AGUA DULCE EN EL MAR

| 21 julio, 2014

Yo reniego y desconfío,
del agua dulce en el mar,
y de cada verso mío
que me nació sin llorar.

En “Coplas de la libertad”, Jorge Marziali, estampa en poesía un profundo concepto que debiéramos tenerlo siempre presente los que hemos sido encomendados a la tarea pastoral. Las cosas no son fáciles y cuando se presentan muy sencillas probablemente haya algo importante que se nos pasó por alto.

Todos soñamos con logros que salgan solos y, en nuestro ambiente, solemos espiritualizarlo ya que siempre está latente el milagro con el cual Dios puede transformar lo complicado en sencillo.

Sin dudas que lo milagroso puede ocurrir y todos tenemos muchas experiencias sobrenaturales para testimoniar. Negar eso sería renunciar o desconocer realidades intangibles que brotan del Libro de los Libros.

Pero “guarda al parche” solían decir mis paisanos, cuando en mi infancia vivía en tierras linderas con La Pampa. Porque un cosa es que Dios obre un milagro portentoso y, otra, que nos autoengañemos.

A modo de ejemplo de esto, recuerdo cuando años atrás varios pastores amigos experimentamos milagros de provisión inesperados y, sin ayudas foráneas dolarizadas, conseguimos comprar templos impensados para las congregaciones que presidíamos. Simultáneamente recuerdo a otros dos especular que estaban en la misma realidad y quedar en situaciones muy comprometidas ellos, sus congregaciones y sus denominaciones, por haber supuesto que les pasaba, a ellos, lo mismo que otros estábamos viviendo.

Quizá haya que aprender a tener docilidad al Espíritu Santo para aprender cuándo la situación viene del lado del milagro y cuando es un desatino nuestro. De la misma manera cómo hemos visto ministerios de sanidad que hacían caminar a paralíticos mientras otros, al hacerlos ponerse de pie, veían como el enfermo se daba terrible golpe.

“Yo reniego y desconfío del agua dulce en el mar”, decía Marziali. Porque si estamos en un barco en alta mar, tiramos una soga con un balde y levantamos agua dulce, hay altas probabilidades de estar en problemas; pues salvo raras excepciones, como la desembocadura del río Orinoco donde el agua del río penetra por más de cien kilómetros en el mar o en algunos otros sitios donde corrientes dulces afloran, siempre el mar entrega agua salada.

Fuera de las excepciones, si del mar sale agua dulce, pueden estar ocurriendo algunas de estas alternativas:

  1. Que sea un milagro divino. Innegable posibilidad.
  2. Que estemos desorientados y nuestro barco no está donde pensamos que está.
  3. Que estemos tan trastornados que aseguremos que el agua extraída del mar es dulce, aunque el gusto sea salado.

La primera opción, ya la hemos comentado y experimentado. Pero… ¡¡¡las otras existen!!!… ¡qué verdad!

No hablo del momento milagroso. Sino que pienso en aquellos que desean servir al Señor y les parece que no hay que pagar precios. Que hagan lo que hagan y vayan por donde vayan, aunque estén en el mar, al tirar el balde, recogerán agua dulce. Reniego. Desconfío. ¡Qué razón tiene el cantautor!

Repetidamente está presente esa actitud peligrosa en la representación que algunos se hacen, que si en vez de pagar el precio, logran colocar la cabeza bajo la mano prodigiosa de un reconocido siervo de Dios, entonces, como Eliseo al subir Elías, esa unción pasará a sus vidas y listo, a tirar la soga con el balde desde la cubierta, que el mar entregará agua dulce.

Y entonces, se visten igual que el que les puso la mano. Lo imitan al hablar o cantar, aunque el otro era extranjero y estos hacen papelones. Caminan como él. Buscan clonar a los ayudantes con los colaboradores de aquel. Pero el agua dulce no sale de ese mar.

En mis más de treinta años de profesor en el Instituto Bíblico hablé con los alumnos, les he dicho: “varios de ustedes están esperando estar presentes en una reunión inmensa y que desde el púlpito, el predicador que admiran, los llame sin conocerlos describiéndolos por la ropa que ustedes llevan puesta o algo similar, que los invite a subir a la plataforma y ore por ustedes y a partir de allí las luces de las más afamadas plataformas los alumbren”, sus caras y, especialmente, sus miradas, demostraban que les estaba diciendo lo que soñaban. Pero les agregaba: “el que los llamó no es ese predicador que admiran, se llame como se llame, el que los llamó fue Cristo, él los tocó, les dio los dones y ahora les reclama el esfuerzo que implica servirle, la mayoría de las veces, por fuera del circuito de la fama”.

Porque los que hoy ennoblecemos, en su tiempo no recibieron honra, sean Moisés, Nehemías o Pablo.

No busquemos agua dulce en el mar, especialmente cuando esa idea está unida a la de adquirir fama y comodidades en un contexto tan apetecido y estéril a la vez. Luchemos donde Dios nos puso, paguemos el precio de servirle, estemos dispuestos a ser “la escoria del mundo”, sirvamos a la gente, enfermémonos con el que se enferma, lloremos con el que llora, estemos dispuestos a ser atribulados por la salvación y consolación de otros, aunque tengamos sentencia de muerte sobre nosotros por esto.

Probablemente sea mejor la expectativa de lo eterno, si al morir a nosotros mismos, logramos, como Jonás, que las tormentas se calmen para otros, quizás allí sea donde otros beban agua dulce de un mar que nosotros transformamos a expensas de consagración y entrega.

La estrofa citada al comienzo agrega: “y de cada verso mío, que me nació sin llorar”. Finalmente sólo los que con lágrimas siembran, cosechan con regocijo.

 

 

Rodolfo Polignano
Pastor en el barrio de Colegiales de la Ciudad de Buenos Aires
Unión de las Asambleas de Dios
Profesor del Instituto Bíblico Río de la Plata durante 30 años
Escritor y maestro se especializa en Homilética
Bajo su ministerio pastoral se levantaron 12 nuevas congregaciones
Sirvió muchos años como presidente de Evangelismo de la Unión de las Asambleas de Dios

 

 

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Categoria: Edición 11 | Distracciones Riesgosas, entrega 2, Notas de fondo

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