RECIBIMOS MUCHAS AMENAZAS…, PERO ESA VEZ FUERON FUERTES

| 12 mayo, 2014

Lo que le cuento aquí es una historia real de una de las ocasiones en que fuimos amenazados, probablemente la oportunidad cuando mayor violencia utilizó el diablo con el fin de amedrentarnos.

Soy de los que le ha tenido que poner el pecho a las balas, aunque no me jacto de ser el único que vivió estas circunstancias. Recuerdo, en plena época del Proceso Militar de los ´70, estar predicando en una esquina de Belgrano, a la noche, con más de 200 personas escuchando y de repente dos personas, bajadas de los tristemente famosos Falcon Verdes, me estaban apuntando con armas largas.

Durante ese proceso, en dos o tres oportunidades más, tuve frente a mí los cañones de las armas, por estar al servicio del Señor en lugares públicos.

Luego, ya en democracia, esto se repitió en otras ocasiones; en una de ellas, estando en José C. Paz en una carpa evangelizando, me dijeron que me estaban esperando a la salida del lugar, junto a mi auto estacionado, en un sector oscuro. Y, alguna vez le retorcí el brazo a un hombre que con un arma blanca había amenazado gente en la Iglesia que me toca pastorear y así lo saqué hasta la calle desde donde lo eché, estando los dos solos y él armado.

Vicisitudes de la tarea pastoral que en el momento que las vivimos nos llenan de adrenalina y al contarlas luego, nos damos cuenta que sólo la gracia del Señor y la evidente compañía de sus ángeles, nos salvaron.

Pero la que quiero relatarles esta vez fue distinta y, probablemente, demuestra como el poder de las tinieblas se manifestó en bruto.

Colaboraba, a mediados de la década del ´80, en un programa de radio con el pastor Ricardo Cabrera a quien Dios usaba mucho en sanidad divina. Yo no estaba en su Iglesia, pero me había pedido ayuda para la radio. Teníamos un par de horas en vivo en Radio Argentina, cuando aún no habían comenzado las FM y por ende era el único medio donde diariamente se podían escuchar predicaciones, situación a la que se sumaba Radio Colonia los domingos.

Mi actividad en la radio consistía en preparar el programa e ir a la noche. Cabrera me pasaba a buscar por casa después del culto que él tenía todos los días, e íbamos juntos hasta la radio. En ese viaje yo le decía lo que había preparado y entonces entre ambos dialogábamos durante el programa, cada media hora cortábamos para que él orara.

El Señor estaba haciendo muchísimos milagros durante esas horas de la noche; empezábamos a las 0:30 y recibíamos incontable cantidad de llamadas a las dos líneas de la radio. Por el vidrio mirábamos y podíamos observar que los colaboradores atendían una llamada tras la otra, no quedaba nunca el teléfono desocupado. Es más, la gente llamaba durante el día a la radio y, a la noche, los productores de los programas seculares y los locutores del día nos dejaban los pedidos de oración.

Una noche le dije al pastor que habláramos de la Segunda Venida de Cristo. Coordinamos todo en el viaje y empezamos el programa. Esa noche los teléfonos enmudecieron. Mi colega atemorizado me dijo durante un corte musical: “Rodolfo, hoy no nos está escuchando nadie”, “¿por qué dice eso?” pregunté. “Pues mire -me dijo- no suenan los teléfonos para nada”, efectivamente nuestros colaboradores nos miraban desde el otro lado del vidrio y por primera vez teníamos las líneas totalmente desocupadas.

Fue entonces que le dije “para mí es al revés, hoy por primera vez nos están escuchando”.

Luego le expliqué mi postura, mientras él hacía señas al operador que mandara otro tema musical y los anuncios, le dije “habitualmente la gente nos escucha hablar de sanidades, liberaciones y bendiciones. Siendo sinceros, cada noche partimos de un pasaje distinto pero terminamos repitiendo los mismos conceptos: fe, humildad, pedir y cuando usted ora la gente pone su fe y Dios obra. Esa gente se cuelga del teléfono para pasar su pedido para que oremos, total lo que se pierde de la prédica no es algo irrecuperable o conceptos que no volvamos a repetir. Mientras que hoy, están escuchando algo trascendental, les hablamos de la Venida de Cristo y del Cielo y, por escucharnos, están dejando de lado el teléfono, porque se dan cuenta que hay algo más importante que lo terrenal.

“Sigamos entonces” me dijo y continuamos con el tema.

Un momento después empezó a sonar el teléfono. Sólo que esta vez era para amenazarnos. Con las líneas libres de los que ese día no pedían sanidad, empezaron los otros llamados. En forma directa las amenazas eran “si no dejan de hablar de ese tema, al terminar el programa los vamos a buscar armados a la puerta de la radio”. Todos sabían la hora que terminaba el programa y la dirección donde estaban los estudios de la radio.

Fueron tan fuertes y violentas las llamadas amenazantes y, fueron tantas, que en otro corte musical tuvimos que ir a donde estaban los colaboradores a animarlos y a orar por ellos porque estaban muy asustados. No es necesario ni prudente que transcriba aquí la terminología vulgar que utilizaban, junto a las amenazas.

Demás está decir que nos agrandamos y predicamos con más ahínco, aclarando las verdades bíblicas como estaban expresadas en La Biblia: que hay un Cielo para ir a disfrutar o un Infierno para sufrir si uno no acepta el perdón de los pecados en la Sangre de Cristo. Presentamos específicamente que había que tomar una decisión de aceptar o rechazar a Jesús.

Cuando volvíamos a la madrugada en el auto, le comenté a mi colega: “¿Vio lo que le duele al Diablo?, mientras hablamos de bendiciones, sin decisiones a tomar ni compromisos a asumir, no se molesta para nada. El asunto es cuando hablamos de la Vida Eterna, es evidente que ahí reacciona fuerte y sus dominados se manifiestan”.

Nuestros mensajes de mejor calidad de vida no molestan a Satanás, el mensaje de la eternidad, tan olvidado en nuestros púlpitos, es el que lo hace reaccionar. Probablemente en esa lucha que mantiene contra nosotros, no sólo amenaza de afuera, se mete subrepticiamente a nuestro lado y nos convence que mejor no prediquemos de la Segunda Venida de Cristo ni de la Gloria eterna en el Cielo; sabe muy bien que cuando los cristianos se aferran por la fe a esta promesa, ya no vuelven atrás y cuando los que no son seguidores de Cristo comprenden esto, ya nada los para en entregarse al Señor.

No nos dejemos amedrentar cuando amenaza de afuera ni cuando nos convence desde adentro, diciendo que con el mensaje del Cielo fracasaremos ministerialmente. Nuestro gran mensaje, la gran esperanza que tenemos, está basada en esa realidad indiscutible en La Biblia: estaremos junto a Él por la eternidad. Nuestra gente debe saberlo y nosotros debemos recordárselos a menudo.

 

 

Rodolfo Polignano
Pastor en el barrio de Colegiales de la Ciudad de Buenos Aires
Unión de las Asambleas de Dios
Profesor del Instituto Bíblico Río de la Plata durante 30 años
Escritor y maestro se especializa en Homilética
Bajo su ministerio pastoral se levantaron 12 nuevas congregaciones
Sirvió muchos años como presidente de Evangelismo de la Unión de las Asambleas de Dios

 

 

 

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Categoria: Archivo Documental, Edición 10 | Estos tiempos, entrega 2, TESTIMONIOS E HISTORIA

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