AÑO DE JUBILEO | Parte 1

| 18 noviembre, 2013

La Biblia contiene muchas sorpresas y una de las más bellas es la enseñanza sobre el año de Jubileo.

Imagínese usted, amigo lector, un año en que se cancelan todas las deudas de toda la nación, de un plumazo. ¡Borrón y cuenta nueva, y nadie debe nada a nadie! ¡Todo un paraíso para los pobres endeudados! Y no sólo eso. En ese año se hace también una total reforma agraria, para que todas las familias vuelvan a tener parcelas iguales de terreno productivo. ¡Tierra para los “sin-tierra”, justicia para los desahuciados! ¡Todo eso y mucho más, por ley divina, cada cincuenta años! Eso se llamaba “el año de Jubileo”.

De hecho, eran dos prácticas y dos leyes relacionadas. Según “el Sábado de la tierra”, promulgada en el capítulo 15 de Deuteronomio, cada siete años el israelita “perdonará a su deudor todo aquel que hizo empréstito de su mano, no lo demandará más a su prójimo, porque es pregonada la remisión de Jehová… para que así no haya en medio de ti mendigo” (Dt. 15:1-4). Además, en ese séptimo año cualquier servidumbre se cancelará y todos los animales de uno, y también la tierra misma, tendrán descanso completo, que será el “sábado” de ellos también. En todo momento, los fieles tienen que atender generosamente a los necesitados, “porque no faltarán menesterosos en medio de la tierra; por eso yo te mando, abrirás tu mano a tu hermano” (15:11). Muchos pasajes del Antiguo Testamento aluden a esta legislación (Ex. 21:1-6; 23:10-11; Dt. 31:10-13; Neh. 10:31) y Jesús mismo cita a Dt. 15:11 para mandarnos a atender a los pobres (Mt. 16:11; Mr. 14:7; Jn. 12:8).

Después de siete “sábados de la tierra”, que sumarían 49 años, el siguiente año, el número cincuenta, se proclamaba “el año de jubileo” de Levítico 25, que se menciona también en muchos otros pasajes. “Y contaréis siete semanas de años… Entonces harás tocar fuertemente la trompeta… y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo” (Lev. 25:8-10). El nombre “jubileo”, que no es lo mismo que “júbilo”, se deriva de la palabra hebrea para “trompeta”. El año de jubileo era el año del “trompetazo de la libertad”.

De nuevo, en el año cincuenta, debían descansar los animales y la tierra (25:11), pero ahora es más: el texto repite dos veces que “volveréis cada uno a su posesión” (15:10,13). Cuando los israelitas entraron en Canaán, repartieron la tierra agrícola en porciones iguales a cada tribu, clan y familia, y sin duda hicieron lo mismo al regresar del cautiverio en Babilonia. Pero además, cada medio siglo se había de practicar una nueva redistribución de la tierra para volver a la igualdad para todos. Eso significaba que era imposible vender la tierra misma, ya que en el año cincuenta lo comprado regresaba a su dueño original; lo único que se podría vender y comprar era un determinado número de años de usufructo de la tierra, o sea, de cosechas futuras, hasta el año de jubileo (25:14-17).

Detrás de este arreglo económico estaba una verdad teológica aun más radical, que formula el versículo 23: “La tierra no se venderá a perpetuidad, pues la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo” (Lev. 25:23). Dios es el único dueño de toda la tierra (Ex. 19:5; Sal. 24:1), y nosotros somos sus huéspedes en su tierra y sus mayordomos de ella. Por eso, no podemos vender lo que no es nuestro. Esto es uno de los principios bíblicos que militan fuertemente contra el concepto moderno de propiedad privada, en vez de “tenencia” de bienes prestados y de mayordomía responsable y fiel de lo que no puede ser nuestro en último término.

Aunque este modelo económico nos parece absurdo e inviable, desde la lógica de Dios es perfectamente coherente, hoy también. ¿Por qué deben los que ya tienen recursos, dinero extra que pueden dar en préstamos, aprovecharse de los que no poseen lo suficiente y tienen que pedir prestado? ¿Por qué deben algunos tener más tierra que otros, cuando Dios nos creó a todos iguales y nos ama a todos por igual? ¿Cómo se puede tolerar, bíblicamente, que los ricos tengan todo a su favor, hasta poder sacar beneficios de la necesidad ajena? Un sistema que permite eso, y hasta lo glorifica, está muy mal ante los ojos de Dios.

Para neutralizar estas enseñanzas tan drásticas, algunos afirman que nunca fueron practicadas por Israel y por eso no pueden orientar nuestra conducta o inspirar nuestros valores hoy. ¡Qué argumento más extraño, como si nuestra desobediencia pudiera anular el mandamiento de Dios! Pero de hecho Israel, en sus épocas de obediencia a Dios y en momentos decisivos de su historia, como los inicios de la vida económica en Canaán y como el retorno del cautiverio babilónico (cf. Neh. 10:31), sí las practicaba. Además, cuando no las practicaban, los israelitas sabían bien que debían cumplirlo y que estaban pecando al no hacerlo (Jer. 34:8-17; Is. 37:30).

Que Dios nos conceda a todos no sólo un “feliz año nuevo” sino un verdadero “año de Jubileo” en servicio de la igualdad, la libertad y la justicia que Dios quiere.

 

Juan Stam
Misionero en Costa Rica por más de 45 años.
Doctor en Teología por la Universidad de Basilea, Suiza.
Profesor, por muchos años, del Seminario Bíblico Latinoamericano.
Escritor, autor de varios libros y artículos.

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 7 | El Credo, entrega 3, Teología

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