EL SEPTIMO SELLO: SILENCIO EN EL CIELO I

| 12 mayo, 2014

Transcribimos seguidamente la primera parte de las dos en que hemos divido un escrito de Juan Stam.
En esta entrega, el autor, traza un pormenorizado relevamiento del silencio producido en el Cielo –Apocalipsis 8:1-5–. La segunda y última parte, que Dios mediante publicaremos la próxima semana, nos llevará a entender el valor de la oración, a la luz del suceso descripto.

 

“Cuando el Cordero rompió el séptimo sello, hubo silencio en el cielo como por media hora. Y vi a los siete ángeles que están de pie delante de Dios, a los cuales se les dieron siete trompetas. Se acercó otro ángel y se puso de pie frente al altar. Tenía un incensario de oro, y se le entregó mucho incienso para ofrecerlo, junto con las oraciones de todo el pueblo de Dios, sobre el altar de oro que está delante del trono. Y junto con esas oraciones, subió el humo del incienso desde la mano del ángel hasta la presencia de Dios.

Luego el ángel tomó el incensario y lo llenó con brasas del altar, las cuales arrojó sobre la tierra; y se produjeron truenos, estruendos, relámpagos y un terremoto”.

(Apocalipsis 8:1-5)

 

Primero, usemos la imaginación: Esta escena es tan sencilla y a la vez tan dramática que es fácil visualizarla: cuando el Cordero abre el último sello, Juan se sorprende grandemente a descubrir que de repente todo el cielo se ha callado en un profundo silencio.Todo el ruido terminó; nadie se mueve y no pasa nada por media hora. Juan ve el trono de Dios, y frente al trono el pequeño altar de incienso, cuyo oro refleja el esplendor del rostro del Señor. Ante Dios están los siete ángeles de la presencia, que conocemos como los arcángeles. En medio del silencio, sin explicación alguna, se le da una trompeta a cada arcángel.

Un poco después, sin decir palabra, aparece atrás otro ángel (no uno de los grandes) con una bandeja de oro en su mano. Silenciosamente abre camino hacia el altar. Con gran solemnidad ofrece sobre el altar el incienso de nuestras oraciones, y todo el cielo (incluso Dios) olfatea el exquisito perfume que llena la corte celestial. Pasa un tiempo, y este anónimo ángel vuelve a llenar su bandeja de carbones encendidos, los lleva solemnemente afuera al parapeto del cielo, y los tira a la tierra. Suenan truenos y voces; ha terminado la media hora y se rompe el silencio.[1]

Y ahora, analicemos: Con Apocalipsis 8:1, después del largo interludio del cap. 7, Juan vuelve a la ya conocida fórmula de abrir los sellos (8:1; cf. 6:1,3,5,7,9,12). Con la misma fórmula[2] los primeros sellos habían soltado a los cuatro jinetes y el sexto había introducido catástrofes de aumentada severidad escatológica, pero en seguida unos ángeles detuvieron temporalmente los vientos de juicio (7:1-3). Con el último sello, y con la expectativa intensificada por el suspenso de la demora del cap. 7, esperaríamos con la apertura del rollo tan importante (cf. 5:1-4) el desenlace final de la historia, con acontecimientos aun más dramáticos que los de 6:12-17.

Pero no pasa nada de eso. Con la apertura del séptimo sello, lo único que pasa es…¡silencio! ¡Otra sorpresa! Y sorprende tanto más porque hasta ahora el Apocalipsis ha sido un libro muy ruidoso. Truenos y voces procedían del trono; vivientes y ancianos unían sus voces con millares de millares de ángeles (5:11-12; 7:10-12). Un ángel fuerte clamaba a voz en cuello (5:3); los mártires también “gritaban a gran voz” (6:10). Pero ahora, de repente, un misterioso silencio hace callar hasta a los truenos que procedían del trono. De repente todo sonido termina y toda la acción, hasta ahora tan acelerada, se paraliza.

Aunque el último sello ahora se rompe, no se dice nada del libro ya abierto ni se procede a leerlo, como esperaba Juan tan ansiosamente (5:4). Como si no bastara la doble pausa del cap. 7, el último sello parece ser otra demora anti-climáctica. Pero en medio del prolongado silencio, ocurre una doble acción sencilla y callada: primero se les entregan siete trompetas a los siete ángeles que están delante de Dios, y en el silencio entre la entrega de las trompetas (8:2) y el  tocarlas (8:6), otro ángel ofrece incienso sobre el altar de oro (8:3-5). Recibidas las oraciones ante Dios, suenan las trompetas y comienzan los juicios.[3]

En vez de un melodramático fin del mundo, estilo Hollywood, el séptimo sello resulta ser el bien ordenado inicio de una nueva serie de juicios. Las trompetas entregadas en medio del silencio del séptimo sello serán los instrumentos del próximo septenario de acción divina (8:6-11:19). Eso nos muestra que el séptimo sello consiste precisamente en las siete trompetas, y la tocada de la séptima trompeta será por eso el fin también del séptimo sello. La media hora de silencio, como una especie de entreacto, es a la vez la última apertura de sellos y el preludio de las trompetas que siguen.[4]

La media hora de silencio, paradójicamente, ha provocado muchos miles de palabras eruditas para explicar su significado.[5] De 8:3-5 es evidente que el silencio tiene que ver sobre todo con la presentación de las oraciones de los fieles. Dios da tanta importancia a las plegarias que vienen llegando de la tierra que hace callar a todas las multitudes celestiales. Charles (1920 I:223) y otros remiten a una tradición rabínica (Hagigah 12b) según la cual los ángeles del quinto cielo “cantan alabanzas de noche, pero se callan de día por causa de la gloria de Israel” (i.e, por las oraciones de Israel).[6] Charles agrega:

Las alabanzas de los rangos más altos de ángeles del cielo se callan para que se escuchen ante el trono las oraciones de todos los santos que sufren en la tierra. Las necesidades de ellos son más importantes para Dios que toda la salmodia del Cielo (1920 I:224).

Es más difícil explicar por qué este silencio, lleno de oración, se describe “como por media hora” (8:1). Se podría sospechar alguna correlación con otras “mitades” del libro: la “media semana” de años (11:2-3; 12:6,14; 13:5)[7] y de los “tres días y medio” de los dos testigos (11:9,11). La carta a Esmirna describe una persecución de 10 días (2:10), y la tortura por las langostas dura cinco meses (9:5,10). Muchos comentaristas han sugerido que los números irregulares o truncados (fracciones) señalan crisis o peligro.[8]

Aunque esa observación puede ser válida, hay otro factor que explica mejor esta frase. Apocalipsis  8:1-5 parece basarse en el ritual del sacrificio diario en el templo de Jerusalén.[9] Cada mañana al amanecer, después de inmolar al cordero pero antes de sacrificarlo sobre el altar de holocaustos, un sacerdote tomaba carbones de dicho altar y los llevaba solemnemente al altar de incienso dentro del lugar santo.[10] Después tomaba el incienso y lo echaba sobre los carbones. Mientras se quemaba el incienso y todo se llenaba de perfume, los sacerdotes oraban, probablemente en total silencio (Ex 30:34-36; m.Tamid 5.1-6; TAdán 1.12; Aune 1998:508; Wick 1998:512-514) y el pueblo también oraba afuera (Lc 1:10). Como indica Bauckham (1993A:82), ese ritual bien hubiera durado más o menos una media hora (hôs hêmiôrion).

Los siete ángeles de la Presencia (8:2). Lo primero que Juan observa dentro del silencio es la presencia de los siete ángeles que están en pie ante Dios. Aunque no se habían mencionado en los anteriores cultos celestiales, ni Juan los había visto antes, son presentados con artículo definido como el conocido grupo de “los ángeles de la presencia” (cf. Is 63:9; Jub 1:27,29; 2:1-2,  18). Eso significaba que ocupaban el puesto más próximo de Dios, y atendía al Señor en todo momento para ejecutar sus designios (cf. 1 R 17:1; ; Lc 1:19).[11] Los conocemos más comunmente como los siete arcángeles.

La Biblia nunca menciona al grupo de arcángeles como tal, aunque sí nombra a Miguel (Dn 10:13; 12:1) y a Gabriel (Dn 8:16; 9:21; Lc 1:19,26). Tobías 12:15 (c.200 a.C.) nombra a Rafael como “uno de los sietes ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor” (BJ).  En 1 Enoc 20 se llaman “los santos ángeles que vigilan” y se nombran: Uriel (Luz de Dios), Rafael (Dios cura), Ragüel (Deseo de Dios), Miguel (Quién como Dios), Saraqael (príncipe de Dios), Gabriel (Varón de Dios) y Remeiel (trueno de Dios).[12] En la tradición judía, una de las funciones principales de los arcángeles era la de llevar las oraciones a la presencia de Dios (1 En 9:1-3; 47:1-2; 99:3; 3 Bar 11:1-9; 14:2; TLevi 3:7).

Sin embargo, en Apocalipsis 8 los arcángeles desempeñan otro papel, simbolizado por las trompetas, y “otro ángel” asumirá el alto privilegio de de presentar las oraciones. En el judaismo la trompeta tenía muchas funciones muy importantes: según Números 10:1-10 servía para convocar al pueblo o a los líderes, movilizarles para la marcha, dar alarma de un ataque enemigo, y para celebrar días festivos.  Especialmente pertinente respecto a nuestro pasaje es que las trompetas se tocaban al final de los sacrificios diarios en el templo (Nm 10:10; Caird 1966:109) y con las oraciones litúrgicas (1 Mac 4:40).  A partir del tratado “Tamid” del Mischná, Sweet (1979:159) sugiere un paralelismo básico entre Apocalipsis 8 y el ritual matutino del templo: después del holocausto del cordero (Ap 5:6) se derrama la sangra a la base del altar (6:9) y se presenta el incienso en medio de silencio y oración (8:1-4) y al final tocan trompetas (8:6).[13]

El significado escatológico de la trompeta era especialmente importante. Trompetas anunciarán el juicio divino (Jl 2:1; Sof 1:14-16; OrSib 4:173-174); al son de la trompeta Dios reunuirá a su pueblo (Is 27:12-13; Mt 24:31; ApAbr 31:1-2; PssSal 11:1; Mt 24:31),[14] incluso a los muertos que resucitarán para unirse a la asamblea (1Ts 4:16; 1 Co 15:52; 2 Esd 6:22-26). Trompetas también anunciarán la llegada del reino (Lèqach tob a Nm 24:17; StrB 1:960; 1Ts 4:16; Ap 11:15).[15]

En cuanto al conjunto de siete trompetas, el antecedente más obvio es la conquista de Jericó (Jos 6).[16] El ataque a Jericó, muy similar a los sellos y trompetas del Apocalipsis, también fue un siete dentro de otro siete: por seis días siete sacerdotes tocando siete trompetas rodearon la ciudad (Jos 6:3-4), llevando consigo el altar; el séptimo día la circumambularon con trompetazos siete veces (6:15). Otros paralelos de este septenario con Jericó pueden verse en las grandes voces (Jos 6:16; Ap 11:15); caída de la décima parte de la ciudad (Ap 11:13;  Jos 6:20); y la aparición del arca (Ap 11:19). Caird (1966:108) infiere de estos paralelos que Juan podría haber estado pensando en este relato del AT al escribir Ap 8-11.

Otra sentena de trompetas tenía que ver con la Luna Nueva del mes Tishri, conocido después como fiesta de trompetas y como año nuevo.[17] Como era el séptimo mes del año, y la Luna Nueva de cada mes anterior se celebraba también tocando trompetas (Nm 10:10; Sal 81:3), en conjunto constituían un ciclo de siete trompetazos culminando en los siete del mes Tishri (otro “siete dentro de un siete”). Se celebraba con griteríos y trompetas,[18] y representaba el día de juicio para los pecados del año. Por eso la tocada de trompeta de Luna Nueva de cada uno de los seis meses anteriores se consideraba un anticipo de la del séptimo mes, con sentido de un “mini-juicio” anticipado y una amonestación, hasta la séptima trompeta en el mes de Tishri. El consecuente arrepentimieto debía prepararles para el día de las expiaciones que se realizaba el 10 de Tishri.[19] Entonces el resultado del arrepentimiento sincero será una nueva creación: “Arrepentíos en estos veinte días entre Rosh ha-Shanah y Yom Kippur, y…crearé en ti una nueva creación” (Peskita Rabbati 169a; cf. Jer. Rosh ha-Shanah 59c; Moore 1971 I:533).

Es obvio que la colocación de siete trompetas en las manos de los siete arcángeles (8:2) llevaba una fuerte carga de sentido escatológico. Es más: aquí todo se conjuga para aumentar la tensión del relato. Al abrir la escena los arcángeles no tienen trompetas; el solemne acto de repartirlas, en medio del profundo silencio, da portentos de graves juicios por venir. La expectativa y el asombro aumentan, cuando después de recibir las trompetas, los arcángeles no proceden a tocarlas como sería de esperar. En ese momento de alta emoción, sin romper el tenso silencio, una novedad interrumpe el curso del relato.

El otro ángel (8:3-5). Aunque normalmente era función de los arcángeles entregar las oraciones a Dios, en este relato a ellos les corresponden las trompetas de juicio y le toca a un anónimo octavo ángel[20] ofrecer el incienso de oración sobre el altar de oro.[21] Según ciertas tradiciones rabínicas un ángel (normalmente un arcángel) esperaba en las ventanas inferiores de los cielos para recibir las oraciones de los fieles y llevarlos ante Dios.[22] Ahora este “otro ángel”, un relativo “don nadie” en la corte celestial, recibe las oraciones y viene abriendo camino hacia el altar. Será el liturgista sacerdotal para la presentación del incienso. Apenas aparece y es el personaje central de este drama celestial, no por alguna autoridad propia suya sino porque lleva nuestras oraciones.

Para su oficio litúrgico, este ángel (igual que los sacerdotes del sacrificio diario) tiene un incensario de oro para llevar los carbones y el incienso.[23] En su incensario trae las oraciones que había recibido de la tierra, y al llegar al altar se le da mucho incienso “para ofrecerlo, junto con las oraciones de todo el pueblo de Dios” (8:3).[24] Aunque el griego de esta frase no es del todo claro, la interpretación más probable es que al incienso que traía el ángel en su incensario (nuestras oraciones) se agrega otro incienso celestial para ofrecerlos juntos sobre el altar.[25] En ese caso aquí nuevamente se unen tierra y cielo, ahora en oración como antes en adoración (ver arriba 7:11-12).

En el templo de Jerusalén el altar de incienso estaba en el lugar santo directamente frente a la cortina que entraba al lugar santísimo. Detrás de la cortina estaba el arca de la alianza, donde Yahvé se sentaba invisiblemente entre los querubines. Por eso el arca se consideraba también el “trono” de Dios[26] y el altar estaba “ante el trono”. Cuando el sacerdote quemaba la ofrenda de incienso, el humo fragante pasaba la cortina y entraba directamente a la presencia de Dios en su trono, el arca. Ahora, en el templo celestial, no hay cortina, el lugar santísimo está abierto, y “el humo del incienso subió desde la mano del ángel hasta la presencia de Dios” (8:4, cf, 11:19).

Nuevamente Juan nos sorprende, un poco escandalosamente, con una acción chocantemente contraria al sentido del sacrificio de incienso (Bauckham 1993A:82). El ángel llena su incensario con los mismos carbones que acababan de llenar el cielo con la fragancia del incienso, los lleva solemnemente hacia un parapeto del cielo, y los lanza vehementemente a la tierra (8:5a). En seguida termina la media hora de silencio con una explosión de fuertes ruidos: truenos, estruendos, relámpagos y un terremoto.

Ford (1975:135) señala cuatro grandes sorpresas en este relato: (1) del trono y altar, de donde se espera misericordia y perdón, ahora procede ira; (2) el incienso, “olor grato” por naturaleza, resulta ser instrumento de castigo; (3) las trompetas, típicamente instrumentos de alabanza y gozo, ahora traen ayes y desastres; (4) esta liturgia, celebrada en el mismo cielo, termina trayendo destrucción en vez de vida.

La acción de esparcir carbones, aunque no como parte del sacrificio de incienso, tiene un antecedente en Ezequiel 10:2. Desde su exilio en Babilonia, en el año 592 a.C. (Ez 8:1), Ezequiel es llevado en visión a Jerusalén para ver el juicio de Dios sobre el templo de Jerusalén. Seis hombres vienen armados a castigar a los idólatras, pero un séptimo, vestido de lino, lleva un tintero para marcar para salvación a “los que sienten tristeza y pesar” por las abominaciones del pueblo (9:2-4; cf. Ap 7:2-8). Entonces Dios manda al hombre vestido de lino esparcir sobre Jerusalem un puñado de brasas encendidas (Ez 10:2). Uno de los querubines toma en su mano algo del fuego que estaba entre ellos y se lo da al hombre vestido de lino para lanzarlo en juicio sobre la ciudad. Aunque las circunstancias son muy diferentes, Juan supo utilizar el símbolo de los carbones ardientes de ira divina para culminar magistralmente este mensaje sobre oración y juicio.

El resultado de la última acción es cuádruple: truenos, estruendos, relámpagos y un terremoto (8:5b). Esta significativa fórmula amplía la descripción del trono en la visión del cielo: “del trono salían relámpagos, estruendos y truenos” (4:5; ver comentario). Ahí la frase se derivó del relato del éxodo (Ex 19:16-19), con ecos secundarios de la teofanía de Ez 1:4,13. Esa fórmula inicial se va a repetir con el último elemento de cada septenario, pero ampliada cada vez:

8:5:   truenos          estruendos  relámpagos  terremoto
11:19: relámpagos   estruendos  truenos         terremoto                    granizada[27]
16:18  relámpagos   estruendos  truenos         violento terremoto   granizos como nunca antes etc

Llama la atención que esta secuencia ocurre cada vez con el séptimo elemento. Bauckham (1993A:8-7,202-203), quien ha hecho el análisis más detallado de esta fórmula, saca dos conclusiones: (1) esta fórmula progresivamente creciente conecta el final de cada septenario con la visión inicial del trono (Ap 4-5); (2) la fórmula conecta entre sí a los tres séptimos elementos (sello, trompeta y copa), indicando que en cada uno se trata del mismo juicio visto desde distintos ángulos.[28] El séptimo sello (con el sexto) introduce la dimensión escatológica e interpreta el fin como ira del Cordero (6:17), la séptima trompeta como reino de Dios, y la séptima copa como caída de la gran Babilonia.

 



([1]) Este pasaje tan bello se presta para la dramatización. Una silla puede representar el trono y alguna mesita (frente al trono) el altar de oro. Siete personas se paran en semicírculo ante el altar, y en total silencio se entrega una trompeta a cada una. Después, sorpresivamente, otro ángel entra atrás con una bandeja y avanza, sin palabra alguna, hasta el altar. Coloca el incienso sobre el altar, todos respiran profundo y todo el cielo se llena de fragancia. Después llena su bandeja de imaginarios carbones, sale afuera y los tira a la tierra. Suenan truenos y fuertes voces (un tremendo “¡boom!” sorpresivo, después del misterioso silencio, debe sorprender mucho a los presentes y despertar a cualquiera que se haya dormido), y el primer ángel toca su trompeta.
([2]) El griego de 8:1 tiene una pequeña variante de los paralelos anteriores, en que pone hotan con el aoristo indicativo en vez de hote, pero dicho cambio no parece afectar el sentido.
([3]) Algunos autores toman 8:3-5 como un agregado al pasaje, pero el texto como está tiene un sentido muy coherente y mucha fuerza dramática.
([4]) Eugene Peterson (1988:84) observa que en cualquier serie, los elementos más importantes son el primero y el último. En ese sentido, dice Peterson, los sellos comienzan con la victoria de Cristo (6:2), pasan por la oración (8:3-5) y terminan con el triunfo del reino del Señor (séptima trompeta, 11:15-19). De esa manera Juan, sin minimizar ni explicar el mal, lo “encierra” entre corchetes de la victoria del Cordero quien es Alfa y Omega.
([5]) Entre las muchas interpretaciones son: una simple técnica literaria para crear suspenso, un silencio litúrgico, descanso sabático, preaviso de una teofanía, asombro ante la gloria de Dios o los terribles juicios que vienen, silencio militar antes de la batalla, silencio antes de la nueva creación, y otras; cf. Wick (1998:512). Beale (1999:445-447) insiste correctamente que el séptimo sello no está vacío de contenido propio, pero parece subordinar el tema de la oración al del juicio, como contenido y sentido princiqpal de la media hora de silencio.
([6]) Caird (1966:106) y Bauckham (1993A:70-83) también apelan a este texto rabínico. Bauckham (p. 72) cita también Hekhalot Rabbati: cada mañana  Dios bendice a los JaYôT (seres vivientes que rodean su trono, Ez 1:5), pero en seguida les manda callar: “Que la voz de mis vivientes, que yo he creado, se calla ante mí; quiero oir y escuchar las oraciones de mis hijos [Israel]”.  Según Midrash Rabbath, cuando Israel pronuncia la Schemá, los ángeles se callan hasta que se complete la adoración de Israel (Gen.R. 65.21). Bauckham cita muchos otros textos judíos similares.
([7]) Curiosamente, el Apocalipsis nunca describe este período como “tres años y medio” sino por varios equivalentes. Tampoco habla de siete años.
([8]) Ford 1975:130; Ellul 1977:70; Prigent 1981:130; Roloff 1993:102; Foulkes 1989:98. Se señala también un posible paralelo en Jos, GJ 6.5.3, que durante el sitio de Jerusalén una brillante luz resplandeció durante una media hora.
([9]) Bauckham (1993A:79-82) cita a M.Tamid 3.2; M.Yom 3.5; Filón Spec.Leg 1.171,275-276; cf. Ford (1975:136); Schürer (1979 II:292-294, 302-307). El incienso se ofrecía también cada noche, después del holocausto, de modo que los sacrificios del día iban entre el incienso que precedía al primer sacrificio en la mañana y el incienso que seguía al último sacrificio de la tarde. Por otra parte, Bauckham señala que no se usaba el incienso en el culto cristiano sino hasta el siglo cuatro.
([10]) El oficiante fue escogido por suertes entre los sacerdotes que no habían celebrado este ritual antes. Le acompañaban dos sacerdotes auxiliares.
([11]) En las cortes orientales, sólo los cortesanos más favorecidos y de mayor confianza podían estar en la presencia inmediata del soberano.
([12]) DíezM IV:56. La traducción de los nombres es discutible. Algunos mss de 1 Enoc añaden: “Y éstos son los siete nombres de los arcángeles” (cf. 2 Esd 4:36).  Otros textos hablan de sólo cuatro arcángeles (1 En 9:1; 40:2,9; 54:6; 71:8). El Apocalipsis no muestra ningún interés por sus nombres.
([13]) Las trompetas y los gritos tenían la función de acordarle a Dios de su pacto para que reciba el sacrificio (1QS 10.5) o para que libere a su pueblo (Nm 10:9-10; 1QM 10.7). Algunas trompetas en Qumran llevaban la inscripción, “recordatorio de venganza en el tiempo señalado de Dios” (NIDOTT I:1105; III:873). Según Gemara 16b las trumpets de Tishri se tocaban para confundir a Satanás (Caird 1966:108).
([14])  Cf. Schemone Esre, StrB I:95; Pesiq 154b, PesiqR 41, StrB I:960.
([15]) Sorprende lo poco que figuran las trompetas en este último aspecto en la literatura extra-bíblica.
([16]) Charlier (1993 I:29,193). También cuando David llevó el arca a Jerusalén le acompañaron siete trompetistas, cuyos nombres se mencionan en 1 Crónicas 15:24, y cuando Nehemías dedicó el muro de la ciudad siete sacerdotes tocaban trompeta (Neh 12:41).
([17]) El AT nunca nombra esta fiesta como tal, pero algunos pasajes aluden a su celebración (Lv 23:23-25; Nm 29:1-6); cf. Filón SpecLeg 1.35; 2.31.
([18]) Algunos autores afirman que se tocaban cien trompetazos en el día de Rosh ha-Shanah (Año Nuevo), Stern 1996:489. Se llama también “el día del clamor” (Maerten 1961:60-62).
([19]) Caird 1966:108; ISBE IV:924; Moore 1971 I:523,530; II:62-63; de Vaux 1985:636-637.
([20]) Es imposible que el título insignificante de “otro ángel” designara a Jesús como mediador celestial, como afirman algunos. Roloff (1993:107) observa que el “otro ángel” no era del grupo que estaba “de pie delante de Dios”; tuvo que “meterse” donde no le correspondía y asumir funciones que no eran suyas. Cf. también el “otro ángel”, un quinto también “fuera de serie”, que retuvo los vientos de juicio en 7:1-3. Son los “agentes irregulares” que Dios usa, que no pertenecen a las jerarquías establecidas.
([21]) El altar de oro era pequeña, de unas 18 pulgadas cuadrado y 3 pies de altura (Ex 30:1-10), con una pequeña barandilla y cuatro cuernos en sus esquinas (Ap 9:13).
([22]) Bauckham 1993A:74; Moore 1971 I:524,530: Sanh 103a; JerSanh 28c; Peskita 156b; 162 a-b; Lev.R.30:3; Tg 2Cr 33:13; cf. 3 Bar 11:3-9; 1 En 9:1-11; 99.3.
([23]) La palabra griega traducida “incensario”, libanôtos, normalmente significa “incienso” (1 Cr 9:29 Lxx; 1 Mac 1:22; 1 Esd 2:13), pero aquí el contexto y el agregado “de oro” demuestra que se refiere más bien al incensario. Según 1 R 7:50 (cf. 2 Cr 4:22; 1 Esd 2:13) en el templo se usaban “incensarios de oro purísimo”, pero de bronce antes en el tabernáculo (Ex 27:3). Apocalipsis de Moisés 33 (gr.) afirma que al morir Adán, los ángeles con incensarios de oro intercedieron por él “y el humo del incienso cubrió el firamento” (DiezM II:334).Que nuestras oraciones sean entregadas sobre el altar de oro, con un incesario también de oro, igual que en el templo antiguo, subraya impresionantemente la importancia y la dignidad de nuestro sacerdocio intercesorio.
([24]) Aquí es muy probable que el pasivo impersonal señale a Dios como sujeto: Dios da a los arcángeles las trompetas y al otro ángel el incienso celestial para agregarlo a nuestras oraciones. En 5:8 las mismas oraciones humanas son el incienso. Aquí las oraciones no son sólo de los mártires (6:10) sino todos los fieles. Sobre el incienso ver comentario arriba para 5:8.
([25]) Algunos sugieren que aquí las oraciones humanas son los carbones encendidos en el incensario y el incienso es intercesión celestial o angelical (Ford 1975:131; Harrington 1993:104). En cambio, Bruce interpreta el dativo como hebraismo (Le de definición) y lo traduce “mucho incienso, que consiste en las oraciones de todos los santos” (Mounce 1977:182).
([26]) Ex 25:22; Nm 16:40; Prigent 1981:132; Aune 1998:512.
([27]) En 8:5 los truenos anteceden a los relámpagos, como en Ex 19:16 y como ocurre en una tempestad. Pero 11:19 y 16:18 siguen el orden de 4:5.
([28]) Bauckham usa una analogía de la fotografía: Juan llega a enfocar el juicio, después se acerca para una descripción más completa, como un “close-up”.


Juan Stam
Misionero en Costa Rica por más de 45 años.
Doctor en Teología por la Universidad de Basilea, Suiza.
Profesor, por muchos años, del Seminario Bíblico Latinoamericano.
Escritor, autor de varios libros y artículos.

 

 

 

Cordialmente es la expresión de PASTORESxlaGENTE que, fiel a sus principios, no procura fijar conceptos únicos, sino que busca expresar la diversidad en la pluralidad que caracteriza al movimiento evangélico.
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