EL PADRENUESTRO Y EL FIN DE LOS EGOÍSMOS

| 13 mayo, 2013

Hace ya muchos siglos, en una sociedad violentada por las injusticias económicas y sociales, en un contexto de enormes desigualdades, en un tiempo de egoísmos y de falta de solidaridad, en una época de gobernantes insensibles, de autoridades religiosas despreocupadas y de grandes señores que se lavaban las manos, un humilde maestro de una zona pobre del país, enseñó a sus discípulos y discípulas una breve oración.

Comenzaba diciendo: “Padrenuestro…” y así quedó bautizada por la historia.

De alguna manera aquella oración trasciende el plano de lo meramente espiritual, proponiendo una nueva manera de entender las relaciones humanas y una nueva forma de construir relaciones económicas en el marco de una sociedad en la que abundan los egoísmos.

La oración invita a salir de una concepción individualista de la espiritualidad para introducir a quien la ora en una dimensión de comunidad. El Dios al cual se invoca no es “mi” Dios sino “nuestro” Dios. Al Dios al cual se quiere llegar en oración se le reconoce el derecho a hacer “su” voluntad y no simplemente como un ejercicio de abstracción. No se pide que esa voluntad transforme los cielos sino que sea capaz de revolucionar la tierra, de crear sociedades nuevas con gente capaz de mirar más allá de su propio interés individual. Y si esa voluntad logra hacerse camino en la vida de quienes oran, el Reino, que es de Dios pero que es compartido, “viene” y no exclusivamente para mí, sino para nosotros.

Sin embargo, el elemento más distintivo de esta oración es aquel que enseña a pedir el pan. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Ese pan es el símbolo del alimento humano. Más aún, es el símbolo de la existencia humana, es el símbolo de la vida misma. La vida está inevitablemente atada al pan, al alimento, a la materia necesaria para la subsistencia del cuerpo. Para que ese pan llegue fresco a cada mesa hay que reconocer que es el fruto de todo un proceso. Primero es necesario aceptar la bendición de la tierra como don de Dios para toda la humanidad, luego prepararla con paciente esfuerzo, sembrar la semilla, cosecharla, entregarla al molinero, embolsar la harina, llevarla a los lugares de abastecimiento, amasar el pan, hornearlo y, finalmente, disfrutarlo en la mesa. Por eso, cuando pedimos el pan cotidiano, estamos pidiendo, además, que se preserve el trabajo cotidiano, que se preserve esa cadena de producción, de comercialización, de distribución que permite que las personas vivan en dignidad. Dignidad que es para todos y todas. Por eso oramos: “nuestro” pan.

La vieja oración del maestro de Galilea que seguimos orando en nuestras iglesias y en nuestros hogares, tal vez puede aportar al debate sobre las situaciones que en estos últimos años mantienen ocupada y preocupada a la sociedad argentina.

La oración invita a la justa rebeldía cuando el pan falta en la mesa, cuando hay mucho pan “mío” y poco pan “nuestro”, cuando no hay equidad en el aprovechamiento de los bienes que la tierra produce, cuando la tierra no se aprovecha en función de un beneficio social sino meramente especulativo, cuando las semillas que se usan son parte de un negociado que lucra a costa de la salud, de la dignidad, de la vida misma de las personas. Cuando ésta oración la oran los pobres, la oración es esperanza de justicia. Y cuando la oran quienes tienen el privilegio de una mejor situación económica, la oración es un compromiso ético de hacer todo lo posible para que en ninguna vida falte lo que hace digna a la vida.

Muchas veces en estos siglos desde que fue orada por primera vez, muchas personas la han orado sin alcanzar a comprender la profundidad de las palabras de Jesús. Algunos no han comprendido que en la propuesta de Reino, la búsqueda de una mejor distribución del pan es una condición esencial. La voluntad de Dios sigue sin hacerse si el pan de la dignidad por cualquier causa no llega a alguna mesa. El Reino de Dios nunca terminará de “venirnos” si en la tierra siguen existiendo personas, sectores, gobiernos o corporaciones que pretendan hacer exclusivamente su voluntad, construyéndose reinos propios de privilegios.

Orar el Padrenuestro nos involucra como hombres y como mujeres de fe en la búsqueda de sociedades más justas, más equitativas, más solidarias. Orar el Padrenuestro nos obliga a meternos en el barro de la vida cotidiana, con sus luchas, sus preguntas, sus tensiones, sus contradicciones, abandonando la indiferencia y la neutralidad, tomando partido por quienes miran con la ñata pegada al vidrio mientras otros se reparten el pan que es de todos y denunciando a quienes desde sus posturas mezquinas, acaparan, esconden, despilfarran, abusan. “Líbranos de ese mal”. Porque nos hace mucho mal.

Tal vez nos haga bien recordar esta oración y orarla pensando bien lo que oramos. Porque el Padrenuestro es una oración que nos da la oportunidad de revisar posturas, de readecuar discursos, de repensar nuestra contribución al proyecto de Reino por el que Jesús fue asesinado y que contempla como elemento fundamental de la voluntad de Dios que el pan sea un bien “nuestro”. El Padrenuestro nos permite entendernos no como islas sino como partes de un todo, nos da la oportunidad de saltar la barrera del individualismo hacia el campo del encuentro, de la hermandad, de la solidaridad, de una construcción común. Nos permite, incluso, reconocer errores y desaciertos, pedirnos perdón y mirarnos a los ojos para afirmar que el “poder” transformador existe y que la “gloria” por la que juramos morir se revela en nuestra capacidad de hacernos parte un “reino” que dura para siempre, en el que se comparte un pan que alcanza para todos y en el que a nadie se le retiene la posibilidad de vivir en plenitud.

 


Gerardo Oberman
Pastor de las Iglesias Reformadas en Argentina

 


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Categoria: Edición 4 | Iglesia y Sociedad, entrega 2, Teología del Sur

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