EL MENSAJE

| 6 julio, 2015

El Dios que creó todo por la palabra, también creó al hombre, a su imagen, con el don de la palabra y con el que puede hablar.

Según leemos en los Salmos, hace ya mucho tiempo que los cielos cuentan la gloria de Dios, que hay voz de Jehová en el diluvio y voz de Jehová que derrama llamas de fuego. Sin embargo, los relatos de la creación, la historia de los patriarcas, la Ley y los Profetas fueron poniendo palabras a esa revelación, de modo que no sólo nos asombremos por los fenómenos que vemos, sino que se busca que entre nosotros se transforme esa percepción en un mensaje que nos descubre, nos compromete a vivir de otra manera y nos transforma, a nosotros y al mundo.

Nuestro trato con Dios, con quienes nos rodean y nuestra percepción de nosotros mismos se ve entonces desafiada por un mensaje que desde el pensamiento se hace más filoso.   Impresionados por un amanecer no es lo mismo que reprendidos por un profeta. Aterrorizados por una tormenta no llega tan hondo como “no matarás”, y una palabra de esperanza es mejor que la sombra de un árbol en día de sol.

Una sanidad, un milagro, una respuesta a la oración, también pueden ser incluidos dentro de lo fenomenológico, eso es lo que ocurre, una acción que no se identifica por si misma, sino que está sujeta a varias lecturas.   Jesús tuvo varios problemas con sus adversarios a causa de esa otra lectura posible. Lo acusaban de echar demonios por el poder de Belzebú, de ser un pecador porque sanaba en día sábado, y lo echaban de una región por liberar a un loco endemoniado. No les cabía duda sobre la veracidad de lo ocurrido, sino sobre el mensaje que eso traía consigo. Algún problema puede haber con el mensaje.

Cuando decimos “Los cielos declaran la gloria de Dios” nos referimos a eso que percibimos y nos impresiona. La creación es entonces una voz de Dios y nos pasa un mensaje glorioso de ese fenómeno.   Nosotros, de todos modos, apenas lo recibimos en términos de una noche increíble, una belleza, lo imponente del universo ante nuestros ojos…, y en general nos quedamos ahí, en lo estético y lo grandioso, que sin duda impresiona el alma humana. Algunos más estudiados miran el mismo cielo con ojo científico, y se sumergen más hondamente en grandiosidades y complejidades vastísimas. Pero hay más.

Hace ya mucho tiempo decimos que “ la luz de la naturaleza y las obras de la creación…no son suficientes para dar aquel conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación.” Por eso es Dios el que tomó la iniciativa, nos habló en la historia por los profetas y culminó revelándose en Jesucristo. Muchas maneras y muchas ocasiones usa Dios para hacernos llegar sus mensajes, y para eso utiliza sus mensajeros, y tanto el propósito divino de comunicarse como los medios que utiliza incluyen necesariamente algún lenguaje comprensible para quienes lo reciban, y un desarrollo inteligente, que genere alguna inquietud y provoque alguna revisión.

Hace menos tiempo que escuchamos que Dios es esa energía que todo lo llena, una manera occidental de presentar la inmanencia como límite del hombre en su encuentro con Dios. La reacción de la iglesia frente a ese planteo fue hablar de un Dios personal, es decir con voluntad, con carácter, capaz de hacerse conocer y de relacionarse. En algunos casos, en tiempos recientes, casi se lo identificó con un Dios personal, casi individual, y se lo enfatizó hasta el hartazgo, casi como para volver a un politeísmo en el que cada uno tiene su dios. Parece que tenemos algunos problemas con el mensaje,

El mensaje cierto pasa a ser revelador del carácter y la voluntad de un Dios que no sólo se manifiesta imponente, y es capaz de actos prodigiosos, sino que descubre su imagen en nosotros y tiene pretensiones de comunión. El Dios que creó todo por la palabra, también creó al hombre, a su imagen, con el don de la palabra y con el que puede hablar. Esa distinción, hace de nosotros unas criaturas únicas que en el lenguaje podemos trascender lo palpable y pasar a la descripción, la expresión del sentimiento, de la expresión de la necesidad a la ficción, a la poesía, al abstracto y al absurdo, que incluye por supuesto el humor, la ironía y el lamento, la negociación y la mentira.

Pero no sólo Dios tiene pretensiones de comunión, también nosotros somos pretenciosos buscando algún mensaje cierto, bien dicho, interesante y pertinente. En este caso los mensajeros pasan a ser una gran ayuda o un manifiesto estorbo. Dios sigue manifestándose entre nosotros, y todavía se pueden ver señales y prodigios, actos generosos de su parte que nos sirven de señales de su presencia y generosidad, pero de ninguna manera suplen el mensaje que ilumina, descubre el corazón y señala un camino a seguir. La claridad con que ese mensaje se pronuncia tendrá consecuencias, tanto sobre la persona que lo proclama como sobre su audiencia.

Según leemos en los profetas, hace ya mucho tiempo que Dios busca gente que se anime a decir lo que hay que decir, a la vez que, según también leemos, instruye y pule a sus mensajeros de los modos más extravagantes para que encarnen ese mensaje como es debido. La precisión y la belleza con que están presentados esos mensajes, les otorga una perdurabilidad que nos sigue seduciendo, aunque sirvan tanto para arrasar como para generar la comunidad que viene. Tan poderosos son.

Todo lo visible e invisible fue creado por la palabra, y por la palabra se sostiene. Y ser mensajeros de esa palabra creadora de mundos nos provoca a ser efectivos en nuestra función, de modo tal que nuestra identificación con el mensaje nos ponga en riesgo. Sea que aparezcan o se demoren los fenómenos que nos toca pronunciar, decir bien esa palabra es lo que nos toca.

 

Julio Lopez

Julio Cesar López
Pastor en Belgrano
Iglesia Presbiteriana San Andrés

 

 

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 16 | Nuestro mensaje, entrega 1, Teología

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