EN MEMORIA DE MI

| 30 marzo, 2015

Quiero que llevemos nuestros pensamientos a la noche en la cual Jesús fue entregado; el Señor estaba profundamente conmovido pues sabía lo que habría de acontecerle.

Sufriría en esa ocasión lo que nadie sufrió jamás, su cuerpo (recordemos que El se había sometido a un cuerpo humano con todas las limitaciones que eso conlleva) sería castigado de una manera cruel. Conocía Él lo que acontecería en cuanto a la corona de espinas; el látigo romano que con siete lonjas que tenían cada una siete elementos punzantes, lo golpearía treinta y nueve veces; los clavos en la cruz; las abofeteadas; el ahogo de estar varias horas colgando del madero; el dolor muscular de su cuerpo desgarrado; su cuerpo entero quedaría convertido en una llaga, que a la postre traería sanidad a los enfermos.

Estaba el dolor sentimental de saberse abandonado por sus seguidores, negado por uno de sus colaboradores más cercanos, traicionado por otro de sus discípulos y la multitud que varias veces lo había aclamado ante sus milagros y unos días atrás lo aclamó Rey, ahora gritaría pidiendo su muerte.

Conocía el glorioso Señor del gran sufrimiento espiritual que le esperaba, que era mayor al castigo corporal y al abandono de los suyos, el problema más grande estaba en su alma, por eso se nos relata que Jesús comentó: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte”[1].

El cargaría el pecado de la humanidad, “el que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”[2]. Esto implica que cambiaría su misma esencia. Al cargar el pecado de toda la humanidad, sería culpable de todas y cada una de las fallas humanas, desde el primer al último hombre.

Precisamente por tener sobre sí el pecado, sufriría la consecuencia de este: el apartamiento del Padre. No desconocía el Señor que esa unión tan perfecta que es la Trinidad se vería afectada por esta situación, tanto que el Padre apartaría su vista del Hijo, dejándolo en la soledad más absoluta que se haya conocido, ¡justo a El que vivía en una unidad total, perfecta y eterna con el Padre!

Saber que El, santo, se transformaría en pecado, cargaría todas las culpas y sería abandonado del Padre, era un peso demasiado fuerte. Tanto es así que aún después de la Última Cena, al orar en Getsemaní, demostró esa preocupación al decir: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa”[3].

Ahora bien, todos esos pensamientos estaban sobre el Señor la noche de la celebración de La Pascua con sus discípulos, deseaba estar con ellos[4], se había apartado de una multitud a la que no quería acercarse ahora, pues conocía los vaivenes de las masas; pero aún estando en la intimidad con sus discípulos, su alma estaba angustiada hasta la muerte.

Sus seguidores no lograban entender esa situación, probablemente eran conscientes de lo difícil de aquel momento, pero seguramente mantenían el recuerdo de la semana anterior, cuando la multitud aclamaba a Jesús como el Rey en su entrada triunfal a Jerusalén. Interiormente ellos todavía tenían la expectativa de que Jesús se coronara como rey y, poniéndose al frente de Israel, derrotara a los romanos.

Sólo Jesús sabía lo que estaba ocurriendo.

De pronto “tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio”[5], es evidente que Jesús tenía una manera muy particular de partir el pan, que sus discípulos ya conocían; pero esta vez, antes de entregárselos, les habló y les explicó que ese pan era el símbolo de su cuerpo, que sería entregado por ellos.

Quiero que se imagine el momento, Jesús muy conmovido, hablando en voz baja, carraspeando, tratando de evitar un llanto que parecía imposible y enseñando algo a sus seguidores.

Luego tomó la copa y enseñó que era el símbolo de su sangre que sería vertida por ellos en la Cruz Redentora.

Al darles el pan y el vino les dijo algo que estaba anidado en su corazón; “haced esto en memoria de mí”[6].

¿Pensó acaso Jesús que sus discípulos podrían olvidar esa noche tan especial de la historia?, ¿pensó que la olvidarían los cristianos del futuro que no habían participado corporalmente de ese momento?, no sabemos que pensamientos habitaban en ese momento la mente del Señor, pero de una cosa estamos seguros, que nunca dijo algo al azar, sus palabras fueron siempre medidas, justas y dichas a tiempo. Por algo lo dijo entonces.

“EN MEMORIA DE MI”, la vida cristiana debe ser en memoria del Señor, cada día debemos traer a Jesucristo a nuestra mente, es por eso que es tan importante orar en la mañana y en la noche, como primera y última acción del día, pues es la forma de traerlo a nuestros pensamientos y recuerdos.

Debemos vivir nuestra vida recordándolo, haciendo memoria de su ejemplo de vida, de sus enseñanzas, de sus promesas, de sus milagros y, sobre todo, de su muerte y resurrección, que nos aseguran un lugar en el Cielo que ganó para nosotros.

Los pastores debemos tenerlo en memoria constantemente, recordando que en su ejemplo nosotros nos debemos reflejar. Que como una reminiscencia reiterativa, vuelva sobre nosotros su actitud, su humildad, su no apego por las comodidades, su renunciamiento al éxito mundano y la fama. La distancia que tomó de la búsqueda de riquezas terrenales debe transformarse en un faro que alumbre en las tinieblas de nuestras propias ambiciones personales.

Al hacer memoria de Él, debemos reflejarnos en su ejemplo perfecto, para perfeccionar nuestras debilidades, incoherencias y falencias personales que empañan nuestro accionar en la extensión de su evangelio.

El momento de la Santa Cena, que nosotros solemos presidir, no es una ceremonia religiosa donde nos ponemos sentimentales, sino que es el instante en que nuestra alma pone su recuerdo en Cristo, mientras nuestras manos reverentes toman el pan y la copa, símbolos de su cuerpo y de su sangre.

[1] Mateo 26:38
[2] 2da Corintios 5:21
[3] Lucas 22:42
[4] Lucas 22:15
[5] Lucas 22:19
[6] 1ra Corintios 11:24

 

 

Rodolfo Polignano PxG

Rodolfo Polignano
Pastor en el barrio de Colegiales de la Ciudad de Buenos Aires
Unión de las Asambleas de Dios
Profesor del Instituto Bíblico Río de la Plata durante 30 años
Escritor y maestro se especializa en Homilética
Bajo su ministerio pastoral se levantaron 12 nuevas congregaciones
Sirvió muchos años como presidente de Evangelismo de la Unión de las Asambleas de Dios

 

 

 

 

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Categoria: Edición 14 | Ser Iglesia aquí, hoy, entrega 5

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