EL PODER DEL EVANGELIO

| 13 mayo, 2013

El sociólogo Hilario Wynarczyk examina en el libro Sal y luz a las naciones (Instituto Di Tella y Siglo XXI Iberoamericana), los intentos de creación de partidos políticos evangélicos en la Argentina entre los años 1980 y 2001. Analiza los distintos actores evangélicos que quisieron producir discursos que justifiquen bíblicamente su intervención. Una contribución necesaria para la comprensión de la relación entre política y religión en nuestra sociedad.

Luego de un notable crecimiento en la Argentina durante la década de 1980, los evangélicos protagonizaron una entrada en la escena pública con la protesta por la “igualdad de cultos” –en un país donde la Iglesia Católica goza de privilegios jurídicos– y la formación de un partido político confesional. Este libro enfoca solamente el segundo fenómeno.
Los intentos de establecer una presencia política evangélica comenzaron tempranamente en la década de los 80 y permanecieron luego en suspenso por varios años. Finalmente, resurgieron entre los años 1991 y 2001. En la primera mitad de este lapso, alcanzaron su apogeo con la creación de un partido que llegó a presentar candidatos en contiendas electorales.

El aspecto paradojal de esta movilización política confesional se encuentra en su origen. Los evangélicos que llevaron adelante este proyecto eran los herederos de una cosmovisión ascética (de ascesis, separación) orientada hacia la fuga de la política, asociada con “el mundo” como la zona del mal. Un mundo que en definitiva es una metáfora de la sociedad y la cultura, el espacio donde se pone de manifiesto “la generación humana”, luego del pecado original y la “caída”. Ese mundo habría de llegar a su fin –de acuerdo con un capítulo de la teología bíblica conocido como “escatología”–. Los “regenerados en Cristo”, nacidos no por obras de la carne sino del Espíritu, no por obediencia a la ley sino por fe, accederían a una vida restaurada y eterna. Estos momentos colocan en contraste los dos extremos de un sistema entre los cuales circula la economía religiosa del cosmos.

Para referirnos al conjunto de tales evangélicos (muchas veces registrados como “fundamentalistas”, con impreciso empleo de un término que denomina solamente un segmento de ellos), usaremos las expresiones polo conservador bíblico y conservadores bíblicos. Esta nomenclatura (que no surge de los actores del fenómeno estudiado sino de la perspectiva de la investigación) nos permitirá clasificarlos dentro del conjunto de las iglesias evangélicas. Simultáneamente, al conjunto total de las iglesias evangélicas, sean conservadoras bíblicas o no, de un modo indistinto las llamaremos “evangélicas” o “protestantes”. Aquí debemos anotar este dato: los conservadores bíblicos son los más numerosos, por encima del 90% del campo religioso protestante, en la Argentina.

El fenómeno que nos proponemos abordar no es excepcional ni ajeno a la discusión sociológica. Por el contrario, se pone en línea con la atención que la sociología de la religión ha venido dedicando a la emergencia del protestantismo de raíces conservadoras bíblicas como un movimiento social, capaz de mutar desde un proceso de movilización social de tipo religioso a otro de protesta cívica; y la pregunta sobre “cuándo” los grupos religiosos conservadores se desplazan desde formas de conducta pietista y de fuga del mundo (fuga mundis, para decirlo en forma técnica) hacia modelos de activa participación social que pueden llegar a la formación de partidos políticos. Finalmente se pone en línea con la cuestión acerca de cuán viables son los partidos confesionales protestantes en situaciones en las que existen partidos políticos capaces de representar intereses de clase. En definitiva, esto último tiene que ver con la pregunta sobre qué pesa más en las decisiones de voto de los fieles de una iglesia: la pertenencia a la iglesia o la pertenencia a un sector socioeconómico.

Para situar el problema vamos a referirnos primero al conjunto total de las iglesias evangélicas o protestantes (indistintamente), con la expresión campo evangélico […]. El campo es considerado desde un punto de vista teórico, como un sistema cuyos elementos constitutivos tienen denominadores comunes (por eso forman un sistema), pero también diferencias y pugnas, que se dirimen en la arena de debate de las iglesias, con sus propios temas y sus retóricas particularistas, circunscritas (por eso se llaman particularistas) a esa clase de arena de debate. Por este motivo usamos la expresión campo en forma análoga a la expresión campo de fuerzas, un espacio donde hay intereses (fuerzas) compartidos y opuestos. En última instancia dentro del campo religioso evangélico, como dentro de otros sistemas que constituyen campos de fuerzas sociales, los diferentes actores colectivos que lo constituyen disputan la capacidad de imponer sus formas de ver la realidad.

Este punto de vista analítico permite, en un siguiente escalón de análisis, comprender el campo evangélico como un sistema abierto; es decir, un sistema que mantiene intercambios con otros sistemas –como el jurídico, por ejemplo–, y se modifica internamente de acuerdo con estas interacciones, de tal manera que el sistema completo puede ir mutando en diferentes ciclos de su vida histórica, y frente a circunstancias que generan situaciones críticas para el sistema puede tornarse más cohesivo o menos cohesivo.

Los movimientos sociales necesitan de ideas que los encuadren, técnicamente denominadas “marcos interpretativos de la acción colectiva” […]. Estos encuadres son construidos por líderes de los procesos colectivos y cumplen varias funciones: establecen metas para la acción, brindan una interpretación de la realidad-escenario donde tienen lugar las movilizaciones, identifican las amenazas y oportunidades, clasifican los actores en términos de amigos y enemigos, determinan las estrategias más convenientes y las tácticas permitidas, e incluyen como uno de sus recursos centrales la formulación de retóricas.

En particular, la elección y construcción de las retóricas deben ser operaciones capaces de establecer sintonía con el discurso de los colectivos que constituyen el “campo de acción” donde los movimientos buscan nuevos adeptos (técnicamente hablando, se trata de procesos de alineamiento de encuadres o marcos para la acción colectiva). Esto significa que están orientadas a la acción y terminan funcionando como recursos mutantes, toda vez que deben adaptarse a arenas de debate específicas que, para nuestro caso, podrían hallarse en las iglesias y en la política. De este modo, la naturaleza del lugar donde los movimientos dirimen conflictos (y buscan acólitos) influye en el tipo de discurso aplicado (Rucht 1988), porque todas las tácticas de confrontación –incluidas las retóricas– están estrechamente asociadas con propiedades ambientales (Tarrow 1988). Por consiguiente, se explica que una confrontación puede tomar formas jurídicas pero también teológicas, y esto sucede precisamente cuando por debajo de la política subyacen elementos religiosos y teológicos.

Y finalmente, por contraste con las ideologías, los encuadres a los que nos referimos son más cambiantes. Estos marcos interpretativos pueden mutar en ciclos de movilización relativamente breves. Los que estudiaremos aquí se extienden entre los años 1981 y 2001, y dentro de este período de tiempo pasan por varias fases diferentes entre sí.
A lo largo de todo este ciclo de movilización, los evangélicos se desplazaron siguiendo su línea de fuga del centro a la periferia, desde el dualismo cosmológico radical (edificado sobre la brecha insalvable entre lo natural y lo sobrenatural, la tierra y el cielo, el mundo y el Reino que sobrevendrá cuando el mundo y la historia humana se terminen) hasta convertirlo en una metáfora sociológica. […] En la última fase de estos emprendimientos, los activistas se habían vinculado a una posición que imaginaba una sociedad sustancialmente diferente a partir de sus fundamentos, y no solamente ajustes en el plano jurídico y moral.

En su travesía por diferentes fases de un mismo intento de gestación de un partido político, los activistas evangélicos dibujaron una línea de fuga, que iba desde el centro del polo conservador bíblico hacia la periferia. En determinado momento, su discurso alcanzó un punto demasiado excéntrico y no contaron con el apoyo de los pastores.
Había un error también en la concepción mecanicista del voto de los evangélicos, como una variable cuyo comportamiento estaría sujeto a la pertenencia religiosa. En este sentido, la investigación sociológica comparada en países con significativa tradición protestante indica que un alto nivel de envolvimiento político de los conservadores bíblicos depende en parte de la ausencia de un sistema bipartidario cohesivo basado en una “división de clases”. Tal generalización empírica puede ser trasladada al caso argentino, con varias consideraciones adicionales.

 

La presente nota apareció en el diario Perfil en su edición de domingo 17 de abril de 2011

 

 

 

Dr. Hilario Wynarczyk
Doctor en Sociología (Universidad Católica Argentina, UCA)
Master en Ciencia Política (Universidade Federal de Minas Gerais, Brasil, UFMG)
Licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires, UBA)
Profesor de Metodología y Taller de Tesis (Universidad Nacional de San Martín, UNSAM)
Integrante de los consejos directivos de:
Asociación de las Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur (ACSRM)
Consejo Argentino para la Libertad Religiosa (CALIR)
Pertenece a:
Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales (RELEP)
Programa Latinoamericano de Estudios Socio-Religiosos (PROLADES)
Grupo de Estudios Multidisciplinario sobre Religión e Incidencia Pública (GEMRIP)
Ha sido integrante del Consejo de Expertos de las Secretaría de Culto de la Nación
Investigador y escritor

 

 

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Categoria: Edición 4 | Iglesia y Sociedad, entrega 2, Sociología

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