¿HAY LUGAR PARA LOS DIVORCIADOS EN LA IGLESIA DE DIOS? ¿SI? ¿NO? ¿HAY QUE RESTAURARLOS?

| 26 enero, 2015

Al realizar un análisis de la concurrencia que asiste a la iglesia de Dios, observamos que en ella hay lugar para todas las personas que llevaron una mala vida, transitando los caminos ajenos a la voluntad de Dios y, por el gran amor de Dios, fueron totalmente restauradas.

Estas personas que fueron restauradas tenían sus vidas destruidas y, por fe en Jesús, volvieron a recibir vida, la vida abundante que sólo Jesús puede dar.

La iglesia del Señor es una puerta abierta para la salvación de este perverso mundo; por esa misma razón se recibe al ladrón, al estafador, al asesino, al homosexual, al travesti, a la lesbiana, al pedófilo, al pederasta, al satanista, al brujos, al encantador, al maldiciente y, además, a aquellas personas que no hacen mal a nadie, que realizan muy buenas obras, pero que no viven en la voluntad Dios, sino que demuestran rebeldía a los santos designios del Reino de Dios.

A todos se les da la bienvenida y se los acepta, en la generalidad de las iglesias, se los invita a que consoliden su fe bautizándose y se los recibe como a miembros activos, sin abrir ningún tipo de juicio sobre su pasado. Con el transcurrir del tiempo, al observar sus buenos frutos, a muchos de ellos se los promocionan a niveles tan distinguidos como maestros, pastores, evangelistas, profetas o apóstoles, como algo natural en la misma vida de la Iglesia.

Pero si en la iglesia se presenta una persona que fracasó en su matrimonio y se divorció, en muchas de las mismas, se le condena al fuego del infierno y no hay ninguna esperanza para ella. No se le brinda el amor de Dios para que sea restaurada en su vida, sino que en innumerables casos sufren no solo la incomprensión, sino además el desprecio y castigo por parte de los demás miembros, considerándolos en muchas comunidades como perversos inmundos, que pretenden rehacer sus vidas por intermedio del adulterio; mientras al mismo tiempo llenan sus bocas con expresiones de alegría y placer al expresar que el pastor había sido un asesino, o que fue un pederasta, o un mujeriego, pero Dios lo perdonó y lo comisionó a llevar el evangelio del reino a todo el mundo.

Presentando así a un Dios que sólo tiene amor para salvar a los más viles, pero que condena con gran severidad a aquellas personas que fracasaron en su vida sentimental, negándoles la oportunidad de ser restauradas y anulándoles la esperanza de poder contraer un futuro matrimonio, y de tener un poco de felicidad, al formar una nueva familia.

¿Quién, con sentido cabal, puede expresar que Dios aprueba semejante conducta? ¿Acaso las Escrituras avalan la conducta de la iglesia, de marginación y desigualdad? ¿O el divorciado no tiene el mismo derecho de rehacer su vida y servir a Dios como los demás que también fracasaron en sus vidas? ¿Qué dice Dios respecto al divorcio? ¿Dios mismo, llegado el caso, se divorciaría?

Vamos a ir contestando estos interrogantes con La Biblia misma, para descubrir mediante un análisis de ella que Dios ama también al divorciado y que tiene abundante amor para restaurar sus vidas, y darle una nueva oportunidad.

En San Mateo 19:4-9 hallamos la respuesta que Jesús les dio a los fariseos, cuando le preguntaron si era lícito repudiar a nuestras mujeres por cualquier causa. Él, respondiendo, les dijo: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera”.

Para interpretar correctamente este pasaje, no tenemos que perder la visión, que no fue un estudio bíblico que realizó el Señor, sino que fue una respuesta a una pregunta capciosa por parte de los fariseos, además que siempre debemos considerarlo dentro del total de las Escrituras, sin obviar ningún pasaje que verse sobre este tema.

En primer lugar encontramos una idea muy importante a la que él mismo Señor remarca dos veces, Jesús dice: “… al principio, varón y hembra los hizo, y más al principio no fue así”.

Hallamos que ese “al principio” al que se refiere fue en el huerto del Edén, recordamos que Dios había creado al hombre y, como él estaba sólo, tomando una costilla de él, formó una mujer y se la entregó, con el objetivo de que ella sea la ayuda ideal, y con el fin de procrear y llenar la tierra.

Esa fue la circunstancia especial, en que Dios instituyó el matrimonio, el hombre y la mujer debían amarse eternamente, ya que ambos hasta ese momento eran inmortales y la vida de ellos era verdaderamente paradisíaca.

Lamentablemente, tanto la mujer como el hombre, quisieron conocer el mal revelándose así contra Dios. Adán al alinearse con el diablo, cedió a Satanás el gobierno de la tierra; como consecuencia fueron expulsados del huerto del Edén, se transformaron en mortales, perdieron la comunión con Dios, la tierra fue maldita por causa del hombre, y ese “al principio” mencionado por Jesús, quedó sepultado en la historia de la humanidad, y de ahí en adelante el hombre tendría que luchar permanentemente contra el enemigo de su alma, o someterse totalmente a la voluntad de él.

Eso significa que la situación que nos toca vivir, es diferente a ese “al principio” mencionado por Jesús y lo que se daba en el Edén ya no tiene que darse necesariamente en nuestros días. La primera unión era para siempre, pero ahora hay un combate permanente del diablo y sus huestes contra el hombre, tratando este de destruir la familia, y el amor conyugal. Por tal motivo hay tantos matrimonios fracasados, y tantas almas heridas por las relaciones sentimentales, que está muy lejos de ser ese amor perfecto que Dios puso en el primer hombre y la primera mujer.

Como consecuencia, hay un sin número de personas que precisan ser restauradas, porque por su frustrante relación sentimental han sido heridas, y destruida su relación. Estas heridas son muy profundas en sus corazones, que no sólo tienen que ser sanadas por la iglesia, sino además deben reconstruir sus vidas, y la iglesia debe estar capacitada para ayudarlas dándole una oportunidad para que puedan ser felices en esta tierra, y abrirles el camino para la eternidad gloriosa en el Reino de Dios.

También leemos: “Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Así que no son ya más dos, sino una sola carne.” (Marcos 10:7-8)

Esta es la raíz de muchos de los males de un matrimonio, llegan al altar dos personas, bajan del altar dos personas. Cuando debería ser una, ya que la unión deseada por Dios, es que se fundan de tal manera, que ya no se pueda identificar a dos, sino que sean uno.

En numerosos casos nos encontramos con uno, o con los dos conyugues, que tienen como meta cambiar al otro, y ese camino solo conduce a la decepción, y a la destrucción de la pareja. Ya que cada uno debe aceptar al otro como es, y amarlo con sus errores y virtudes. Porque el único que puede cambiar a una persona es el Señor.

Dios cambia sólo los corazones de las personas que se dejan gobernar por su Espíritu Santo. Encontramos muy hermosos testimonios en todas las iglesias de gente cambiada y regenerada maravillosamente por el poder de Dios. Pero a pesar de eso, cada uno sigue teniendo fortalezas y debilidades. Y el que ama, debe hacerlo comprendiendo esta realidad.

Por eso cuando hay verdadero amor, se tienen los mismos deseos, se comparten los mismos sueños, y se conducen en unidad, comprendiéndose a pesar de las debilidades de cada uno, convirtiéndose esto en una fortaleza que consolida el matrimonio.

Si no llegan a ser uno, entran en el terreno de la confrontación, y de las heridas profundas en sus corazones; cuando la paciencia, de por lo menos uno de los dos, llegue al extremo del agotamiento y no tenga más fuerza para seguir atravesando las dolorosas crisis que lo agobia, que derivará indefectiblemente en la separación o ruptura matrimonial.

El pasaje que analizamos anteriormente concluye con esta impresionante declaración: “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. (Marcos 10:9)

Esta expresión también tiene su raíz en ese “al principio” ya analizado. Lamentablemente la mayoría de las parejas formadas hoy, dentro y fuera del evangelio, no pueden expresar: el hombre o la mujer que tú me diste, ya que ellos mismos eligieron sin consultar a Dios, sin tomarse el tiempo para esperar si la persona que tenían en vista era la voluntad de Dios para sus vidas. Algunos consolidaron su unión por apuro, por capricho, por lástima y hasta por conveniencia utilizando aún métodos ocultistas, forzando prácticamente al otro a una unión no deseada, en contraste con las preciosas parejas que si fueron formadas por Dios, cuyo testimonio es fantástico.

Hay que tener en cuenta que Dios no juntó la pareja que el hombre decidió arbitrariamente formar, por más que le pidan su bendición, esa pareja fue formada por ellos, y Dios solo es testigo, de la decisión que tomaron. Y para estos no cabe la expresión “lo que Dios juntó”, ya que esto sería un absurdo, debido a que ellos se juntaron fuera de la voluntad de Dios para sus vidas. Caso parecido es el de las personas que presentan sus planes ante Dios, pidiendo su bendición, cuando Dios está realmente esperando, un sincero ¿qué hago Señor?

Dios es soberano y su Ley es perfecta, lo que hoy entendemos por divorcio, esto fue una idea de Dios mismo, que frente a la necesidad de parejas destruidas después de haber concluido ese período denominado “al principio”. El reglamentó, para satisfacer esas nuevas necesidades, la carta de repudio o divorcio como salida a esas situaciones límite, para que el hombre pueda rehacer su vida sentimental (Deuteronomio 24:1)

Cuando me convertí al Señor, a principios de 1980, el horror de legalismo hacía estragos en parejas que venían de un fracaso sentimental, entonces en Argentina no existía el divorcio, y como consecuencia de ello había muchas uniones ilegales, gente que estaba separada de su cónyuge y que con el tiempo entablaron una nueva relación, fruto de la cual tenían hijos; podían estar juntos por años, venían al evangelio, comenzaban su relación con Dios, y como exigencia debían abandonar su pareja actual, sin importar los hijos que tuvieran, los sentenciaban a romper su relación actual y volver con la primer pareja, con la cual habían fracasado, sin tener en cuenta si hubo infidelidades, maltrato, violencia, humillaciones, etc.

De esa forma el evangelio rompía con uniones en contradicción a lo normado en Deuteronomio 24:4 que prohibía, después de la separación, volver a la primer pareja. Y contradiciendo el consejo del Apóstol Pablo sobre los problemas del matrimonio en 1ª Corintios 7:20 “Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede”.

Pero hay algo mucho más fuerte todavía. En el sentido espiritual de la misma manera que Jesús es el esposo de la iglesia, Israel era la esposa de Jehová. Pero esa esposa había adulterado y fornicado de tal manera y su infidelidad había sido tan grande que Jehová mismo tuvo que despedirla y darle carta de repudio como está relatado en Jeremías 3:6-9.

¿Entonces tenemos que condenar a Dios mismo por falta de santidad y por delito de haberse divorciado? ¿Dios se equivocó, o no será que Dios juzga y mira desde su corazón las cosas de diferente forma de la que mira y juzga su iglesia? ¿Será qué una vez más lo expresado por Isaías se torna realidad cuando dice: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. (Isaías 55:9)?

Y si adentramos más profundamente las Escrituras, nos encontramos con el Rey David, un hombre de Dios, a quién Dios amó. Sin embargo, un día paseando sobre el terrado de la casa real vio a una hermosa mujer llamada Betsabé, esposa de Urías, que se estaba bañando. La hizo traer para tener relaciones sexuales, a consecuencia de las cuales quedó embarazada. Primeramente David quiso tapar el pecado haciendo volver a Urías de la guerra, pero como este ni se acercó su casa, lo envío con un carta, que llevaba una sentencia de muerte para él mismo. Ante la reprensión del profeta Natán, David reconoce que pecó, Dios lo perdona y nos encontramos a David humillado reconociendo su pecado en el maravilloso Salmo 51, en el cual entre otras cosas le pide a Dios que tenga piedad y que no quite además de él su santo Espíritu.

¿Qué haría la iglesia con David? Pienso que condenarlo al mismo infierno y no darle jamás una oportunidad. ¿Qué hizo Dios con David? Si bien es cierto que tuvo que pagar las duras consecuencia de su pecado, Dios lo restauró de tal manera, que de esa unión, David – Betsabé, Dios lo consuela dándole un hijo, llamado Salomón, el cual fue rey en su lugar.

¿Si en el corazón de Dios está el restaurar a los que le aman, podemos nosotros no restaurar a aquellos que como consecuencia de su fracaso matrimonial emprendieron una nueva pareja? ¿Podemos tener un corazón tan endurecido, como aquellos fariseos a los que Jesús llamó sepulcros blanqueados por fuera y podridos por dentro? ¿Tenemos que ordenar que descienda fuego del cielo y los consuma? ¿O tenemos que ponernos de acuerdo con el corazón de Dios y restaurar aún aquellos que han fracasado en su matrimonio?

 

Juan Carlos Santucci

Juan Carlos Santucci
Lleva 30 años de ministerio pastoral en las siguientes Instituciones:
“Congregación Evangélica Pentecostal”,
“Asociación Evangelística Cristo Vive”,
“Iglesia de Dios”,
“Centro Cristiano Las Buenas Noticias de Dios”
“Ministerio Misionero Maranatha”
Actualmente pastorea “la Iglesia de Jesús” de Claypole.

 

 

 

Cordialmente es la expresión de PASTORESxlaGENTE que fiel a sus principios no procura fijar conceptos únicos, sino que busca expresar la diversidad en la pluralidad que caracteriza al movimiento evangélico.

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Categoria: Edición 13 | Eclesiología, entrega 11, PASTORAL, Teología Pastoral

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