CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS I

| 23 diciembre, 2013

Es verdad que hay juicio y condenación eterna, pero en la expiación de nuestro Señor Jesucristo encontramos al pecado condenado, al pecador justificado, la justicia satisfecha, el adversario confundido, y el hombre en paz con Dios.

En todas las esferas teológicas se ha abordado el tema del pecado. La Biblia no lo define, pero podemos identificarlo y sumar conceptos y apreciaciones con el material que tenemos. Clasificaciones, causas y consecuencias abundan en las Sagradas Escrituras. Grandes puntos de discusión han quedado plasmados en el devenir teológico de distintos credos.

Pero hoy no pondremos el acento en ninguna de estas cuestiones que seguirán estando hasta la eternidad. Y nos detenemos allí, en ese oasis de paz que es inigualable. Nadie que se considere cristiano puede dejar de contemplar, admirar y agradecer por la doctrina del perdón de los pecados. Es la máxima expresión de misericordia. Es la gracia divina en acción directa con el hombre.

Todo el material veterotestamentario nos incita a pensar en justicia, en castigo, en la imagen de un Dios que en la búsqueda de la santidad del hombre destruye, sin perdonar, todo lo que se le cruza. Sin embargo, encontramos Palabra que reconforta y da esperanza. El profeta Isaías plasma las palabras del Redentor de su pueblo diciendo “yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mi mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43.25). El mismo profeta había descripto el perdón como una mutación de colores, desde el tiempo de sangre de sacrificio al blanco de la nieve, o el blanco de la lana. “Venid, luego, dice Jehová, y estemos a cuenta, si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos, si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1.18).

Tener la certeza del perdón de los pecados trae una seguridad existencial inigualable. El perdón de los pecados nos reconcilia con Dios y encontramos la paz con Él. Por eso alguien, con razón, dijo: “Tener la plena seguridad de que todos mis pecados han sido perdonados es el único fundamento de la verdadera felicidad”.

El sentimiento de culpa es nocivo para el alma. Produce una angustia moral que causa el peso del pecado. Por más que mis pecados han sido llevados por el Señor Jesucristo, si todavía los llevo sobre mi conciencia, de ninguna manera puedo ser feliz. Es un paso forzoso el entender plenamente que mis pecados pasados, presentes y futuros han sido y serán perdonados. Leemos en la Palabra de Dios: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado” (Salmo 32.1).

El perdón de los pecados es un remedio divino. Provisión divina frente a la desobediencia del hombre. Tenemos un Dios que comprende mejor que nadie la naturaleza humana, sabe acerca de la pugna constante entre el viejo y el nuevo hombre. La guerra despiadada entre la carne y el espíritu en palabra paulinas. Es fundamental comprender el fundamento del perdón. La base es la expiación. Es una realidad que tenemos un Dios justo, es verdad que somos pecadores.

Es verdad que hay juicio y condenación eterna, pero en la expiación de nuestro Señor Jesucristo encontramos al pecado condenado, al pecador justificado, la justicia satisfecha, el adversario confundido, y el hombre en paz con Dios.

La muerte de Cristo termina el proceso y resuelve el dilema de los siglos. Este es el fundamento inquebrantable del perdón de los pecados.

Dice la Biblia en 1 de Juan 1.9: “Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”. Llama poderosamente la atención que diga “fiel y justo” y no Dios es bueno y misericordioso, lleno de toda gracia. Pero antecede al perdón y la limpieza dos atributos divinos sin los cuales no hubiese sido posible.

La fidelidad, Dios lo prometió, fue una promesa suya frente a la imposibilidad de lograr el hombre por sus medios la salvación. Si el Señor no perdonaba en vano sería todo esfuerzo. Y el segundo atributo, “justicia”; Él es justo, la base del perdón de los pecados es su sacrificio. El pagó el precio. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados, todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino, más Jehová cargó en él, el pecado de todos nosotros” (Isaías 53.5, 6).

Heinrich Heine, poeta alemán, dijo “Dios me perdonará parce que c’est son metier”. Es como decir, Dios tiene la obligación de perdonarme porque es su oficio. Es su labor y su naturaleza. No merecíamos el perdón de Dios, fue por gracia y por amor. Amor y perdón un dualismo perfecto en el cual se ve reflejado el interés de Dios por su creación, o por su máxima creación: el hombre.

Creemos en el perdón de los pecados. Y es un motivo de felicidad sobrenatural. Ese estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien que llena de dicha y de paz. Es tener una relación con Dios, sin culpa.

De ninguna manera el perdón de Dios es una ocasión para abusar de su misericordia. Es un incentivo constante para vivir en eterna gratitud y reverencia al Dios y Padre que nos amó desde antes de la fundación del mundo y a su Hijo Jesucristo, quien dio su vida por nosotros.

 

Ernesto Nanni
Decano Académico del Instituto Bíblico Rio de la Plata
Pastor de la Iglesia Renacer, Temperley (B )
Abogado
Escribano Público Nacional
Dirección Producción Literaria de I.E.T.E.

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 7 | El Credo, entrega 8, Teología

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