LOS DESTERRADOS CON JESÚS

| 22 diciembre, 2014

Correr mirando de reojo hacia atrás suele ser una de las circunstancias más atemorizantes posibles. No, en este caso no estoy hablando del mirar hacia atrás en plan de sentimiento de culpa, sino quien mira su retaguardia con terror, sintiéndose perseguido, acechado por un enemigo lanzado a su captura. Para aquellos con obligaciones nocturnas, el caminar por la calle puede convertirse en un suplicio de abundantes miradas en reversa.

En una situación de similar intensidad, o aun mayor, imagino a María y a José. Con Jesús en brazos, ya que debido a su corta edad[1] le sería imposible mantener el paso dispuesto por los adultos. Los padres escapaban de su tierra, su lugar en el mundo, sintiendo la respiración de Herodes en la nuca, pero abrigando la esperanza de la protección divina. Partían al destierro, a una tierra no desconocida por sus hermanos Israelitas, pero destierro al fin.

Llegaron a Egipto. No había familiares, como mucho, algún que otro coterráneo con quien festejar las fiestas religiosas. Debía ser el nuevo hogar, sin embargo, no lo era. Las suposiciones que surgen sobre los cuestionamientos circulantes en la mente del matrimonio, de la relación entre el plan divino y la realidad actual, son inmensurables. Eso produce el destierro, una sensación de soledad, el sentirse ajeno al mundo que nos rodea.

En esas condiciones Jesús vivió algunos años de su infancia. Aunque la estadía en Egipto no haya sido de larga duración, en su retorno a Israel, tampoco pudieron volver al lugar de donde habían salido. El Hijo de Herodes, quien guardaba aspectos parecidos a su padre, obligó a la familia de Jesús a un segundo destierro. Aunque sus padres eran oriundos de la zona, y las profecías divinas indicaban una estadía en esa ciudad, Nazareth no era casa.

Pertenezco a ese grupo, no escueto, creyente del desarrollo de Cristo como ser humano perfecto. A fin de evitar malentendidos, es importante destacar a Cristo como ser perfecto desde la eternidad, pero que en su estadio terrenal, atravesó lecciones las cuales confirmarían las palabras dichas por el profeta Isaías “Varón de dolores, experimentado en quebrantos”[2] .

Como argentinos conocemos ampliamente el concepto de destierro. Durante largas temporadas nuestro país observó como grandes exponentes de las más distintas facetas, eran enviados al exilio por encontrarse en disparidad con la opinión u ideología reinante. Muchos de ellos, en su exilio, compusieron y produjeron las más exquisitas obras, añorando el lugar de residencia, elevando el lugar de nacimiento hasta un nivel de paraíso utópico.

Desterrados, en mayor o menor medida, somos todos. Sobre algunas personas el destierro se produce físicamente, y sobre otras, así como le sucedería a Jesús en sus últimos días, se produce emocionalmente. Quien no haya sentido alguna vez que no pertenece al lugar donde se encuentra, o, quien no haya sentido su hogar algo lejano a su lugar de residencia, probablemente sea un hijo, no reconocido, de la vorágine individualista actual.

El destierro ideológico, racial, religioso, son moneda corriente en un mundo que se niega a aceptar al otro como sujeto. En otras palabras, nos hemos vuelto incapaces de aceptar aquello que nos diferencia con otras personas. Las personas con distinta opinión política suelen ser imposibles de acoplar bajo un mismo techo. Aquellos que presentan un odio hacia alguna particularidad física, expulsan esta misma de todo su entorno y, aún, como cristianos, solemos enfrentar la exclusión por parte de personas negadas a aceptar nuestro acercamiento a la fe.

Este mundo en el que vivimos, donde las partes priman por sobre el todo, donde el separatismo y ramificación son las banderas empuñadas por gran parte de la población mundial, no debe contaminar el ideal eclesiástico que Cristo pensó para la iglesia. Que no existan personas en el exilio eclesiástico debe ser un buen –y nuevo- objetivo a cumplir por una Iglesia de Cristo verdaderamente consciente de la realidad contemporánea que la atraviesa.

Nuestro Dios, que experimentó el destierro, no es un reproductor de situaciones ya vividas, sino que todo lo hace nuevo.

Jesucristo es un líder que nuclea y une a los individuos más disímiles en todas las características que pueda uno imaginarse. Aquel que ha sido rechazado, desplazado física o emocionalmente, debe encontrar en la Iglesia su hogar. Pongamos como meta la organización planteada por Pablo en Romanos 12, donde, no conformándonos a este siglo nos respetamos unos a otros funcionalmente, renovándonos en entendimiento, a fin de llegar como conjunto, a la voluntad agradable del Padre.

A la diestra del Padre, con Jesucristo estamos todos los desterrados.

[1] Teólogos e historiadores estiman que tendría menos de un año.
[2] La tradición alude el pasaje al ultraje de crucifixión sufrido por Cristo, pero reducirlo a ello es, cuanto menos, minimalista.

 

 

Facundo Polignano

Facundo Polignano
Actualmente cursa el Instituto Bíblico Río de la Plata
Simultáneamente está cursando Ciencias Sociales en la Universidad de Tres de Febrero
Colabora en la Iglesia Dios restaurará en el barrio de Colegiales en la Ciudad de Buenos Aires

 

 

 

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Categoria: Edición 13 | Eclesiología, entrega 6, SOCIEDAD, Sociología

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