ORACIONES DE SIERVOS DE DIOS II. Salmo 51, una oración de libertad.

| 15 septiembre, 2014

Prefiero el favor de Dios y su perdón antes que agradar a los hombres para mantener un cargo. 

1 Ten compasión de mí, oh Dios conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. 2 Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. 3 Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado (…) 9 Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. 10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. 11 No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. 12 Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga.

Sin dudas, todos los que hemos conocido a Dios y hemos asistido a la Iglesia conocemos al autor de esta oración y el trasfondo de la misma. Hablamos del “cantor de Israel”, “del hombre con el corazón conforme al de Dios”, del pastor que se convirtió en rey. De aquel joven que ni su padre lo tenía en cuenta para ser ungido, del joven que enfrentó al gigante más temible en el campo de batalla y al cual venció de un solo golpe llevando a su nación Israel a una de las victorias más memorables para todo el pueblo judeo-cristiano. Sí, me refiero a David.

Esta oración sale de su interior después de haber pecado en adulterio con Betsabé (2º Sam. 11), en un momento que no debía estar donde estaba, ya que La Biblia nos aclara que estaba en su casa en el tiempo en donde los reyes iban a la guerra, tomando luego la vida de Urías (autor intelectual del crimen), el esposo de Betsabé para que nadie se enterara, el cual era un soldado fiel al rey, finalmente Dios lo tuvo que confrontar con su pecado a través del profeta Natán (2 Sam. 12).

Después de tener en claro toda esta situación ¿qué más podemos pensar de un siervo de Dios que desobedece, adultera, asesina y miente? Sin dudas no hay lugar para ellos en nuestras Iglesias ni en el ministerio o el liderazgo, entiendo y no querría entrar en discusión al respecto, aunque sé que sería inevitable, pero solo quiero compartir lo que la Biblia dice y llevarlo a nuestras vidas de una manera práctica en cuanto a nuestra manera de juzgar.

Teniendo en cuenta que este acontecimiento se dio bajo el tiempo de la Ley, es decir en un tiempo de mayor rigurosidad.

Esta oración, la de un hombre que nunca dejó de ser un siervo de Dios, y el del corazón conforme al de Dios a pesar de sus pecados, lo tremendo de sus pecados, una oración genuina, liberadora, restituidora ya que en ella podemos ver la realidad de muchos hijos de Dios; muchos que están en el ministerio, que tal vez no pecaron de una manera tan descomunal como el asesinato, pero lamentablemente muchos si en la mentira, la desobediencia, el adulterio u otras formas de pecados que conocemos, y que por su posición o cargo no se animan a confesar, porque saben que las consecuencias de los mismos los llevaría a “perderlo todo”, lo que construyeron con años de oración, sudor ministerial y lágrimas, pero que algo pasó en el camino y la debilidad los venció.

Dios nos habla y nos muestra a través de David que Dios es un Dios de compasión, de misericordia sin fin, que no solo perdona sino que olvida, que nos limpia y más ahora con el sacrificio de Cristo, quien nos hace justos ante Dios en él, pero para ello debemos confesar nuestros pecados, arrepentirnos de corazón y apartarnos de los mismos.

Nuestras oraciones deben estar dirigidas con sinceridad y entrega a Dios en absoluto, clamando sin cesar para que Dios cree en nosotros un corazón limpio y renueve la firmeza de nuestro espíritu, ya que el día que eso no ocurra volveremos a caer.

Por último tener en cuenta que de nada nos sirve el tener o mantener un ministerio o un “nombre” si perdemos la presencia de Dios. Acuérdense que los “dones y el llamado son irrevocables” (Rom. 11:29), lo que Dios nos dio no nos lo quitara ya que “no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse” (Num. 23:19), pero nosotros lo podemos echar a perder, aparentando en lo público pero muertos en lo secreto. Como dice en otro salmo, “mientras callé, se envejecieron mis huesos” (Sal. 32:5), esto nos declara la condición de desesperación en la que podemos estar si no asumimos nuestros pecados y salimos de ellos. Sabemos que existen consecuencias como también las tuvo David, y que es necesario que las afrontemos; pero, en mi humilde opinión, prefiero el favor de Dios y su perdón antes que agradar a los hombres para mantener un cargo.

 

 

 

Mauro Gerardo Silvero
Egresado el I.B.R.P.
Profesor de Filosofía egresado del Instituto Superior Antonio Ruiz de Montoya.
Actualmente está estudiando un pos grado en Educación y Derechos Humanos.
Ha enseñado filosofía, griego, ética, lógica y materias pedagógicas en el nivel medio y superior.
Profesor de Institutos Bíblicos Externos.
Actualmente trabaja en el ministerio juvenil de la iglesia a la que pertenece.

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 12 | Iglesia y Política, entrega 3, Teología

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