EL FIN DE TODAS LAS COSAS, ¿FIN DEL MUNDO O FIN DE UNA ERA?

| 12 mayo, 2014

Muchos cristianos a lo largo de los siglos han tratado de explicar el fin profetizado en las Escrituras. Para unos significa el fin del mundo tal como lo conocemos hoy. Otros creen que se refiere al fin de la era actual de pecado y maldad, para dar inicio del gobierno de Dios en el mundo.

Para contestar la pregunta de si el escaton (fin) es el fin literal del mundo o la consumación de los tiempos del pecado, debemos comenzar haciendo un par de definiciones de lo que el material bíblico nos dice sobre el tema.

Primero, el lenguaje que se usa en la Biblia es uno que puede ser entendido en el sentido de un fin total y una nueva creación del cosmos (Apocalipsis 21.1; 2ª Pedro 3.10-12). Segundo, el material bíblico igualmente apuntó al fin como la consumación de los tiempos y el inicio del gobierno pleno de Dios sobre toda la Creación sin ningún tipo de oposición (1ª Corintios 15.24-28; Mateo 24.3). Tercero, al considerar todo lo que las Escrituras nos dicen en el Antiguo y en el Nuevo Testamento nos damos cuenta que las evidencias son suficientes para considerar que el fin es la consumación del plan de Dios para salvar a los elegidos de Dios, y el fin de la oposición al gobierno de Dios por medio de Satanás, sus ángeles caídos y los seres humanos que no creyeron al evangelio (Mateo 25.41; Apocalipsis 20.10, 15; 21.8); y al mismo tiempo podemos igualmente considerar que con la consumación del proyecto de Dios hay un fin del cósmico que nos introduce a una nueva creación material, en donde se eliminan los efectos del pecado en el universo.

Para poder considerar cuidadosamente lo que la Biblia dice sobre el fin hay que entender que el fin en la Biblia se presenta como parte de un proyecto divino cuyo propósito es siempre presentar a Dios como Soberano, Salvador y Señor de la humanidad caída.  El fin es parte de la autorevelación que Dios hace de Sí mismo por medio de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles y de Jesucristo, que es la máxima revelación de Dios a la humanidad.

En el Antiguo Testamento el fin estaba ligado a la aparición del Ungido de Jehová que vendría traer justicia, juicio y restauración a la nación de Israel, y comunicar sus propósitos salvíficos y juzgar a las naciones (Salmos 2; 22.27-31; 50.1-6; 67; 130; Isaías 11; 24-26; 60; 63.1-6; 65.17-25; Daniel 12; Joel 2.28 – 3.15; Miqueas 4 – 5; Sofonías 1;   Zacarías 9.9-17; 14; Malaquías 2.17 – 3.5; 4).

En el Nuevo Testamento nos encontramos que tanto Juan el Bautista como Jesús nos presentan la Encarnación como el cumplimiento de las profecías relacionadas al fin y al establecimiento del Reino de Dios (Mateo 3.1-12; Marcos 1.1-8; Lucas 3.1-18; Mateo 4.17; Marcos 1.14, 15).  En un sentido el fin escatológico está relacionado a la irrupción de Dios en el tiempo y el espacio por medio del Hijo, quien vino para establecer el Reino en las vidas de aquellos que creyendo al evangelio se entregan a Él en fe y arrepentimiento, y lo siguen como discípulos.

Los escritores del Nuevo Testamento consideran el Evento Cristo como la irrupción de los últimos días y la consumación del tiempo. Por ejemplo, Pedro en el Pentecostés presenta que lo sucedido en el Aposento alto  es el derramamiento escatológico del Espíritu Santo, profetizado por Joel, antes del gran día del Señor (Hechos 2.14-21). Pablo presenta a su generación como  habiendo alcanzado los fines de los siglos (1ª Corintios 10.11).

El autor de Hebreos declara que la revelación de Dios en Cristo pertenece a los “últimos días” (Hebreos 1.1).  Podemos entonces aseverar que en el pensamiento teológico del Nuevo Testamento el Evento Cristo es parte del fin.

Sin embargo, no es el fin de lo material sino el fin del imperio de muerte y destrucción de Satanás, quien es juzgado y echado fuera por las acciones de Cristo en la cruz y en la resurrección (Hebreos 2.14). Como menciona el teólogo George E. Ladd, estamos en el “ya, pero todavía no” del fin. Estamos en el fin porque Dios en Cristo ha cautivado el pecado y la muerte, y los seres humanos que creen al evangelio son hechos una nueva creación en Cristo (2ª Corintios 5.17).

Por otro lado, no hemos llegado al fin porque todavía vemos a las fuerzas del mal operando en el mundo, y los efectos del pecado se ven en toda la creación. Podemos ver y ser  protagonistas de un conflicto cósmico en el cual hay mucho dolor, muerte, caos y sufrimiento.

El fin del estado de sufrimiento continuo es lo que falta del escaton. El mensaje del evangelio apunta al momento cuando Cristo volverá a poner fin al presente cósmico y a iniciar una nueva creación en todos los sentidos de la palabra.

Jesús mismo apuntó a Su regreso como el clímax del nuevo orden que comenzó con la Encarnación (Juan 14.1-3; Mateo 24.14, 30, 31; Lucas 21.25.28). Este regreso de Cristo tiene un propósito doble: buscar a los suyos vivos en el momento de Su regreso y resucitar en cuerpo glorificado a los creyentes ya fallecidos, y juzgar a los que resistieron su llamado de salvación a lo largo de los siglos (Mateo 7.21-23; Juan 5.26-29; 1ª Corintios 15:51-54; Filipenses 3. 21, 21; 1ª Tesalonicenses 4.13-18).

En la consumación de este proyecto salvador y redentor de Dios, se nos promete un universo totalmente renovado y libre del pecado en todas sus formas. John Stott nos dice que “el nuevo cielo y la nueva Tierra no serán un universo sustituto (creado desde cero) sino un universo regenerado, purgado de toda la imperfección actual.”[1]  En este nuevo universo nos encontraremos con la ausencia de todo lo que sea opuesto al carácter y naturaleza del Trino Dios.

Por lo tanto, podemos igualmente concluir que el fin es el cierre de una historia de dolor para los seres humanos que se rebelaron contra Dios y que por medio de Cristo han sido hechos nueva creación. Es el cierre de una tortuosa historia para la creación material que espera ser redimida en conjunto a los hijos de Dios de la tragedia del pecado en el planeta (Romanos 8.20-23).

Este fin es el cierre del plan redentor de Dios en Cristo, quien al fin será honrado por toda la eternidad como Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos, digno de todo reconocimiento y adoración por todos aquellos que hemos sido salvados por su gracia y misericordia (Apocalipsis 7.9-17).

Con justa razón Pablo llama a esta realidad “la bienaventurada esperanza” (Tito 2.13).  Los creyentes anhelamos estar con Cristo en cuerpo, alma y espíritu adorando por siempre al Creador y Salvador de nuestras vidas. Mientras ese día llega, sigamos predicando e invitando a la salvación por gracia por medio de la fe en el sacrificio de nuestro Rey que un día volverá.  Con el autor del Apocalipsis digamos “Sí, ven Señor Jesús” (Apocalipsis 22.20).

 


[1] John Stott, Toda la Biblia en un Año, Adriana Powell, trad. y ed., (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 2012), p. 247.

 

 

 

 

 

Ernesto Alers Martir
Nació en Puerto Rico.
Cursó estudios teológicos en el Seminario Adventista Latinoamericano de Teología | Instituto Adventista del Plata (actualmente Universidad Adventista del Plata en Entre Ríos).
Licenciatura en Teología Gordon-Conwell Theological Seminary, USA
Masters of Arts en Historia Eclesiástica: Facultad de Estudios Religiosos de la Universidad McGill, Canadá
Especializado en el estudio del protestantismo guatemalteco en el periodo 1882 a 1940.
Fue pastor en Nueva York, Montreal.
Actualmente es pastor de Alianza Cristiana y Misionera Argentina en San Justo, Buenos Aires.
Ha ejercido la docencia teológica en varias instituciones en Estados Unidos: Instituto Bíblico Laico Ministerial de Nueva York; Canadá: Seminario Teológico Hispano Canadiense en Montreal;
McGill University en Montreal y en el  Instituto Bíblico Buenos Aires de Argentina.

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 10 | Estos tiempos, entrega 2, Teología

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