TRABAJANDO EL CAMPO POLÍTICO

| 20 octubre, 2014

Independientemente de las diferentes posiciones, en los últimos tiempos el debate político se ha revalorizado en nuestro país. Debate que impulsa la necesidad de un análisis, debate que se presenta en todos los ámbitos sociales, entre los cuales se encuentra la comunidad cristiana.

Si hablamos de analizar como acto de examinar una obra, un escrito o cualquier realidad susceptible de estudio intelectual (Diccionario de la Real Academia Española, 2), a pesar de que se puedan extraer conclusiones, siempre existen posturas diferenciadas.

La política no escapa a ese fenómeno de posicionamiento individual que lleva a las personas a adherir a una u otra postura colectiva. Cuando pensamos en ideologías debemos entender que el ser humano, tras el pecado original, ha dado la espalda a Dios pero nunca ha dejado de ser creación de Dios. En consecuencia, existen desarrollos doctrinarios que pueden enfrentarse total o parcialmente a los principios bíblicos y otros que no.

Históricamente los miembros de la iglesia han visto a la política como algo malo. Hoy se avizora un panorama distinto, ello en virtud de los cambios de motivación que existen en nuestras congregaciones, las cuales hace 20 o 30 años atrás se encerraban en los templos. En nuestros días la participación de cristianos en los ámbitos públicos es más común, y es por eso que debemos pensar de qué manera afectar de manera efectiva a la sociedad, siempre llenos del Espíritu Santo.

La Palabra del Señor nos habla de todos y cada uno de los poderes que hoy rigen en nuestro sistema político. Habla de leyes, de gobernantes y de jueces. Cuando se refiriere a ellos siempre lo hace teniendo en mente a su destinatario final, el ser humano. Lejos de plantear un humanismo en términos filosóficos, es decir entendiendo al hombre como el centro del universo y como la más alta autoridad en él, como Iglesia debemos entender que el Señor nos ha llamado a ser pescadores de hombres.

Cuando hablamos de política debemos pensar en ella como el arte de dirigir y resolver los asuntos que se presentan en una sociedad civilizada. Esto implica tanto la administración de la cosa pública, como también la facultad de legislar y de administrar justicia. Ninguno de los poderes del Estado está ajeno a posicionamientos políticos por lo que a la hora de evaluar el desempeño del Estado debemos incluir a los tres poderes. En consecuencia, no debemos olvidar que la Justicia también es un órgano político que, como responsable de la interpretación de las leyes (jurisdicción), debe dar a cada uno lo suyo sin olvidar el sistema al que pertenece, velando por la inclusión como medio para garantizar la paz social. Así, para que un sistema sea justo, debe funcionar con sus tres poderes en forma armónica y no ser el Poder Judicial quien, bajo la apariencia de despolitización pero embriagado de un posicionamiento liberal en términos económicos, eche por tierra todo intento por garantizar esa igualdad de oportunidades.

Si pensamos en la “cosa pública” en términos de economía y lo que la Palabra establece al respecto, debemos entender en primer lugar a quién benefician las decisiones que se toman. Dios establece que cada uno tenga lo suyo de acuerdo a su esfuerzo, es decir a su trabajo, pero no legitima ni la rapiña ni la concentración económica, y mucho menos con el aval de los Poderes del Estado.

Resulta incomprensible que muchos cristianos demonicen el intervencionismo estatal en la economía pero luego se escandalicen por la pobreza estructural. El liberalismo económico, gestado justamente en sociedades que se confiesan cristianas, ha facilitado el terreno para que aquellos que tienen su corazón puesto en las riquezas, acumulen dinero y, con ello, acumulen el verdadero poder ya que la dirigencia política es temporal mientras que el poder económico es permanente.

Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001 y uno de los economistas más leídos, afirma que: “el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita”. Nos preguntamos: ¿cómo ve Dios esto? De todas formas esta idea no viene a justificar una posición izquierdista en términos económicos, ya que, en principio, ella tampoco garantiza una verdadera igualdad. No obstante esto sería para un largo debate, y lo que me interesa afirmar es que la Justicia -en sentido amplio- consiste en brindar las oportunidades por igual, sin perjuicio de lo que cada uno haga con esas oportunidades. 

Por otro lado, si ampliamos el espectro de situaciones que se presentan en nuestro país, yendo más allá de lo estrictamente económico, pero incluyendo a éste, observaremos una realidad social en la que existen diferentes sectores que pelean por lo que, entienden, son sus derechos.

Como Iglesia difícilmente estaremos de acuerdo con todas las decisiones que se toman desde los órganos de gobierno, ello porque nuestras leyes espirituales muchas veces se encuentran en conflicto con las decisiones políticas que son siempre humanas. Es decir, como Iglesia vamos a identificar decisiones políticas que no se ajustan a los principios bíblicos. Nosotros, en tanto, debemos cumplir la comisión dada por nuestro Señor, evitando conflictos innecesarios y enfocándonos en las personas como sujetos que necesitan a Cristo, que necesitan reconocer su condición ante Dios, y que a partir de allí puedan ser transformados por el poder de Dios.

No soy más cristiano por andar señalando con el dedo a aquellos que reivindican una postura contraria a la mía, sobre todo porque debemos entender que los principios de vida de la mayoría de la sociedad no son los bíblicos. En todo caso debo compadecerme y pedir al Señor que me llene de Su Presencia para que Su Gloria se manifieste y que para esas personas sea imposible resistirse al Soberano.

Es curioso observar como muchos de los que asisten a nuestras Iglesias condenan a la clase dirigente por las decisiones que toman pero, lejos de hacerlo con un fundamento bíblico, lo hacen de acuerdo a lo que leen en los diarios, lo hacen afectados por posiciones dominantes que luchan solo por no perder el poder que ejercen sobre la economía. Ahora bien, ¿no será mejor proponernos afectar a la dirigencia política? Si realmente queremos afectar a la sociedad debemos entender que, como Iglesia, hemos sido llamados a predicar el evangelio “a toda criatura” (Mr. 16:15) y dentro del término “criatura” se encuentran cada uno de los que integran la clase política. Solo así podremos influenciar de manera eficaz.

 

Alejandro E. Gravanago
Graduado del Instituto Bíblico Río de la Plata (IBRP).
Miembro de la Iglesia Adoradores de Dios (UAD) de la Ciudad de Salta.
Graduado de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
Asesor Letrado del Instituto Provincial de Salud de Salta (IPS).

 

 

 

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Categoria: Economía, Edición 12 | Iglesia y Política, entrega 8, SOCIEDAD

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