500 VELITAS QUE NO ENCIENDEN

| 5 febrero, 2018

 

¿Quién va a entusiasmarse festejando algo que no sabemos qué es, ni qué tiene que ver con nosotros? Los festejos están ligados a las emociones, y si algo podemos reclamarle al festejo de los 500 años de la Reforma Protestante del Siglo XVI es que la emoción faltó a la cita. Por lo menos por Argentina no pasó. Y era esperable que así sea, pero el calendario nos fue llevando y llegó la fecha y se hicieron los actos de rigor. Se consiguieron los mejores lugares, como el Teatro Colón y el Centro Cultural Kirchner, y se desarrollaron programas bien hechos, y talleres bien dictados, y el sabor que nos quedó …¿y el sabor? Resultó como esas comidas que tienen los mejores ingredientes, aparentemente no les falta nada pero no tienen gusto.

Es que las iglesias evangélicas latinoamericanas de hoy no sienten que ese movimiento tenga mucho que ver con nosotros y nuestras realidades. Sí tiene que ver, pero no se siente, no llega. Es que en estos tiempos las iglesias más europeas, las que se sienten herederas de aquella Reforma no son populares, y las más populares, las que mueven gente y tienen vínculos sentimentales con la gente, son casi huérfanas de teología y de historia.

Por ejemplo, aunque el pentecostalismo llegó a Argentina de mano de italianos, rusos y suecos, y muy luego los estadounidenses, a partir de los años ’70 lo norteamericano se impuso desde la música y desde las instituciones nucleadoras de iglesias como ACIERA, CONELA, y desde los medios con las campañas televisivas (Club 700 y Jimmy Swaggart), y presenciales (Palau y Billy Graham). La historia reciente de estas iglesias populares ha estado sumergida en esa atmósfera desde los años ’70. Y si tenían alguna identidad propia, que se vio un poco renovada y fortalecida con las campañas evangelizadoras de los ’80, fue luego devorada en la fiebre de la música de Marcos Witt y luego de Hillsong, la organización celular rabiosa, y la teología de la prosperidad. Todo en un marco de la magnificación de la autoridad de los pastores que demandan cosas inauditas respecto a la obediencia que les deben los miembros de las iglesias. Así es que otra de las esencias de la Reforma como es la libertad de conciencia, ha sido no sólo olvidada sino más bien declarada como falta de sometimiento y rebeldía.   Está claro, esos pastores no quieren vincular a sus congregaciones con el pensamiento de la Reforma.

Recuperar la vigencia de la Reforma y los valores que en su día enarboló, tiene hoy una urgencia que ningún evangélico hubiera sospechado hace cincuenta años. Pentecostales o bautistas o hermanos libres o e cualquier rama que se mencione tenían entonces definiciones ciertas de aquellos valores que hacían a lo reformado, y aunque podían guerrear sobre interpretaciones bíblicas, era justamente sobre qué decía la Biblia que peleaban, y qué quería decir. Porque Las Escrituras eran la autoridad. Hoy todos hablan de autoridad y en realidad hablan de sí mismos, de su autoridad. Las canciones la mencionan como el bien más preciado junto con la gloria, gloria y autoridad por todas partes, y es que “de la abundancia del corazón habla la boca” y parece que lo que más queremos es gloria y autoridad. Nuestra gloria y nuestra autoridad.

Conviene a la honestidad insistir en preguntarnos por qué era esperable que el festejo de los 500 años de la Reforma fuera formal pero sin emoción. Digo, a la honestidad intelectual y también espiritual con la que merece evaluarse lo hecho. Es que la Reforma tenía sabor, y fue caliente y picante porque el movimiento que se encarna en Lutero en 1517 y arranca con sus 95 tesis, que inicialmente partió Europa en dos bandos y después la iglesia en mil pedazos, ponía en evidencia la inconsistencia entre lo que se vivía en la iglesia europea en ese tiempo y lo que sabíamos de sus orígenes en la vida y enseñanzas de Jesucristo y de los apóstoles. La Reforma nace entonces como cuestionadora de un orden y unas prácticas que, ignorando la Gracia de Dios, imponían un sistema opresivo de miedo y comercio de los religioso, que se descubre como irreconciliable con la libertad y la verdad, y que genera hipocresías institucionalizadas de todo orden. La lucha contra las indulgencias, contra la idolatría y el fetichismo y la apertura hacia las Escrituras, nos hablan de una escena caliente y picante que parece preferible evitar en estos días, nuestros días, para mantener la paz de las congregaciones. Es que la centralidad de la persona, la enseñanza y la obra de Jesucristo, que quita de en medio cualquier otra mediación, nos hace pensar que los actuales mediadores se sienten incómodos frente al reclamo que se levantó en la Reforma respecto al Soli Deo Gloria y al sacerdocio universal de todos los creyentes. No es extraño entonces que con una celebración formal nos demos por satisfechos. Soli Deo Gloriam es una frase preciosa que no tiene un lugar en el vocabulario evangélico porque está en latín, pero por siglos ha sido una de las convicciones mayores a la hora de definir el culto en las iglesias evangélicas. Sólo a Dios se adora, sólo ante Dios se postra, nadie sino Dios recibe culto y todo lo demás es idolatría. Aún esto último necesitamos ponerlo en vigencia porque lo que se ve desdice esa afirmación. Caliente y picante la Reforma se levantó ayer contra las mediaciones y las glorias humanas que hoy florecen exhuberantes.

Los evangélicos no creen en los santos -se suele decir-. Claro que creemos, si las cartas apostólicas están dirigidas “a los santos y fieles”, y no tenemos dificultades en leer San Juan o las cartas de San Pablo. Los santos y María son parte del pueblo de Dios y damos gracias al cielo por el testimonio de sus vidas, somos parte del mismo pueblo. Lo que no creemos es en la mediación de los santos, en orarles a ellos para que ellos rueguen por nosotros y así Dios nos escuche. Dios está suficientemente cerca y nos ama como para orarle a él, y él nos oye. Las Sagradas Escrituras nunca nos animan a buscar mediadores, más bien a acercarnos confiadamente a Dios. Pero otra es la realidad en las iglesias evangélicas, donde cada vez los pastores se vuelven mediadores imprescindibles para que Dios otorgue sus gracias al pueblo. ¿Dónde quedó la buena enseñanza del sacerdocio de todos los creyentes? Claro que hay dones diferentes y ministerios diferentes, pero ¡sacerdotes somos todos!

Claro, soy un evangélico argentino que conoce y ama a la iglesia, dediqué mi vida a su servicio, y por eso entendiendo en qué momento de su historia nos encontramos y no esperaba una celebración que apelara al corazón de la Reforma o a sus intereses doctrinales, o al deseo y coraje de revisar la iglesia desde las Escrituras, desde la historia y con sensibilidad al Espíritu. Lo que sí espero es una Reforma, y espero también personas que se animen a encarnarla, desafiando todo otro tipo de lealtades que seducen y amenazan a los que dicen “Mi alma está cautiva de la Palabra de Dios”. No puedo ni quiero retractarme.

 

 

Julio Cesar López
Pastor
Iglesia Presbiteriana San Andrés

 

 

 

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Categoria: Biblia, BIBLIA, DEBATE, Edición 19 | CONVERSANDO LA REFORMA, entrega 4

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