percibieron lo nuevo a través de otros ojos, los invisibles, los espirituales, vieron la sustancia en su estado más puro, y ese creer en lo nuevo que estaba aún en estado de gestación, invisibilizado, los impulsó a llevar a cabo los cambios más radicales y cargar sobre sí mismos las consecuencias de esos cambios.

Nuestra historia de fe también está llena de hombres y mujeres que tuvieron que exponer en El Salón de los Rechazados… Hebreos 11 es un ejemplo vivo de esta galería, aquellos que solo avanzaban por la fe… y como está escrito: “el mundo no los merecía pero Dios no se avergüenza en llamarse Dios de ellos”.

Estos “rechazados” pueden transformarse en una cueva de Adulan (olla de despojos) donde los valientes revolucionarios se cuecen a fuego lento. Pero desde allí, saldrá alguien que establezca juicio, derecho y verdad en el pueblo.

Israel, una nación que se regía por el liderazgo rabínico e interpretaciones talmúdicas, el famoso sanedrín compuesto por los 70 ancianos (que tan vergonzosamente el profeta Ezequiel descubre en el capítulo 8 de su libro). Los mismos llevaban a cabo interpretaciones orales de la Ley, y en esas sucesivas voces, la tradición, el ritualismo, la costumbre, la edulcoraron, la alteraron, la torcieron, la modificaron de tal manera, que es el mismo Jesús quien les dice: “Invalidáis la ley por vuestras tradiciones”. San Marcos 7.9

Ellos, tenían recetas para todo: a la adúltera había que apedrearla, a los leprosos había que aislarlos; un pueblo que se había atrevido a colocar a la mismísima presencia de Dios en un arca o en un templo donde Él no quería habitar. “David, yo no habito en templos hechos por manos humanas”. 1ª Cónicas 17.4-6

A ese pueblo tenía que venir “el gran rechazado y el gran transgresor” de las leyes religiosas sometedoras, aquel que sería capaz de escribir la ley del amor en los corazones humanos, y que también por su obra maravillosa rompería el velo de separación entre Dios y los hombres. Él, a partir desde ese momento, hace morada en el espíritu de los hombres. Dios es espíritu y solo puede habitar en otro espíritu con su misma sustancia… ¡¡¡Con razón le disgustaba tanto habitar en templos de material!!!

La historia del arte termina diciendo que en el grupo de los eximios impresionistas que expusieron en la galería de los rechazados existen nombres tan célebres como: Édouard  Manet, Claude Monet, Auguste Renoir, Eugene Paul Gauguin, Edgar Degas, Jacobo Camille Pissarro, Mary Stevenson Cassatt… y la lista sigue. Quizá, si buscás bien, vas a encontrar tu nombre o el mío… ¿estamos en la nómina de los rechazados?… no importa. ¡Estamos haciendo historia!

 

Mimi Agostino
Educadora en la Región 5
Distrito de Alte. Brown
Directora y Representante Legal del Instituto Educativo Vida Cristiana del mismo distrito.

 

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Categoria: Arte, CULTURA, Edición 2 | Evangelismo, entrega 5

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