LA IGLESIA DEL MAÑANA

| 26 octubre, 2020 | Responder

Amar al prójimo y amar a Dios bordes de nuestro evangelio”.

Pensando en cómo describir mi lectura de la Iglesia Evangélica actual, fue imposible no recordar mi paso por el Colegio Cristiano Evangélico en el que cursé mi secundaria. Allí conocí a muchos amigos con distintas opiniones e ideologías sobre el evangelio que vivimos, me di cuenta que muchos de ellos están sostenidos por una fuerte presencia de legalismos.

Me parece una locura, el hecho de pensar que con 17 años no puedo ir a una fiesta con mis amigos porque “Dios no nos quería allí”, o no poder defender causas de infección de transmisión sexual porque “de sexo… no se habla”, o que no entiendan porque no juzgo las elecciones de nadie, acerca de cómo aman, como viven, como se relacionan con los demás.

En el transcurso de estas charlas con mis amigos, comencé a notar que lo que ellos contaban se diferenciaba de lo que hacían, no solo condenaban a otros con lo que decían, o les decían, sino que, se veían encerrados en una disociación entre lo que querían y lo que religiosamente está bien. Fue ahí donde entendí que nunca los discursos religiosamente correctos servían para amar y para estar cerca de Dios, por eso, más allá de mi opinión sobre muchas de las iglesias de las que amigos y compañeros han sido o son parte (las cuales condenan e intentan disciplinar con conceptos y dogmas que solo sirven para lastimar) quiero abrir la brecha sobre como vivo el evangelio.

Cuando a mí me preguntan: “¿De qué religión soy?”, me gusta decir que no tengo religión, porque religión viene de religar, que es unir conceptos, genera dogmas, una serie de parámetros, los cuales, para quienes siguen esa religión, tienen que mirarlo muy obsecuente y no tienen ningún tipo de libertad. Yo simplemente soy un discípulo de Jesús que lo admira, lo ama y busca seguir sus enseñanzas. Como aquella que nos dejó en Juan 8: 3-11, donde los maestros de la ley religiosa y los fariseos le llevaron a Jesús una mujer que había cometido adulterio, queriendo ponerlo a prueba e intentando acusar a Jesús, le dijeron ¿qué hacemos con ella?, porque según la ley, a esta clase de mujeres DEBIAN apedrearlas, a lo cual Jesús respondido: “aquel de ustedes que no tenga pecado, que tire la primera piedra.

Antes de seguir el relato de la simpleza y contundencia de Jesús con un amor que sobrepasa todo entendimiento, creo que tenemos que reparar en la importancia de entender una frase que para nuestro evangelio es clave, “amo, no juzgo”.

Jesús se acercó a aquella mujer y le preguntó: “¿Dónde están los que iban a condenarte?”, a lo que ella le contesta que ninguno lo había hecho, y es ahí donde Jesús una vez más muestra con una simple frase su amor: “ni yo te condeno”. Me impacta, versículos y relatos como estos marcan mi vida con Jesús. Ni Él, sabiendo que esa mujer se había equivocado, que se estaba lastimando, siendo Jesús, no la condeno, entonces reflexiono: ¿Porque debería hacerlo yo?

Vivo y camino un evangelio con empatía, un evangelio que llega directo al corazón de quien más lo necesita, las enseñanzas de Jesús son las que marcan mi camino, además de conocerlo y estar convencido de que mi forma de vivir es lo que me mantiene vivo.

Por haber estado cerca de gente que vive un evangelio religioso, es que pienso en la iglesia evangélica del mañana, como una que no debe juzgar, que no debe condenar. Anhelo una comunidad de gente que se anime a seguir las pisadas de Jesús, una iglesia capaz de mirar a la gente como lo hace Jesús e intentar llenar al mundo de paz y vivir amando, porque amar es simplemente urgente.

Juan Ignacio Sottile
Estudiante de Derecho en UNLaM
Militante del Movimiento No Matarás
Voluntario de Rock&Vida

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Categoria: Edición 23 | NUESTRA AMÉRICA: SER IGLESIA HOY, Editorial, entrega 2, Reflexiones

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