IGLESIA: NI UNA MENOS

| 31 agosto, 2015

Experiencia de un pastor en medio de una concentración popular.

Hoy, recién hoy, a poco más de dos meses de aquel memorable 3 de junio, en el que gran parte de la sociedad se reunió bajo el lema “ni una mujer menos, ni una muerta más”, es que puedo sentarme a dejar por escrito algo de lo vivido en la Plaza Brown de Adrogué, punto de encuentro elegido para que los vecinos del municipio pudieran hacer manifiesto su adhesión a la marcha.

No pretendo realizar en esta nota un análisis pormenorizado de la violencia de género, o de los alcances de la marcha, para eso existen profesionales muy calificados en diversas áreas; tan sólo me propongo contar lo que me gustó y lo que no, buscando también que las efímeras vivencias de esa tarde trasciendan, perpetuándose en el tiempo, resucitando una y otra vez a cada lectura.

No sé por dónde empezar, no tengo un rumbo trazado; a medida que se me vayan presentando destellos de aquel día les asignaré palabras.

  • Fue impactante contemplar el amplio y diverso arco de personas que se auto-convocaron: amas de casa, motoqueros, médicos, agrupaciones de derechos humanos, docentes, etc. Amuchados alrededor de la arenga de una representante del Concejo Municipal de la Mujer cada quien, entre pancartas y aplausos, podía hacer uso del micrófono como mejor le pareciese. Lo paradójico fue que durante algunos lapsos, la violencia de/entre los géneros se hizo presente: Vecinos insultando y degradando a militantes por apoyar a los políticos que “son todos iguales”, ya sea por la caradurez de aparecer en la marcha cuando en realidad no hacen nada (“trágame tierra”, rogaba una diputada provincial), como por no dar la cara cuando más se lo necesita (gatoflorismo vecinal, que le dicen); militantes gritando y descalificando por parlante a cuanto vecino los contradijera, defendiendo a capa y espada a un intendente que ni figuró, pero que a juzgar por las descripciones de los suyos, era lo más parecido a Jesucristo que alguien pudiera aspirar, a tan sólo dos años de haber asumido en el poder. Hombres contra mujeres, mujeres contra hombres, mujeres contra mujeres, logrando arrebatar por la fuerza y mayoría de decibeles el derecho a la palabra de los que respetuosamente habían esperado su turno para obtenerlo, y en definitiva el espíritu que los convocaba en un principio.
  • En los momentos donde la coherencia y la calma volvían a reinar entre la multitud, las alocuciones subsiguientes se convirtieron, al menos para mí, en disparadores de sensaciones encontradas, reflexiones y debates conmigo mismo. Sucede que escuchaba hablar a ciertos dirigentes políticos, y ya sea para el aplauso o el huevazo, se encontraban allí, intentando dar explicaciones, comentando acerca de los proyectos de ley impulsados, entre otras cuestiones; presté mis oídos con muchísima atención a los docentes que con gran acierto, nos compartían de la urgente necesidad que como escuela se tenía de crear más conciencia entre el alumnado, y del compromiso que ellos como institución, y nosotros como sociedad, debíamos asumir para que la violencia cese. Y verdaderamente que todo esto era enriquecedor, pero faltaba algo, alguien, algunos…

En Almirante Brown hay cientos de iglesias, de todos los tamaños y colores. Ellas son tan parte de la vida diaria de muchos como el hospital, el almacén o el club de barrio. Sin ir más lejos, una de ellas se encontraba frente a la mismísima plaza donde estábamos congregados. Semana tras semana, los templos son testigos de miles de almas que asisten y se organizan en torno a la fe, y que con gran dedicación contienen, escuchan y atienden integralmente a personas que sufren, entre otros flagelos, la violencia de género. Es más: importantes movimientos sociales y asociaciones civiles sin fines de lucro están sostenidas por el esfuerzo de congregaciones, de hermanos en Cristo. Sin embargo, pastores, sacerdotes, líderes y/o congregaciones en general brillaron por su ausencia, dejando un hueco imposible de llenar.

¿Dónde estábamos ese día? ¿Qué nos pasó? ¿Acaso no tenemos MUCHO que decir al respecto?

Con dolor debo reconocer que no había nadie en representación del pueblo de Dios.

NADIE.
Suelo recibir infinidad de invitaciones a plenarias, congresos, ¡cumbres! y talleres en donde las palabras INFLUENCIA, GOBIERNO, LIDERAZGO, NACIONES ocupan las marquesinas y las bocas de los exponentes de modo reiterativo, compulsivo. Escucho bandas (todos ellas muy bien intencionadas, por cierto) hablar de profecía, de decretos y establecimientos en lo espiritual, de Reino, de justicia, y muchas otras cosas más, tan sólo de evento en evento.

Yo también adhiero a estas cuestiones, yo también detesto amar este tipo de encuentros, a veces maravillosos, otras veces alienantes. Sólo me pregunto: ¿No estaremos empezando por el final? Es decir, ¿No sería más atinado hablar de influencia, cuando la tengamos en el mundo real, fuera de cuatro paredes o un circuito seguro, y cuando alguien que no siga a Cristo también lo reconozca?

Extraño a los profetas callejeros, doliéndose por su pueblo, siendo a veces tan sólo una voz que clama desde el desierto, pero que iluminan como un faro en medio de la tormenta, trayendo un mensaje claro y orientador de parte de Dios, a toda una sociedad que sufre la orfandad y el abandono de quienes decimos amarlos, si asisten a todos nuestros cultos. 

  • Una vez finalizada la convulsión interna de pensamientos, sentí del Espíritu Santo que todo esto no podía quedar así; si critico debo ser también el primero en activar, en construir. La cuestión era: ¿Qué digo?
  • Me temblaban las piernas, tenía miedo al abucheo: La iglesia no había actuado siempre bien en lo referido a la violencia de género, ya sea por poca preparación, por torpeza o lo que fuera.
  • Pedí el micrófono, y casi que no me lo dan porque ya había que ir cerrando. Cuando pasé al frente, sólo atiné a decir algo así como:

Buenas tardes a todos. Mi nombre es Guillermo Rodríguez. Soy pastor de jóvenes en la Iglesia Bautista del Nuevo Tiempo, aquí, en Adrogué. Creí necesario hablar, porque escuché a educadores, médicos y vecinos en general decir que como entes activos de la sociedad era necesario ser conscientes de la responsabilidad que afrontamos en la lucha por la erradicación de la violencia de género. Ante esto, la iglesia no puede quedar callada o indiferente, ya que también es parte de la vida de nuestros barrios, de la cultura, de la gente. Nuestra congregación, por ejemplo, lleva adelante un Movimiento de Emergencia Comunitaria, con el fin de asistir integralmente a personas en situación de calle y/o abandono, entre las que se encuentran mujeres, aún embarazadas, que se escapan a la calle como “castigo”, para que sus maridos dejen de pegarles, de maltratarlas. Quiero pedir perdón como hombre a todas esas mujeres, pero en especial deseo pedir perdón como Iglesia, por las veces que las Escrituras fueron interpretadas de manera machista, patriarcal o misógina. Al mismo tiempo, deseo expresarles nuestro fuerte compromiso desde las congregaciones, los púlpitos y las calles, para que #NiUnaMenos sea una realidad concreta, tangible, alcanzable”

Asombro, lágrimas, desconcierto, aplausos. En ese momento el miedo se disipó, y sentí fuerte el abrazo de Jesús; como nunca creí que estaba haciendo lo correcto. 

Es cierto que pedir perdón es relativamente fácil, y que en el mundo de las declaraciones y buenos deseos pareciera sencillo arreglar con unas disculpas años de graves errores doctrinales. Sin embargo, creo profundamente que el pedir perdón trae paz, restauración y cambios en lo espiritual, que se verán en lo natural. Es por ahí por donde definitivamente tenemos que empezar, por reconocer el error, para luego mostrar frutos dignos de arrepentimiento. Si en la práctica los pastores no comenzamos a capacitarnos, a releer las escrituras sin moldes pre-impuestos, sin el machismo que a veces aflora o a reconocer que no sabemos todo, entonces pedir perdón no tendrá ningún efecto, y nuestro mensaje será totalmente irrelevante.

Al finalizar la marcha, mientras los organizadores desenchufaban los parlantes y la gente iba desconcentrando, puede notar que la iglesia estuvo, aunque de otra manera:

  • Se me acercó una señora mayor que asistía (ya no) a una congregación mormona. Llorando, me contaba que nunca se hubiera imaginado estar en una marcha de este estilo, pero que a su ex esposo lo acababan de nombrar encargado general de una congregación, siendo que él, además de golpearla y robarle pertenencias, la había dejado abandonada y a la deriva con 5 hijos. Con todo ella no había perdido la fe en Dios, y juntos pudimos entender que estas experiencias traumáticas, con el abrazo y el consuelo de Dios, pueden ser las herramientas de liberación para muchas otras mujeres.
  • Al rato se me acerca otra mujer, católica y marianista, quien se estuvo debatiendo todo el tiempo que duró el acto si pasaba o no a hablar, y al final no se atrevió. Su intención también era la de pedir perdón, y reivindicar a la mujer en el cristianismo en figuras como María, Ester, la Madre Teresa de Calcuta, etc. Pero eso no era todo: Ella, con todo el dolor del mundo, había tenido que denunciar a su propia hija por violencia, maltrato y abandono hacia la que es su nietita. Me agradeció por las palabras, y reflexionamos en cuan necesario eran este tipo de palabras proféticas para que se produzcan los cambios tan necesarios.
  • Por último, se me acerca una docente, militante en agrupaciones feministas. Me cuenta que entre sus familiares tenía a muchos pastores y líderes de iglesias evangélicas. Ella misma asistía a una, pero la incomprensión, y ciertas estructuras rígidas la fueron alejando, enfriando. Ella tampoco había perdido la fe en Jesús, pero se preguntaba cómo hacer para compatibilizar todo lo que estaba viviendo con la iglesia, y como “convencer” a sus pares de que no todos los “hermanitos” son iguales de cerrados. Luego de un interesante intercambio de ideas, pudimos resolver que ser miembro de una iglesia y militar no son cuestiones incompatibles, sino partes inseparables: El cristiano es por definición Luchar con honestidad y amor, desde adentro, para que las cosas cambien, quizás sean las claves para una iglesia floreciente.

Hasta acá mi aporte. Les aseguro que ese día, en la Plaza Brown, fui parte de un culto a Dios, de una celebración de la iglesia en todo su esplendor: Hubo oración, prédica, micrófono (infaltable entre los evangélicos), público, comunión, restauración, unción…en fin, todo lo necesario para sentirme en casa.

Iglesia: ¡NI UNA MENOS!

Pd: Les comparto un artículo periodístico de un diario local: https://debrown.com.ar/brown-tambien-dijo-ni-una-menos/

 

Guillermo Rodriguez

Guillermo Alejandro Rodríguez
Pastorea, junto con su esposa Paula Muñoz, a jóvenes y adolescentes de la IGLESIA BAUTISTA DEL NUEVO TIEMPO (Almirante Brown, Pcia. de Buenos Aires)
Miembro fundador del MOVIMIENTO DE EMERGENCIA COMUNITARIA (Ministerio evangelístico/pastoral/social orientado a trabajar con las personas en situación de calle, abandono y/o riesgo)
Participación ministerial en la HORITA FELIZ (Claypole y Adrogué).
Músico profesional (batería y percusión)
Actualmente cursando el último año del Bachillerato Superior en Teología, en FIET (Facultad Internacional de Educación Teológica)

 

 

 

 

Cordialmente es la expresión de PASTORESxlaGENTE que fiel a sus principios no procura fijar conceptos únicos, sino que busca expresar la diversidad en la pluralidad que caracteriza al movimiento evangélico.

Las notas publicadas en esta edición digital reflejan la opinión particular de los autores.

La dirección de Cordialmente procura que la expresión bíblica “examinadlo todo, y retened lo bueno” sea el objetivo, por lo cual se invita a los distintos escritores a presentar sus fundamentos dejando el juzgamiento del artículo en cada uno de los lectores.

 

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