CONSUMISMO O EL FIN DE LA FIESTA. Parte I

| 19 mayo, 2014

La movida. Lo que está de onda. La nueva ola. La última. Lo que se curte ahora… habla del envejecimiento de otras olas que perdieron filo, y de lo re-viejo que parece lo que hasta hace muy poco era impresionante, pero ahora ya aburre.

La necesidad de lo que podríamos llamar “lo nuevo”, poseer algo nuevo o de discutir algo nuevo, llenó las expectativas de los aburridos desde hace mucho tiempo. Los griegos de la época de San Pablo ya eran así. Cuenta San Lucas, en el libro de los Hechos, que cuando Pablo llegó a predicar el evangelio en Atenas, sus habitantes no tenían pasatiempo más entretenido que ver o escuchar algo nuevo.

La moda era encontrar algo nuevo para discutir y comentar. Lo viejo ya aburría, había que escuchar urgentemente algo novedoso. No importa de donde venía, si era nuevo había que escucharlo. Tal vez ésta sea una característica de una civilización en crisis o en decadencia.

Ahora también, en ésta, nuestra civilización, se intenta proveer a los aburridos de temas de conversación. Se entrega material fresco para el comentario, para alimentar la curiosidad y provocar alguna nueva expresión que será parte del nuevo vocabulario.

Desde los medios periodísticos, las noticias más nuevas y más recientes, parece que taparan a las anteriores. Así, los noticieros nos cubren de información al instante, pero nosotros no sabemos qué hacer con tanta información de todos lados del mundo. En realidad, no tenemos cómo procesar o priorizar lo que recibimos.

Una noticia sobre economía tapa a una sobre el crimen y la próxima, sobre corrupción, nos hace olvidar la guerra entre tribus del África. La última noticia deportiva vino justo después de la que hablaba de la mortalidad infantil en los hospitales de una provincia. El escándalo político de hoy nos hace olvidar el fraude comercial de ayer y la noticia cholula del jet-set cubre el impacto que produjo la huelga general y los estragos del nuevo virus que no saben como parar.

Nosotros somos iglesia en este siglo, parte activa de esta civilización. A veces parece que la iglesia, para sentirse actual y moderna, tiene que operar de esta misma manera, tapándose de novedades, aceptando que el vértigo de las modas dicte sentencia contra lo que dejó de llamar la atención. Nos sentimos en la necesidad de encontrar algo nuevo que despierte el comentario de una iglesia aburrida que forma parte de una sociedad saturada.

Queremos impresionar de alguna manera. Nos encontramos trabajando para abastecer de novedades y de sensaciones a un público que, en un plazo brevísimo, las considerará parte de lo que ya fue. Como si hiciéramos envejecer todo en muy poquito tiempo. Casi diría que es una enfermedad que hace que algo envejezca antes de terminar de crecer.

Unos años atrás yo estaba a cargo de la parte musical de una campaña en la zona sur del Gran Buenos Aires y el predicador era un evangelista muy conocido. Disponíamos de unos equipos de amplificación realmente impresionantes, con un caudal de sonido que llenaba y excedía el predio más allá de lo que los vecinos hubieran querido. Una noche me alarmó el hecho de que el predicador no paraba de pedirle al técnico de sonido más y más volumen de retorno. El mismo no se escuchaba. Sobraba volumen, te aturdía… pero no alcanzaba. Diez años antes ningún recital de rock en la Argentina hubiera dispuesto de semejante amplificación al aire libre. Ahora a un predicador del evangelio le parecía poco. Es la insatisfacción por la saturación.

Dado que nuestra fe, la fe de los cristianos, no es nueva, sino que muchos hermanos y hermanas, y chicos y chicas, la han creído y vivido desde hace muchos siglos, podría pensarse que algo nuevo hay que hacerle para que no se note que es tan vieja. Nos parece que a nadie le interesa ser parte de una iglesia que no es un producto novedoso. Tiene que estar de moda.

Y en realidad la iglesia envejece, pero también es realidad que tiene miedo de envejecer. Envejece, pero no por el paso del tiempo, envejece cuando no entiende a las nuevas generaciones, ni sabe cómo hacerse entender. Entonces se pone vieja, distante, ausente.

Envejece cuando valora como sagradas y venerables modas y costumbres pasajeras y las confunde con valores eternos. Cuando no puede apreciar lo que surge ahora. Cuando todo lo bueno es “lo de antes”. Entonces se pone caprichosa, rígida y estéril.

Pero también es cierto que la iglesia tiene miedo de envejecer. La iglesia está viva y tiene el sano temor de perder generaciones enteras por no captar sus necesidades y no saber qué ofrecerles ni cómo. Tiene miedo de no entender ni siquiera los nuevos lenguajes, mucho menos las nuevas ideas. Este temor al envejecimiento no es pura coquetería, tiene una raíz responsable. Nos habla de que la iglesia está también ligada al presente y al futuro.

No se conforma con relatar en palabras antiguas los logros de otra época. Quiere vivir y disfrutar lo de hoy. Necesita y está dispuesta a vivir nuevas aventuras de la mano del Señor de la historia.

 

 

 

Julio Cesar López
Pastor en Belgrano
Iglesia Presbiteriana San Andrés

 

 

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Categoria: Edición 10 | Estos tiempos, entrega 3, Reflexiones

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