CUANDO COLAPSAN LO POSITIVO Y LO NEGATIVO

| 16 septiembre, 2013

Los pastores nos hemos consagrado plenamente a la predicación del Evangelio porque en él hemos encontrado lo más importante que el ser humano puede conseguir. Nuestra vocación nos ha llevado a predicar este mensaje, conscientes de tener la certeza que nuestra fe en la obra redentora de la Cruz otorga la única alternativa de salvación eterna del alma, mientras se pueden esperar enormes beneficios durante el tránsito temporal en este vida.

Estos son los aspectos fundamentales y estrictamente espirituales que brotan desde la misma Biblia, son bases de una fe que nos conmueve y que para nosotros es indiscutible. El Evangelio que Cristo vino a proponer se vive dentro del contexto de la Iglesia. Esta es la institución fundada por el mismo Dios y, la que junto al matrimonio, la otra institución también proyectada por Él, son esenciales e irremplazables.

Pero en esta ocasión me quiero referir a los aspectos más humanos del Evangelio, esos que atañen a nuestra participación, los que, aunque digamos que Dios nos guió a hacerlos, no dejan de estar en una órbita donde el condicionante humano tiene predominio, ya que no hay en La Biblia indicación precisa o mandataria para eso.

Recapacitando exclusivamente en la realidad de la parte humana de la Iglesia del Señor, llego a la conclusión que lo más destacable que tenemos es la autonomía con la que nos manejamos. Cada quien tiene todas las posibilidades de realizar su sentir sin tener que someterse a una estructura piramidal. Es evidente que esta autonomía estaba desde el mismo comienzo de la Iglesia, ya que la lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles nos demuestra que las Iglesias eran autárquicas, ni siquiera la Iglesia de Jerusalén tenía primacía por sobre las demás.

Cada denominación que compone el arco evangélico es totalmente independiente de las denominaciones hermanas. Y dentro de las denominaciones, en la gran mayoría de los casos, encontramos que las Iglesias adheridas gozan de una formidable independencia y autonomía.

Me agrada esto, a mi entender es así como debe ser. Y gran parte del crecimiento de la Iglesia Evangélica se debe a esta libertad. Es a través de ella que el pastor o su comunidad, pueden llevar a cabo lo que sea su sentir o desafío, sin tenerse que atar a las determinaciones de un buró administrativo, enquilosado en su poder, que desde su lugar determine que se hace o deja de hacer. Es la Iglesia, o la denominación, la que con total libertad genera la obra de su visión.

Sería interminable la lista que podría hacer de los logros que se han obtenido por esta autonomía que permitió iniciar y concluir importantísimas obras, que de otra manera no se hubieran llevado a cabo. Estas han sido tanto espirituales como materiales y sociales.

Pero, ¡vaya dicotomía!, lo mismo que es una virtud también es una falla. Porque así como digo que, desde la parte humana, lo más destacable que tenemos es la autonomía, digo que esa misma autonomía, cuando ha sido llevada a los extremos, pasó a ser perjudicial. Esto es un axioma de casi todo lo imaginable, lo positivo, llevado a la exageración, pasa a ser negativo.

Y es entonces cuando aparece el individualismo exacerbado que ha llevado a que se desdibuje el buen obrar del Espíritu Santo a través de la Iglesia. Esa postura, que se extralimita de autárquica y deviene en anárquica, genera una serie de trastornos que, en ocasiones, frenan el avance general de la obra.

En esa postura extrema se pasan a romper códigos de ética y años de amigable compañerismo, ¿alguien recuerda cómo eran y para que servían las cartas de pase? Y es así que de pronto se presenta como una gran bendición el crecimiento de una determinada iglesia, a la que si se analiza, se puede apreciar que la misma no ha atraído a personas sin Cristo, sino que se ha llenado de gente proveniente de otras congregaciones, las que, a su vez, quedaron desanimadas, empobrecidas y dañadas.

Hace unos meses, el Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) publicó un informe del que se hicieron eco algunos diarios; en el mismo se demostraba que durante la década de los ´80 la Iglesia Evangélica había tenido un crecimiento asombroso, pero que desde mitad de los ´90 ese crecimiento se había estancado. Nosotros los pastores sabemos que es así, aunque nos neguemos a reconocerlo.

Una congregación, según testificó con entusiasmo un reconocido pastor, pasó de mil a cinco mil concurrentes en cuatro años; eso si, al preguntársele a cuántos había bautizado, reconoció que no había tenido ni un solo bautismo. El Conicet dice, en su informe, que el crecimiento de algunas congregaciones se debe únicamente a migración interna, pero que no ha cambiado el porcentaje de evangélicos en estos últimos años.

En esa exageración de la autonomía, que al permitirnos no dar cuenta a nadie de nuestros actos, se transforma en una libertad enferma, hace que se abran Iglesias en algunas localidades o barrios únicamente con creyentes provenientes de otras congregaciones que llevan décadas luchando allí. O que se dividan congregaciones por cuestiones de menor importancia. O que se inaugure una Iglesia en la misma cuadra de otra que está radicada desde años en un lugar. O que un pastor reciba a una persona de otra Iglesia y a la semana lo ponga de “líder de célula” permitiendo que el recién llegado arme dicha célula con gente que se congregaba en la misma Iglesia que él abandonó, mientras el nuevo pastor hace la vista gorda y utiliza palabras diplomáticas, pero avalando con su actitud esa anomalía.

Esa misma autonomía exagerada lleva a que se realicen actividades, en ocasiones confusas, que nos involucran a todos los evangélicos. Pues aunque la hace una persona o congregación en uso de sus facultades de autonomía, para el testimonio de los de afuera, que no entienden nuestra impronta individualista, es algo de los “evangélicos”, que ellos no sabrán diferenciar.

¿Cuál es la solución? Bajo ningún criterio perder la autonomía. Prefiero los momentos amargos provenientes del mal uso que algunos han hecho de la libertad, a perder esa independencia que da lugar a la iniciativa beneficiosa. Eso es innegociable. Pero sí creo que podemos empezar a apegarnos al texto nacido en la inspiración del Espíritu Santo y canalizado en la pluma de San Pablo: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”.

 

Rodolfo Polignano
Pastor en el barrio de Colegiales de la Ciudad de Buenos Aires
Unión de las Asambleas de Dios
Profesor del Instituto Bíblico Río de la Plata durante 30 años
Escritor y maestro, se especializa en Homilética
Bajo su ministerio pastoral se levantaron 12 nuevas congregaciones
Sirvió muchos años como presidente de Evangelismo de la Unión de las Asambleas de Dios

 

Cordialmente es la expresión de PASTORESxlaGENTE que fiel a sus principios no procura fijar conceptos únicos, sino que busca expresar la diversidad en la pluralidad que caracteriza al movimiento evangélico.
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Categoria: Edición 6 | Iglesia unida y diversa, entrega 3, Reflexiones

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