LA REFORMA PROTESTANTE HOY | Parte I

| 10 noviembre, 2014

Una visión más amplia y una contextualización

La Reforma fue un gran encuentro con Dios. A 497 años que Martín Lutero clavara las 95 tesis en el portal de la Catedral de Wittenberg es sano hacer una comparación entre la iglesia actual y los principios protestantes. 

Hoy más que nunca la iglesia tiene que redescubrir su historia.

Una iglesia sin historia es una iglesia sin identidad, sin claridad ni criterios, y cae fácilmente en el caos. Esa es la condición de gran parte del protestantismo latinoamericano hoy.

Es importante recordar que la Reforma del siglo XVI fue multifacética. Además de la Reforma luterana y la Reforma calvinista, fue muy importante la Reforma Radical anabaptista, y hubo hasta una reforma católica, representada especialmente por el Concilio de Trento y la orden jesuita. La ubicación social de cada uno de estos movimientos fue distinto: Lutero se identificó con los príncipes alemanes y el incipiente nacionalismo; Calvino estaba más cerca de las ciudades suizas y una proto-burguesía, mientras los anabaptistas se identificaban más con las clases pobres y el naciente proletariado. Pero todos miraban hacia el futuro, que vendría a llamarse “modernidad”, mientras que el Vaticano miraba más al pasado y se aliaba con el Sacro Imperio Romano y muchos aspectos del mundo medieval. Es significativa la repetición de la palabra “naciente”. Los Reformadores eran los parteros del mundo moderno que nacía. Dos siglos después el movimiento wesleyano aportó nuevas dimensiones muy importantes al protestantismo.

Quiero abordar las consignas con que se suele resumir la teología de los Reformadores, pero es importante recordar que su pensamiento era mucho más amplio y profundo que esas consignas. En Lutero, por ejemplo, encontramos un cierto anticipo del existencialismo, en el papel de la experiencia personal en su teología y en su rechazo de toda sistematización; él era “un teólogo irregular”. En Calvino es profunda la admiración por la gloria y santidad de Dios, tanto que se le ha llamado “un hombre ebrio de Dios”. En los anabaptistas se juntaban (y se juntan) la pasión por la justicia con el pacifismo. Nos concentraremos en las consignas que mejor resumen los denominadores comunes de la Reforma.

 

I. Sola Scriptura

Son famosas las palabras de Lutero en Worms (1521): “Mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. Si no se me demuestra por las escrituras y por razones claras (no acepto la autoridad de papas y concilios, pues se contradicen), no puedo ni quiero retractar nada, porque ir contra la conciencia es tan peligroso como errado. Que Dios me ayude, Amén”.

En esta histórica declaración de Lutero, queda claro que la “sola scriptura” no significa que conocemos la verdad sólo por la Biblia o que todo lo demás no importa. ¿Quién podría entender el éxodo sin saber algo de Egipto, o el exilio de los judíos sin saber algo de Asiria y Babilonia? Un famoso fundamentalista, R. A. Torrey, dijo sabiamente, “Quien conoce sólo la Biblia, no conoce la Biblia”. Por eso, Lutero apela a las escrituras pero también a “razones claras” y a la conciencia. Después una correlación similar iba a ampliarse en “el cuadrilátero wesleyano”: escritura, tradición, razón y experiencia.

La Reforma colocó la Palabra de Dios, en sus varias modalidades, como la máxima autoridad normativa, encima de papas y concilios. Eso implicó a su vez la interpretación seria y crítica de las escrituras, desde los textos originales, transformando conceptos como jaris (gracia), pistis (fe) y metanoia (arrepentimiento). Impulsó también la predicación expositiva, aclarando y aplicando los textos sagrados, acompañada por la predicación del año lectivo, firmemente anclada en la historia de la salvación.

Hoy día amplios sectores de las iglesias evangélicas latinoamericanas han perdido el sentido histórico y predican un mensaje divorciado del pasado, aun del mismo contexto bíblico. ¡Qué increíble que ni las iglesias pentecostales celebran el día de Pentecostés! Son escasas tanto la predicación expositiva como la del ciclo litúrgico. Muchos sermones no son más que opinionismo, especulación, “performance” y puro “show”, manipulación del texto y del público.

Hay también predicadores fieles, a Dios gracias, pero pareciera que son la excepción.

 

 

Juan Stam
Misionero en Costa Rica por más de 45 años.
Doctor en Teología por la Universidad de Basilea, Suiza.
Profesor, por muchos años, del Seminario Bíblico Latinoamericano.
Escritor, autor de varios libros y artículos.

 

 

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 13 | Eclesiología, entrega 1, Teología

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