JESÚS, EL DE LAS MALVINAS

| 11 noviembre, 2013

Debo confesar mi pobre relación con el Credo, aunque obviamente no con sus tópicos.
No tenía pensado escribir esta nota, sin embargo, los acontecimientos del día de ayer y de mañana me impulsaron a mover los dedos sobre el teclado.

Hace décadas me preocupa el Evangelio predicado por la Iglesia.
Complejo y variado, oscila tendencioso entre respuestas deseadas por cambiantes modas y posturas férreas que alejan a la gente. Pienso en los hoy adolescentes: ¿podrán conocer ellos a JESÚS con el ejemplo y prédica de la Iglesia actual?

Bajo la rebeldía de quien no obteniendo respuesta de las religiones establecidas afianzó su ateísmo en las enseñanzas de la agnóstica escuela técnica, enfrenté con mis 16 irreverentes años a quien quiso hablarme de JESÚS. Habiendo ganado la discusión planteada con mis argumentos sólidos, fui desafiado a hablar con un Dios en quien no creía.

La ignorancia total de todo concepto religioso y escritura bíblica, por la decisión de mis padres de no bautizarme cuando niño, ni darme religión alguna, me llevó aquella noche, en la soledad de los altos de la Plaza Islas Malvinas del barrio de La Boca, a presentarme con mi nombre y apellido ante Él y decirle –creyendo que nada sucedería y, de esa manera, en honestidad terminaría la discusión inconclusa en aquella noche–: “si existís, te quiero conocer”.

Fueron las últimas palabras de un ateo.

Aquella experiencia volvió a mi mente hace unos momentos al escuchar, en una consejería pastoral, el relato húmedo de la experiencia que el lunes pasado envolvió a una joven mujer de 32 años, quien junto a su esposo solo deseaban comenzar a caminar con el Señor.

JESÚS enamora.
Así de simple y maravilloso.

Cuando mi contendiente volvió al día siguiente, me preguntó con una amplia y segura sonrisa, con esa clara convicción de quien escucha argumentos que por sólidos y rígidos se quiebran ante la contundencia de la realidad invisible pero percibida: “¿y…?”.
Solo pude responder: “¡¡¡VIVE!!!”, y aquella misma humedad de los ojos de esa mujer llegaron mis ojos y alma en un llanto de felicidad desconocida.
Separaban nuestras vivencias 36 años cronológicos, pero la intensidad, el amor y la veracidad, eran las mismas.

Mañana, estaré predicando en aquella Iglesia que me vio nacer, festejando un aniversario más de su nacimiento. Seguramente, pasaré por los altos de la Plaza Islas Malvinas… para emocionarme, como en este momento, por pisar el lugar donde vivencié el encuentro más trascendente y maravilloso de mi vida. Esto no hace más que solidificar mi sentir y pensar: más allá de todo tecnicismo, la creencia no se lleva en el papel, sino en el corazón.

Hemos complicado el Evangelio sencillo y profundo de JESÚS con conceptos religiosos. Aquello que tanto criticamos en la defensa de La Reforma, ahora lo hemos instalado en nuestros púlpitos y pretendemos llevar esos conceptos carnales, tiñéndolos de una falsa “santidad moral”, a las calles para decirle a la gente que si no cree en ese mamarracho hereje no será salvo.

Es hora de volver al la sana teología de Juan, aquel adolescente que usaba de almohada el costillar del Señor, el mismo que ya anciano escribió sus textos habiendo disfrutado una larga vida de experiencias maravillosas con JESÚS, en carne y en espíritu.
Corramos pronto a 1ª de Juan capítulo 3 y despojemos al Evangelio de tanto peso legalista, que es verdaderamente un pecado.
Como una campana firme y contundente resuenen los versos 9 al 11 de la primera carta del apóstol amado, orientándonos con su llamada inconfundible en medio de un valle plagado de voces que gritan tanto para no decir nada.

Así podremos reconocer la verdad que debemos vivir y predicar con pasión:
“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 
En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. 
Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros.”
Te espero en los altos, vamos a predicar y vivir con JESÚS, EL DE LAS MALVINAS.
Desde allí, partiremos en el periplo que nos lleve a dar el Evangelio, en palabras y obras a toda la sociedad… Desde las villas a los barrios más ricos, llenar cada calle y pasillo del amor de los amores. Brindar las soluciones de un Evangelio encarnado, respuesta a las necesidades de todos. El mandamiento que nos dio desde el principio.
Desde lo personal e íntimo, hacia lo social y comunitario, tal como JESÚS hizo, para eso somos Su cuerpo.
Por eso creo en JESUCRISTO, (su) único hijo y Señor (y Salvador) nuestro.

 

 

Guillermo Prein
Pastor fundador del
Centro Cristiano Nueva Vida

 

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Categoria: Edición 7 | El Credo, entrega 2, Teología del Sur

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