LES TIRÓ CON UN RESUCITADO

| 19 diciembre, 2016

Muchos esperaban un Mesías guerrero que repitiera la historia victoriosa de los Macabeos. Una muerte hubiera sido el inicio de una rebelión. Sólo era necesario “tirarles con un muerto”.

Una frase que suele utilizarse mucho en los vaivenes de la política es aquella de “le tiraron con un muerto”. Se trata de un artilugio literario pero expresa una repugnante realidad: se mata a alguien o se utiliza una muerte en una manifestación pública, para generar un desconcierto social lo suficientemente grande como para dañar la imagen del gobernante y hacerlo tambalear o, lo que es peor aún, para generar una acción violenta presuntamente justificada.

Algunos datos históricos, mundiales y nacionales, nos ubicarán en esta realidad:

  • El 28 de junio de 1914, en Sarajevo, fue asesinado el archiduque Francisco Fernando de Austria y ese fue el argumento utilizado para que se desatara la Primera Guerra Mundial.
  • En 1969 los integrantes de un escuadrón clandestino hondureño llamado la Mancha Brava asesinaron y detuvieron a una gran cantidad de salvadoreños en la zona fronteriza, lo que agudizó aún más la mala relación entre los dos países, desencadenando una guerra llamada “del Fútbol” porque explotó luego de un encuentro de ese deporte entre ambas naciones.
  • El 25 de setiembre de 1973 José Ignacio Rucci fue asesinado, según una opinión generalizada y descripta recientemente por el periodista Ceferino Reato, bajo las balas de Montoneros; desacomodando con eso el inminente tercer mandato de Juan Perón. Una tragedia que generó una espiral de violencia en Argentina, que aumentó descontroladamente y ha sido sufrida por todo el pueblo.
  • El 26 de junio de 2002, en las inmediaciones de la estación Avellaneda, los asesinato de Kosteki y Santillán le pusieron una pared infranqueable a Eduardo Duahalde para presentarse a la reelección tras su presidencia interina.

El listado podría ser mucho más extenso, como nefasto.

En todos los casos se repite la frase: “Le tiraron con un muerto”, una alusión metafórica a una realidad aberrante toda vez que, más allá de la popularidad o anonimato de la víctima, se perdía una vida, se destrozaba una familia y se abría un abanico de violencia que dañaría a países enteros. Porque además del daño al gobernante de turno, lo que hay detrás de estas atrocidades, son consecuencias funestas de las que se hace innecesario explayarme.

Jesús se acercaba a su momento crítico. Una lectura detallada de los evangelios, especialmente el de Juan, demuestra que el Señor estaba acelerando el proceso que devendría en su muerte vicaria por nosotros en las Pascuas de ese año. Así lo tenía previsto el Salvador, mientras llevaba a cabo su periplo terrenal con vista a la redención eterna del hombre.

Se enfrentaba a los poderosos de la nación judía de entonces, a aquellos que habían pactado con Roma. El Imperio acostumbraba permitir ciertas libertades y presuntos liderazgos nacionales de los países que ponía bajo la sombra de su supremacía. Dentro de estos poderosos estaban los Saduceos, gente de la aristocracia israelí que hacían equilibrio para gobernar a su nación, pero manteniéndose bajo el yugo romano.

Muchos esperaban un Mesías guerrero, alguien que repitiera la historia de los Macabeos y venciera al invasor. Una muerte hubiera sido el inicio de una rebelión. Asesinar a un centurión romano o a uno de los líderes del partido de los Saduceos, hubiera empujado a la sedición, al alzamiento armado, a la espiral de violencia. Sólo hubiese sido necesario “tirarles con un muerto”.

Pero en cambio Jesús eligió generar la crisis con la antítesis a esta fórmula. Nos relatan los Evangelios que los Saduceos, a diferencia de los Fariseos, no creían en la resurrección de los muertos. Cuando Jesús recibe la noticia de la enfermedad de su amigo Lázaro, inexplicablemente, se va para otro lado. Llega a Betania, muy cerca de Jerusalén, cuando Lázaro llevaba cuatro días muerto, innegablemente muerto y, ahora, sepultado. “Hiede ya” dijeron los allegados cuando Jesús solicitaba que sacaran la piedra que tapaba el sepulcro.

La historia es conocida por los lectores. Lázaro resucitó. Una incuestionable manifestación del poder de Dios se había producido, pero con ella se generó una situación políticamente grave. Ahora los Saduceos, a cargo del sacerdocio, tenían que explicar lo inexplicable para ellos. Su negación de la posibilidad de la resurrección los dejaba expuestos ante una realidad que todos veían.

Con esto se veían comprometidos su poder y liderazgo. Indudablemente eso llevó a Caifás a declarar: “Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca”. La revolución se había desatado, les habían tirado con un resucitado. De hecho, también procuraban matar a Lázaro.

No les tiró con un muerto, les tiró con un resucitado.

La historia nos enseña que, lamentablemente, muchos inescrupulosos utilizaron el mensaje cristiano para provocar guerras. Invocaron a Dios para ir a la batalla. No vale la pena detallar, alargando este modesto escrito, con ejemplos que todos ya conocen: bendijeron armas, oraron por victorias, profetizaron situaciones favorables, dijeron que Dios estaba de su parte, aseguraron que libraban guerras santas, y una sarta de barbaridades que colisionan todas con la pureza del mensaje evangélico.

Pero el verdadero cristianismo creció cuando le tiramos con resucitados a la sociedad. Los muchos que en forma literal ocurrieron en la historia en respuesta a oraciones, pero los muchísimos más que la gente ve en forma cotidiana. Drogadictos y borrachos que se liberan del vicio, familias que logran reconstituirse, enfermos que son sanados, golpeadores que son transformados, presos que cambian de vida en las cárceles, estafadores que dejan de serlo, promiscuos que regeneran su comportamiento; vidas que comienzan a vivir la plenitud de un cristianismo sencillo que ha reconvertido sus vidas en seres útiles.

La violencia no cabe en la pureza de los argumentos neotestamentarios. No avalemos a los que andan tirando muertos, aunque sus convicciones o conveniencias pudieran estar cerca de las nuestras.

Volvamos al ejemplo de Cristo y llenemos la sociedad de resucitados, de vidas, familias y sociedades cambiadas, como diría San Pablo: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”.

 

Rodolfo Polignano PxG

Rodolfo Polignano
Pastor en el barrio de Colegiales de la Ciudad de Buenos Aires
Unión de las Asambleas de Dios
Profesor del Instituto Bíblico Río de la Plata durante 30 años
Escritor y maestro se especializa en Homilética
Bajo su ministerio pastoral se levantaron 12 nuevas congregaciones
Sirvió muchos años como presidente de Evangelismo de la Unión de las Asambleas de Dios
 

 

 

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Categoria: Edición 18 | Los mensajes, Editorial, entrega 12, Notas de fondo

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