LA IGLESIA EXTRAMUROS | PARTE 1

| 25 marzo, 2015

ENCARNACIÓN DEL SENTIR DE CRISTO, AMOR HASTA EL SACRIFICIO.

Primero de los cuatro pasos realizados por la iglesia primitiva que llevaron al proceso de transformación social fundado en el amor.

Siempre es impactante leer y reflexionar sobre las acciones concretas realizadas por la iglesia cristiana del primer siglo, no sólo en la faz evangelística sino fundamentalmente en la transformación social realizada gradual, pero eficientemente, y obviamente la inserción imbrincada de los cristianos en cada una de las comunidades en las cuales se predicó el Kerigma. Nadie puede poner en duda que el Evangelio restaura la dignidad del hombre y procura la igualdad de los mismos.

Será pues el apóstol San Pablo quien, con base en el Evangelio, dirá que en Cristo “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Galatas 3:28 RV1960). Tremenda afirmación que en ese particular momento de la historia subía en un mismo pie de igualdad y consideración, a todos los hombres. De eso se trata el Mensaje de Jesús, de eso se trata el sacrificio de Jesús.

Es por tal motivo que me parece interesante compartir de manera taxativa, pero de ningún modo limitativa, cuatro pasos realizados por la iglesia primitiva que, en mi visión, llevaron al proceso de transformación social llevado a cabo por la iglesia primitiva, fundada en el amor.

Uno de los pasajes más maravillosos del Nuevo Testamento, sin duda es la sentencia del apóstol Pablo:

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Filipenses 2:5-11 RV1960

Los discípulos habían convivido con Jesús, vieron su amor y misericordia, la disposición a pagar el alto precio de la cruz, y esto se hizo carne en ellos. A tal punto llegaron a parecerse a Jesús. Esto es, hablaban como Él, actuaban como Él, amaban como Él, sentían como Él y principalmente pensaban como Él. Fue natural entonces, que las personas que los veían, que los escuchaban, que los observaba a partir de sus obras y frutos, los asemejaran a ése al que le decían el Cristo, en consecuencia se los llamo cristianos. Ellos eran en imagen, acción, palabra y sentir semejantes a Jesús

Ahora bien, que era lo que había en los seguidores de Jesús, que los impulsaba a ser semejantes a Cristo. ¿Por qué iban a la cárcel cantando cánticos e himnos espirituales?, ¿por qué no dudaban en seguir testificando de Él aún cercanos a la muerte?, ¿por qué daban todo lo que tenían y lo repartían a los pobres?, ¿qué los motivaba a sufrir en paciencia, tribulaciones, necesidades, angustias, azotes, cárceles, tumultos, trabajos, desvelos, ayunos? Era sin duda, el poder del Espíritu Santo en sus vidas y el amor de Dios, como así también, un fantástico espíritu de gratitud y adoración hacia Aquel que les había dado la salvación y con ella todo.

¿Cuál es la dimensión más exacta (desde mi punto de vista) que se le puede dar a este concepto de “sentir como Cristo”?. Simplemente tener la misma empatía y amor hacia los incrédulos, los necesitados y los que sufren, que tuvo Jesús hacia ellos. Esto jamás nos nacerá naturalmente, requiere una intensa búsqueda, sumisión y obediencia al Espíritu Santo. Es un paso por vez, un día por vez; requiere tomar la decisión libre y voluntaria de vivir lo que predicamos y asemejarnos a quien ha modelado nuestro corazón a Su imagen.

Convertirnos en un instrumento santificado que Él pueda usar para alcanzar a muchos; ser las manos que Él utilice para levantar al caído y sostener al de poco ánimo; ser los ojos que Él use para derramar lágrimas implorando la misericordia divina a favor de aquellos que rechazan su Palabra y poder ver la realidad de los que sufren; ser los oídos que Él use para escuchar el dolor del prójimo; ser la boca que Él use para anunciar las Buenas nuevas; ser los pies que Él use para llevar su Palabra hasta los confines de la Tierra. Esto no se trata de la retórica que finaliza en la inacción indiferente del religioso que mira más expectante por juzgar que por ayudar y restaurar. Se trata en términos de Jesús de “guardar la Palabra, porque ése y no otro es el que lo ama” (Juan 14:21-24). En definitiva habrá en nosotros “el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús” cuando estemos dispuestos a tomar la decisión de ser como Él fue y actuar como Él actuó, y le entreguemos esa decisión al Espíritu Santo para que Él pueda trabajarla, limarla, limpiarla y encausarla.

Edwards Gene, en su libro “Revolución: Historia de la iglesia primitiva”, señala acertadamente que luego de la muerte de Esteban la incipiente persecución lanzó a los cristianos a la calle, que a no ser por ella seguramente se hubieran refugiado en la seguridad Jerusalén, escribe:

Había tan solo unos pocos caminos que llevaban fuera de Jerusalén hacia las 200 poblaciones, ciudades y aldeas de Judea. Durante la noche subsiguiente a la muerte de Esteban esos caminos estuvieron repletos de seguidores de Cristo que huían de la ciudad… En el camino, los discípulos empezaron a toparse, unos con otros, en las plazas, los mercados y las calles de otras ciudades. (1)

Si diéramos un rápido vistazo a la historia de la iglesia primitiva nos daríamos cuenta que alrededor del año 64 dC, bajo el reinado de Nerón, comenzaron las persecuciones más fuertes y sanguinarias contra los cristianos. A partir de allí podríamos mencionar adicionalmente las persecuciones que tuvieron lugar bajo los reinados de Domiciano, Decio, Valeriano, Diocleciano.

El objetivo por el cual lo digo, es para que tratemos de comprender que no solamente en los cristianos estaba el mismo sentir que en Cristo Jesús, sino que además eran capaces de amar hasta el sacrificio; y esto no lo digo para que nosotros salgamos corriendo y pretendamos transformarnos en mártires (aunque en la actualidad, en varias partes del mundo, tenemos hermanos que lo son), pero si para darnos cuenta que no podemos optar, no tenemos alternativas, o estamos dispuestos a dar todo por Cristo o sencillamente no hemos entendido lo que significar el mensaje de la cruz. No puedo dejar pasar por alto una cita sumamente gráfica que nos da Justo González:

Además de matar a los cristianos, se les hizo servir de entretenimiento para el pueblo, se les vistió con pieles de bestias para que los perros los mataran a dentadas. Otros fueron crucificados y otros quemados a fuego al caer la noche para que iluminaran las calles. Todo esto hizo que se despertara la misericordia del pueblo, aún contra esta gente que aparentemente merecía un castigo ejemplar, pues veía que no se les destruía para el bien público sino para satisfacer la crueldad de una sola persona, Nerón. (2)

Hoy la persecución, si bien es bastante real en varios países, en el mundo occidental tiene que ver más con la relativización de la moral, la desigualdad religiosa, la pérdida de los valores morales y familiares y la ridiculización que se hace de aquellos que pretenden cumplir las Escrituras. Sin embargo pese a todo, muy claramente dice la Palabra: “las puertas del Hades no prevalecerán contra mi iglesia…” (Mateo 16:18 RV1960). Así fue y sigue siendo, Su iglesia sigue viva e instalando el Reino de los Cielos aquí en la tierra. Señala Eusebio de Cesarea:

“De modo que la palabra salvadora iluminó de una vez la tierra a modo de rayo de sol, por un poder y un socorro del cielo; por toda la tierra ha salido la voz de sus evangelistas inspirados… Así pues la gracia divina se esparcía por todos los pueblos y especialmente en Cesárea de Palestina…” (3)

El amor sacrificial de Cristo es el que fuimos llamados a imitar. Su misericordia es la que debemos encarnar, Su compasión la que debemos reflejar. Para algunos seremos débiles, para otros ingenuos, para otros locos, para muchos ridículos, pero ciertamente para Jesús, seremos hacedores de su Palabra y fieles testigos del Nuevo Pacto en su sangre.

  1. Edwards Gene, “Revolución: historia de la iglesia primitiva”, Unilit, USA 1974., pp 153-154.
  2. Justo Gonzzalez, ”Historia del cristianismo – Tomo I”, unilit, USA 1997, pp.52
  3. Eusebio de Cesarea, (Trad. George Grayling), “Historia eclesiástica I”, CLIE, Barcelona 1988, pp 82.

 

 

 

Pablo Marzilli

Pablo Marzilli
Pastor de la Iglesia Bautista Vida y Restauración, de Ramos Mejía, Buenos Aires
Licenciado en Ministerio por el  Seminario Internacional Teológico Bautista
Abogado (Universidad de Buenos Aires)
Máster en Sociología (Universidad Católica Argentina)
Candidato a Doctor en Sociología (Universidad Católica Argentina)

 

 

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 14 | Ser Iglesia aquí, hoy, entrega 4, Teología

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