BRUTO

| 14 octubre, 2013

El término bruto es un adjetivo mayormente utilizado para descalificar a una persona. Al mencionar eso estamos refiriéndonos a alguien al que consideramos un necio, incapaz, inculto, grosero, o alguien sin moderación.

En forma peyorativa descalificamos a los brutos, porque los consideramos incapacitados para la realización de determinados logros, aun los más elementales.

Es común entonces que descartemos a una persona por ser bruta. Bruto se le grita al delantero que erró un gol casi hecho, bruto se le dice al que conduce tan mal que genera un choque, bruto es el alumno que por más que se aplique no es capaz de llegar a la media del curso, bruto es el obrero que muy seguido rompe la máquina o herramienta con la que trabaja.

Pero el error está en que al bruto se lo descarta, en vez de procurar su mejora o adaptación.

Porque también bruto es el sueldo antes de los descuentos, bruto es el total del peso de un camión cargado con mercadería al que aún no se le descontó la tara, bruto es el producto interno de un país durante determinado lapso de tiempo, bruto es un diamante al que todavía no se lo ha pulido.

Y entonces lo bruto deja de ser despectivo, para ubicarse dentro de una contexto intermedio en búsqueda de un fin, habitualmente beneficioso. Porque el sueldo bruto se transformará en billetes en el bolsillo, el peso bruto de un camión se convertirá en neto de mercadería, el producto bruto de un país se desencadenará en riqueza y el diamante bruto transmutará en una joya costosa.

Por consiguiente lo bruto ya no es algo descartable, sino un asomo que se reflejará en un valor permanente y útil. El secreto está en saber mirar, trabajar y esperar.

Cuando compramos nuestro actual lugar del templo, nunca había entrado al predio. Como pensábamos demoler, sinceramente no me interesaba lo que había adentro. Cuando nos dieron las llaves y entré, les dije a los que me acompañaban: traigamos un volquete y tiremos todas estas “porquerías” que hay acá. Uno que sabía mucho más que yo me dijo: pastor deme unos días, acomodo todas estas antigüedades y las vendo. Sacó una pequeña fortuna de lo que yo consideraba descartable. Yo veía lo bruto de una manera negativa, él, que conocía, tenía una visión distinta y provechosa.

Bruto era Juan Bautista que estaba vestido de pelo de camellos y comía langostas y miel silvestre (Mateo 3: 4). Bruto era Elías al que le daban de comer los cuervos (1ra de Reyes 17:4). Bruto era Amós que no se consideraba profeta sino boyero y recogía higos silvestres (Amós 7:14).

Bruto, pero quien dice bruto, era Felipe, el discípulo, que cuando Jesús fue a resucitar a Lázaro dijo: “vamos para que muramos con él”, o cuando estaban en la última Cena Jesús lo tuvo que reconvenir porque no entendía que El y el Padre eran uno (Evangelio de Juan).

Pero el ser bruto no era ser descartable y mucho menos indeseable. Era sólo un estado intermedio en un proceso en que los molinos de Dios, que muelen despacio pero finito, estaban sacando lo mejor de todos ellos.

Muchas veces nosotros nos encontramos en la postura de considerarnos brutos, o sea: incapaces, innecesarios, ineptos, inhábiles, incompetentes, y todos los otros “in” que se le ocurra. Y queremos bajar los brazos porque nos sentimos torpes e infecundos.

Peor aún es la situación cuando, en nuestra función pastoral, juzgamos rápido y tildamos a alguien de bruto y lo dejamos de lado en toda probabilidad de servicio.

En ambas situaciones erróneas, debemos comenzar a mirar distinto, ver que el bruto (seamos nosotros o creamos que son otros) no es un ser descartable sino alguien que con la ayuda divina puede transformarse en muy valioso.

Lo bruto mutando en algo de inmenso valor.

El final del Libro de 2da Samuel nos señala la historia de los valientes que acompañaron durante su reinado y ministerio a David. Treinta de ellos considerados los valientes con una actividad que arrojó enormes beneficios al establecimiento de la nación de la que vendría el Mesías. Tres de ellos que eran sobresalientes, aún sobre los treinta, hombres de un valor incalculable. Y junto a estos treinta y tres, un grupo con menores resultados particulares pero hacedores del gran logro.

Cualquiera que leyera sólo este capítulo, bien podría suspirar pensando en lo trascendente que podría ser su ministerio si tuviera la compañía de gente con este nivel y fidelidad. Pero los que conocemos la historia sabemos que este grupo fue el final de un proceso iniciado en la cueva de Adulam (1ra Samuel cap. 22), donde a David se le unieron seiscientos brutos.

 

Rodolfo Polignano
Pastor en el barrio de Colegiales de la Ciudad de Buenos Aires
Unión de las Asambleas de Dios
Profesor del Instituto Bíblico Río de la Plata durante 30 años
Escritor y maestro se especializa en Homilética
Bajo su ministerio pastoral se levantaron 12 nuevas congregaciones
Sirvió muchos años como presidente de Evangelismo de la Unión de las Asambleas de Dios

 

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Categoria: Edición 6 | Iglesia unida y diversa, entrega 7, Vida Pastoral

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