CREO EN JESUCRISTO, SEÑOR NUESTRO

| 11 noviembre, 2013

Dentro del contexto histórico en el cual se escribe el Credo (la era de las controversias cristológicas), la frase Señor nuestro posee un significado muy profundo para sus autores. El uso de señor (kúrios en griego, domine en latín), en referencia a la persona de Jesucristo, nos indica que Él era considerado y señalado como Dios con el Padre por aquella generación de cristianos.

Para los creyentes que hicieron frente a las distintas enseñanzas erróneas en cuanto a la naturaleza de Cristo, la idea detrás de esta declaración es reafirmar el concepto neotestamentario de que Jesús es “el Señor de gloria” (1 Corintios 2:8), que se hace uno con la humanidad para traer salvación y vida eterna mediante Su encarnación, vida perfecta, muerte vicaria y resurrección victoriosa.

Tanto los escritores del Nuevo Testamento como los escritores del Credo usan la palabra griega señor (kúrios/domine) para demostrar la dignidad de Jesucristo como dueño, gobernante, principal figura de autoridad y, sobre todo, como Persona que ostenta poder sobre la vida y acciones de las personas porque es el Creador (Juan 1:1-3; Colosenses 1:15; Hebreos 1:2).

El Credo nos habla del señorío de Jesucristo, haciéndose eco de la fe que encontramos en el Nuevo Testamento en cuanto a la preeminencia y prominencia del Hijo de Dios en la vida y fe de la iglesia. Una de las primeras declaraciones de esta fe cristiana la encontramos en 1 Corintios 8:6 en donde se nos dice que “sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él”. Esta parte del Credo es un reflejo de esta declaración paulina en donde junto con el Padre aparece Jesucristo como el Gobernante y medio por el cual todo existe incluyendo a los seres humanos.

En Efesios 4:4-6 hay un declaración que muchos consideran trinitaria en la cual se nos presenta a Jesús como el Señor de la sola fe y el único bautismo del Cuerpo que es la iglesia. Pablo presenta la declaración verbal de fe en el señorío de Cristo como parte integral de la doctrina del cristianismo al incluirlo como esencial en la experiencia de la salvación junto a la fe en Su resurrección literal de entre los muertos (Romanos 10:4).

En el libro de los Hechos 2:36, Pedro es citado como haciendo una declaración de fe en Jesucristo como Señor: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”.

Este credo, como muchos otros de los primeros siglos del cristianismo, que eran normalmente usados como instrumentos para la catequesis, resume los elementos esenciales de la fe de la iglesia que debían conocer los nuevos creyentes antes de ser bautizados. Como documento de catequesis, el credo enfatiza la importancia de los creyentes en declarar continuamente que Jesús es gobernante supremo de la vida del catecúmeno. Cuando las personas recitaban la frase “Señor nuestro” (dominum nostrum) se identificaban con la fe, experiencia y realidad histórica de la iglesia: Jesucristo tiene autoridad suprema sobre nosotros que hemos aceptado por fe Su obra redentora, hemos experimentado el arrepentimiento y el perdón del pecado, y nos hemos rendido a Él.

Para los creyentes de ese tiempo, esta declaración conllevaba el peso de la aceptación de que Jesús es la fuente de autoridad en la iglesia, en oposición de cualquier otra autoridad, incluyendo la del Emperador. Muchas de las persecuciones que sufrieron los cristianos en los primeros siglos estaban relacionadas con su intransigencia de aceptar cualquier otro señor fuera de Jesucristo.

El concepto de Jesús como Señor está íntimamente relacionado a la sujeción de los que eran bautizados en el cuerpo de la iglesia a Sus enseñanzas, tal y como habían sido transmitidas por los apóstoles y recibidas por las comunidades cristianas a lo largo y ancho del Imperio Romano. Las implicancias de la declaración de Jesucristo como Señor de la iglesia en el culto y en la vida devocional de los fieles tenía el propósito de constantemente recordar a los que se unían a la iglesia de su nueva lealtad al sistema de fe fundado por Cristo.

No podemos afirmar que el Credo haya sido compuesto por los Doce Apóstoles. La evidencia histórica es que es el resultado de siglos de formación y evolución. Sin embargo, es un reflejo de una realidad histórica en la cual los creyentes debían constantemente afirmar su fe frente a un mundo hostil. Esta fe proclamaba el señorío de Cristo como la realidad de la vida y experiencia de la iglesia. Cuando se llama a Jesucristo “Señor nuestro” se lo llama la autoridad final sobre la vida de los que han aceptado la fe cristiana con todas sus enseñanzas éticas y morales.

Para un creyente de los primeros siglos del cristianismo, como para cualquiera de nosotros tantos siglos más tarde, la declaración de Jesucristo como el Señor no ha perdido fuerza. Todavía es esencial que nos adhiramos con fuerza a las enseñanzas de Cristo y las vivamos en un mundo tan hostil a la verdad de las Escrituras como el mundo en el cual se desarrolló el Credo. Jesucristo Señor está todavía reclamando lealtad a los creyentes en un mundo contrariado por el egoísmo, la idolatría del sistema y la tecnología. Los valores enseñados por Cristo (el amor, el perdón, el servicio, la humildad, el compromiso con los más débiles, etc.) exigen de nosotros reafirmar con el Credo que Jesucristo es Señor nuestro, y que estamos comprometidos con sus enseñanzas y principios de vida, hasta las últimas consecuencias.

Para los pastores de este tiempo la frase “Señor nuestro” cobra un significado especial. Al igual que las personas que fueron la audiencia original del Credo, los pastores de hoy debemos volver sobre el concepto del señorío de Jesucristo sobre su iglesia, y así enseñarlo a nuestras congregaciones. Nos encontramos que la frase “Señor nuestro” está dirigida a todos los miembros del Cuerpo, del cual nosotros los pastores también formamos parte. Tanto los pastores como el resto del Cuerpo necesitamos reafirmar nuestra lealtad a Cristo como Señor de la iglesia.

Él es la autoridad última de los cristianos. Sus enseñanzas y sus mandatos debieran ser el centro de la vida y accionar de la iglesia. Nuestra predicación y nuestra enseñanza deben dirigir a nuestros hermanos a Jesucristo como “Señor nuestro” quien merece nuestra entrega total, lealtad incuestionable, compromiso real con su autoridad, y una vida dedicada su servicio. Esta frase del Credo bien vivida y bien enseñada puede ser una chispa de fuego para una transformación total de experiencia de la iglesia en el siglo XXI.

 

Ernesto Alers Martir
Nació en Puerto Rico.
Cursó estudios teológicos en el Seminario Adventista Latinoamericano de Teología | Instituto Adventista del Plata (actualmente Universidad Adventista del Plata en Entre Ríos).
Licenciatura en Teología Gordon-Conwell Theological Seminary, USA
Masters of Arts en Historia Eclesiástica: Facultad de Estudios Religiosos de la Universidad McGill, Canadá
Especializado en el estudio del protestantismo guatemalteco en el periodo 1882 a 1940.
Fue pastor en Nueva York, Montreal.
Actualmente es pastor de Alianza Cristiana y Misionera Argentina en San Justo, Buenos Aires.
Ha ejercido la docencia teológica en varias instituciones en Estados Unidos: Instituto Bíblico Laico Ministerial de Nueva York; Canadá: Seminario Teológico Hispano Canadiense en Montreal;
McGill University en Montreal y en el  Instituto Bíblico Buenos Aires de Argentina.

 

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Categoria: Edición 7 | El Credo, entrega 2, Teología

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