EL ANTICRISTO 2

| 7 julio, 2014

 ¿Qué dice la Biblia?
Exégesis y tradición en la profecía predictiva
El anticristo en el Apocalipsis

El “anticristo” en el Apocalipsis, ¿dónde está? Casi todos los comentaristas de 1ra de Juan o del tema “anticristo”, frente a las extrañas ambigüedades de los textos juaninos, terminan con la misma salida: “El anticristo es idéntico con la bestia del Apocalipsis y el malvado de 2da Tesalonicenses” y nos remiten a esos pasajes. Pero no basta afirmar esa correlación de textos a priori; esas supuestas correlaciones tienen que examinarse y probarse. Ahora nos toca, entonces, esta pregunta: ¿son realmente idénticos el anticristo de las epístolas juaninas, la bestia del Apocalipsis y el malvado de 2da Tesalonicenses? ¿Se refieren todos realmente a un mismo “Anticristo” personal?

A primera vista parecería que no son idénticos, pues el único anticristo que presenta el Nuevo Testamento no establece un reino mundial ni persigue a la iglesia y, ni la bestia ni el malvado, niegan la humanidad de Jesús. Pero veamos estos textos con más cuidado para aclarar más este tema.

La segunda mitad del libro del Apocalipsis gira alrededor de un largo drama, que podemos llamar “el drama del dragón” (Apocalipsis 12-13; 17-20). Este emocionante relato, con impresionantes cualidades teatrales, sólo puede entenderse bien mediante un análisis narrativo, pues enseña verdades por medio de un relato. Por eso, sólo después de analizarlo narrativamente, como historia que es, debemos preguntarnos por posibles referentes externos al relato mismo. Algunos de estos últimos son obvios y ayudan a entender el relato, pero la identidad de la mayoría de los detalles narrativos no es obvia. Una concentración de atención en los referentes externos no debe interrumpir el fluir narrativo de esta historia simbólica.

En el capítulo 12 una mujer majestuosa, parturienta, aparece frente a un dragón (la antigua serpiente) que espera con el agua en la boca para devorar al niño apenas nazca. Pero al instante de nacer, el niño (el Mesías) es arrebatado al cielo, al trono a la derecha de Dios. Frustrado, el dragón trata de capturar al niño, pero el arcángel Miguel le sale al encuentro, le administra una tremenda derrota y lo lanza a la tierra. ¡Segundo fracaso! Entonces el dragón intenta vengarse con la mujer, madre del niño, pero a ella le salen unas alas y se va volando, fuera del alcance del dragón. ¡Tercera derrota! Entonces, furioso, el dragón abre su boca y vomita un gran río de veneno para tratar de ahogar a la mujer, pero la tierra abre la boca suya, traga ese río de veneno y la mujer queda ilesa. ¡Cuarta derrota! ¡Pobre diablo!

El dragón no acepta su derrota y fragua una nueva estrategia, formándose un equipo de trabajo. Del mar evoca una bestia con siete cabezas (13:1-10), que simbolizan a siete montes y siete reyes (17:9-10). A esta bestia el dragón le da su trono y gran autoridad (13:3), por lo que la gente adora a la bestia, y así al dragón que la puso en el trono (13:4). Esta bestia habla blasfemias y hace guerra contra los santos. Después el dragón saca de la tierra otra bestia, con cara de cordero, que hace milagros y promueve la adoración de la primera bestia.

Cae la cortina y cuando se levanta aparece una ramera que está borracha con la sangre de sus víctimas (17:6) y a su vez ella emborracha al mundo entero con sus lujos y su poder (17:2). Su nombre es Babilonia y simboliza la ciudad que está reinando sobre toda la tierra en ese tiempo (17:18, obviamente Roma). Pero sus propios aliados se vuelven contra ella, la desnudan y la queman (17:16), de modo que la última figura en entrar es la primera en salir del escenario. Después de una larga celebración de la caída de esa ciudad corrupta (18:1-19:8), sigue la gran batalla final, conocida como Armagedón (16:16), en que el dragón pierde a sus dos aliados, las bestias que organizó para ser su equipo de desgobierno (cap.13), y Dios las lanza al lago de azufre y fuego (19:20). De ese modo, los segundo y tercero en entrar lo son también en salir. Ahora el dragón está sólo, igual que al final del capítulo 12, pero Dios, en vez de echarlo también al lago de azufre y fuego, le da una larga sentencia de prisión preventiva (20:2-3). Terminada la sentencia, Dios suelta al dragón y éste sale de nuevo a engañar a las naciones y provocar otra guerra, ahora con sus nuevos aliados, Gog y Magog. Marchan hacia el campamento de los justos, pero cae fuego sobre todos ellos (20:7-9). El dragón y todos sus aliados son echados al lago de fuego y azufre, donde ya estaban las dos bestias (20:10). Cae el telón y ha terminado el drama. ¡El fin!

¿Está el Anticristo en el Apocalipsis? El anticristo nunca se menciona en este libro y menos en el sentido que tiene en las epístolas juaninas. ¿Pero podría uno de los cuatro personajes de este drama corresponder a la figura tradicional del Anticristo? Esa es la correlación que se suele hacer. Sin embargo, no puede ser el dragón quien cumpla el papel de Anticristo, porque éste se identifica como Satanás mismo, el diablo, la antigua serpiente (12:9). La primera bestia, con sus siete cabezas, que son siete montes y siete reyes, no es una persona; simboliza a un sistema, que con toda probabilidad es el imperio romano, mientras el Anticristo tradicional se concibe como personal, no como un sistema o un imperio. La segunda bestia, conocida en adelante como el falso profeta, tiene algunas características del Anticristo (hace milagros, engaña y oprime), pero él no se cree Dios sino promueve la adoración a la primera bestia. En último lugar, la ramera (alias Babilonia) no puede ser el Anticristo porque es una ciudad (17:5,18).

Además, es necesario tomar muy en cuenta el contexto histórico del Apocalipsis. Juan de Patmos es pastor de siete congregaciones, y algunos están fuertemente tentados a participar en el culto al emperador. Por eso, los cuatro personajes del drama tienen un carácter mucho más político y económico (anti-imperialista) que el anticristo de primera de Juan o de la tradición escatológica. Podemos concluir que el anticristo, tanto según primera de Juan como según la tradición teológica, no aparece en el Apocalipsis. Por eso debemos ser fieles al lenguaje propio del Apocalipsis mismo y no de otras fuentes, y hablar de la bestia y su ministro de propaganda (el falso profeta), de la ramera que prostituye con injusticia el poder y la riqueza, de los jinetes de los cuatro caballos, etc., pero no del Anticristo, porque él no está (ni con minúscula ni con mayúscula) en el Apocalipsis.

El Anticristo y el Malvado de 2da Tesalonicenses 2:1-12: Este es el pasaje del Nuevo Testamento que más se acerca al concepto del Anticristo de la tradición. De nuevo es importante el contexto. Algunos tesalonicenses estaban creyendo y enseñando, hasta con profecías, que la venida de Cristo estaba inmediata. Pablo les exhorta a “no perder la cabeza” (2:2) y explica que antes de venir el Señor tiene que aparecer “el hombre de maldad” (2:3). El texto reza como sigue:

“Ahora bien, hermanos, en cuanto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, les pedimos que no pierdan la cabeza ni se alarman por ciertas profecías, ni por mensajes orales o escritos supuestamente nuestros, que digan, “¡Ya llegó el día del Señor!”.

No se dejen engañar de ninguna manera, porque primero tiene que venir la rebelión contra Dios y manifestarse el hombre de maldad [ho anthôpos tês anomias], el destructor por naturaleza [hijo de ruina, apôleia].

Éste se opone y se levanta contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de adoración, hasta el punto de adueñarse del templo de Dios [sentarse en el templo] y pretender ser Dios.

¿No recuerdan que ya les hablaba de esto cuando estaba con ustedes?

Bien saben que hay algo que detiene a este hombre, a fin de que él se manifieste a su debido tiempo.

Es cierto que el misterio de la maldad [tês anomias] ya está ejerciendo su poder; pero falta que sea quitado de en medio el que ahora lo detiene.

Entonces se manifestará aquel malvado [ho anomos, “el sin-ley”] a quien el Señor Jesús derrocará con el soplo de su boca y destruirá con el esplendor de su venida [epifaneia tês parousias autou], cuya venida [parousia] es por obra de Satanás, con toda clase de milagros, señales y prodigios falsos.

Con toda perversidad engañará a los que se pierden por haberse negado a amar la verdad y así ser salvos…”

Este texto tiene dos conceptos en común con 1ra Juan 2:18: en ambos casos el autor recuerda a los lectores de enseñanzas previas y ambos pasajes destacan la realidad de la acción presente, no sólo futuro, de la fuerza maligna. Todo lo demás es radicalmente distinto. El contexto y propósito de este pasaje no se parece al de 1ra Juan. Para refutar a los falsos maestros que anunciaban una venida pronta de Cristo, este pasaje insiste en la anterioridad de la parousía del malvado a la parousía de Cristo. Este tema, fatal para el dispensacionalismo pre-tribulacionista, no aparece en 1 Juan ni tendría sentido en ese contexto. Además, el Malvado de 2da Tesalonicenses se opone a Dios mismo más que a Cristo; estrictamente no es antijristos sino antitheos (cf. 2:3, “la apostasía contra Dios”). A diferencia de los “muchos anticristos” de 1ra Juan, el Malvado aquí es único y parece ser personal.

El Malvado de este pasaje tiene tres títulos, pero “Anticristo” no es ninguno de ellos. Uno es “el hombre de maldad” (2:3, ho anthôpos tês anomias) o más escuetamente “el Malvado” (ho anomos, “el Sin-ley”). Él encarna la rebelión contra Dios y su ley. Además es “el hijo de destrucción” (ho huios tês apôleias, ruina). Este título puede significar que es “el destructor por naturaleza” (NVI) o que está destinado para destrucción (cf. el término similar, “hijos de ira”).

Un simple desglose de las actividades del Malvado subrayará la gran diferencia entre este Malvado y el Anticristo de la tradición. El Sin-Ley promueve la apostasía, una rebelión contra Dios. Él mismo se opone en todo contra Dios (2:4); se sienta en el mismo templo y se hace pasar por Dios (2:4).[1] Se manifestará a su debido tiempo, pero hay algo y alguien que retienen su venida (2:6-7).[2] No obstante, la fuerza del misterio de su maldad está ya presente y activa (energeitai) en milagros y señales falsos que realiza, con los que engañará a los que no aman a la verdad. Pero al final vendrá Cristo y destruirá al Malvado con el soplo de su boca y el esplendor de su gloriosa parousía.

¿Hay base exegética para identificar a este Malvado con el Anticristo tradicional? No aparece ese título en 2da Tesalonicenses (ni ningún otro pasaje) y las acciones y pecados de los dos son muy distintos. El pasaje parece tener algunas referencias a autoridades romanas de la época (especialmente Calígula y quizá Nerón como un segundo Calígula) y detalles inexplicables que hoy no se pueden entender. Pero faltan elementos indispensables del perfil del Anticristo de la tradición escatológica: este Malvado no organiza un gobierno mundial, tema central de esa tradición, ni persigue a nadie (ni a judíos/as ni a cristianos/as, según una lectura cuidadosa del texto). El relato de la destrucción del Malvado por el soplo y el esplendor de la venida de Cristo tiene también ciertas incongruencias con los relatos de una batalla final (Armagedón) en el Apocalipsis (14:20; 16:13-16; 19:11-21; cf. 17:16; 20:7-9), que dificulta también el intento de homologar a este Malvado con el Anticristo.

CONCLUSIÓN

Ningún pasaje del Nuevo Testamento presenta el cuadro tradicional del Anticristo, y mucho menos el único texto que emplea el término “anticristo”. Más bien, ese cuadro se arma arbitrariamente, según el gusto de cada persona que interprete el tema, sacando diferentes detalles de su contexto bíblico y juntándolos en un mosaico que no corresponde a ningún pasaje bíblico específico. Es cierto que la Biblia enseña que la historia es conflictiva, como lucha entre el bien y el mal, y que habrá una confrontación final, pero la versión tradicional del “Anticristo” distorsiona ese tema. El efecto básico es de presentar el Anticristo como una figura aterrorizadora y amenazante con un simplismo esquematizado que carece de base en los textos.

En la interpretación del Apocalipsis debe quedar totalmente excluida toda referencia al Anticristo, ya que éste no aparece en todo el libro. En la exposición de los demás pasajes, debemos emplear el lenguaje de cada texto, dentro de su propio contexto y según la intención de cada autor.

Y en general, nos haría mucho bien hablar más de Cristo y menos del “Anticristo”.

 

[1] Este lenguaje no es necesariamente literal, ni implica una reconstrucción del templo de Jerusalén en el futuro.
[2] Los lectores entendían esta referencia a lo que detiene, pero hoy día nadie lo explica convincentemente. Para Cullmann es la proclamación del evangelio como tarea aun no cumplida, y la referencia personal alude a Pablo mismo. Para otros es el imperio romano como garante de ley y orden y quizá el emperador Claudio, mientras Nerón crecía en el palacio. Hay muchas otras explicaciones.

 

 

Juan Stam
Misionero en Costa Rica por más de 45 años.
Doctor en Teología por la Universidad de Basilea, Suiza.
Profesor, por muchos años, del Seminario Bíblico Latinoamericano.
Escritor, autor de varios libros y artículos.

 

 

 

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