CRECER EN LA DOCTRINA

| 10 febrero, 2014

Entiendo que crecer en la doctrina es crecer en el conocimiento vivencial, experimental o revelado de las verdades bíblicas. Conocimiento que, en tal caso, se evidenciará por la práctica habitual de esas verdades. Se podría entender como crecimiento doctrinal el incremento del conocimiento intelectual de la verdad bíblica.

Pero en tal caso, no es el crecimiento al que se aspira desde la perspectiva bíblica. Hebreos 5:11-14 y Hebreos 6:1-11 así lo confirman, cuando nos instan a un crecimiento en las palabras de Dios, evidenciado por un discernimiento espiritual maduro y una práctica concreta de esas verdades. Por lo tanto crecer en la doctrina no es conocer más la doctrina bíblica sino, más bien, practicar más lo que ya se conoce intelectualmente.

Ese fue el crecimiento en la doctrina que experimentó la iglesia de principios de la era cristiana. Iglesia que, por estar registrada en el divinamente inspirado libro Hechos de los Apóstoles, puede ser tomada como paradigma para el crecimiento doctrinal de la iglesia posterior a ella.

Aquella iglesia crecía doctrinalmente al perseverar en las convicciones recibidas (Hch. 2:42 y 16:5) y al difundirlas globalmente, por cuanto lugar ella abarcara (Hch. 12:24 y 13:49). Evidentemente en algunos lugares más que en otros se dignificaba más aún ese crecimiento, al añadir al conocimiento revelacional, el examen intelectual personal (Hch.17:11) y el aprendizaje dirigido (Hch. 18:11).

Estos casos, de Berea y Corinto, son mostrados como testimonios elogiosos, con principios de crecimiento doctrinal dignos de ser seguir. Finalmente Hechos 19:20 evidencia que el crecimiento doctrinal fue una constante en general por todo lugar donde hubo iglesia.

Si consideramos que aquella iglesia partió de una sólida base de conocimiento doctrinal, como era el conocimiento judío, sumado al conocimiento recibido por los apóstoles que convivieron con Jesús, es posible trazar un paralelo con la iglesia actual.

Hoy contamos con una sólida base doctrinal, institucionalizada por Lutero y desarrollada y enriquecida por los sucesivos movimientos y pioneros teológicos hasta este siglo. Pero en base a ese paralelo, la iglesia de este siglo XXI resulta deficitaria. Existen dos sectores antagónicos al respecto pero igualmente deficitarios: por un lado una iglesia estancada doctrinalmente por causa de una exacerbada intelectualización doctrinal; por otra parte una iglesia igualmente estancada en lo doctrinal pero ésta, por causa de un exacerbado sentimentalismo o mistificación. Esta última ha desplazado al intelecto por considerarlo un rector humano, natural, no divino; pero en su reemplazo ha entronado a las emociones y experiencias sensoriales o físicas como los nuevos o resucitados rectores doctrinales. Ni es más crecido aquel que más conoce la Biblia y domina la teología, ni es más crecido aquel que por su solo soplo, más gente se cae.

Cuál es el parámetro más justo ya lo visualizamos en el libro de Hechos. Cómo recuperar o reencauzarnos en ese parámetro, rescatando el orden y la sistematización de la enseñanza doctrinal aportada por aquella iglesia de la edad moderna, pero incorporando esa mente desestructurada de lo clásico y tradicional, tan propia de esta era posmoderna, y que suele caracterizar a la iglesia más mística o sensorial.

La iglesia, llamada a permanecer y cumplir con su misión mundial asignada por el Señor, será la iglesia que crezca en lo doctrinal, esto es que conozca revelacionalmente la Biblia, la Palabra de Dios, esto significa que la crea de corazón, la entienda por obra del Espíritu Santo y, por resultado natural no impuesto, la practique hasta sus últimas consecuencias, para gloria de Dios.

Si este es el propósito de las Facultades, Institutos y Seminarios bíblicos, pues que permanezcan y se extiendan por todo el mundo. Si este es el propósito de cuanta disertación y enseñanza ocurra en los grupos pequeños, escuelas bíblicas y congresos, bienvenida sea su multiplicación.

Entre la tendencia al encasillamiento doctrinal rígido que puede rondar las aulas de las instituciones teológicas y la flexibilidad cuasi herética de algunos maestros particulares y globales, los últimos guardianes de la sana doctrina no son los internautas que despotrican o alardean a uno y otro costado de la santa Palabra de Dios.

El Espíritu Santo, el gran Mentor de la iglesia, ha constituido a los pastores y maestros como los más directos responsables de perfeccionar doctrinalmente a los santos para la obra del ministerio. Ellos harán bien en retener solo lo bueno, pero luego de escudriñarlo todo. Esto incluye lo dicho y enseñado en congresos, convenciones, cursos bíblicos, seminarios e institutos, pero dejándose ellos también contener por el seno de una fraternidad de consiervos, apóstoles, profetas y evangelistas. Entonces sí que seguiremos creciendo en lo doctrinal, al mejor estilo o en la mejor versión del libro de los Hechos.

 

Jorge Arias
Profesor del Instituto Bíblico Río de la Plata
Secretario Nacional del Instituto de Educación Teológica por Extensión (I.E.T.E.)
Pastor “Centro Cristiano Nueva Esperanza” en Banfield (Bs. As.)
Licenciado en teología en ISUM
Alumno de la Facultad de Teología de las Asambleas de Dios en Latinoamérica

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 8 | Iglecrecimiento, entrega 6, Teología

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