ORACIÓN POR AVIVAMIENTO

| 2 noviembre, 2012

Hoy en medio de un mundo en crisis, la Iglesia, los hijos de Dios, debemos orar con fervor para que la gloria del Espíritu Santo se manifieste en medio nuestro y así, podamos ver el fuego santo derramado sobre los hombres y mujeres.

Hoy la Iglesia en el mundo busca más una respuesta a sus debilidades que la excelencia en Dios. Es por eso que lee muchos libros buscando justificación al pecado.

A menudo, oímos hablar de la unción, como si fuera un descubrimiento de este siglo.

Se han escrito miles de libros hablando de la unción, y por esto, posiblemente, muchos creen que ya no es necesario recibir el bautismo del Espíritu Santo. La evidencia es contundente: la Iglesia ha dejado las reuniones específicas para recibir el fuego santo… esas noches con días de espera buscando ser investidos del poder de lo alto, hasta que “Dios derrame su unción sobre nosotros.”

En la actualidad, las conferencias, convenciones y congresos hablan de la unción “exprés” (rápida): poner las manos sobre los que vienen a buscar “el poder mágico”.

Primero, quiero aclarar una cosa: ¿Qué es la unción?
Hechos 10:38 dice “como ungió Dios con Espíritu Santo y poder a Jesús de Nazaret”.
Entonces, ¿qué es la unción?: es Espíritu Santo y Poder.
¿Para qué es necesario recibirlo? Para hacer bienes y sanar a todos los oprimidos por el diablo.

Para recibir la unción (Ezequiel 22:30): “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé.”

Para levantar vallado es necesaria la intercesión (oración profunda), lo cual es más que presentarnos ante Dios para realizar peticiones de manera despreocupada, indiferente. Es derramar nuestra  alma con llanto, sabiendo que nada somos delante de Él. Como aquel publicano, que lo único que podía hacer era llorar y golpear su pecho, clamando por perdón. Una oración intensa, profunda, nacida del corazón, es la que recibe respuesta delante de Dios.

Muchas veces, nuestra oración es una sucesión de palabras, algo que brota de la mente. Pero intercesión profunda solo podremos experimentarla cuando hayamos visto el sufrimiento por el cual estamos pidiendo.

 

Cómo recibir la unción
Fue en tiempo de intercesión cuando Dios me mostro una visión: Veía ante mí un globo terráqueo, de aspecto gelatinoso, que latía como un corazón. Desde el interior de ese “pequeño mundo” salían alaridos, gritos de terror, de pánico, de dolor, de desesperación; gritos de alguien que era violado o que estaba muriendo; clamor y alaridos de todo tipo y calibre. En medio de todo esto, oí una voz que me dijo: El mundo gime, ¿a quién enviaré?”. Tres veces consecutivas escuché la misma voz y el mismo llamado.
Recuerdo que en ese momento, luego de escuchar por tercera vez la misma pregunta, dije: “Señor, envíame a mí, yo iré”.
Por supuesto, no imaginaba lo que iba a pasar posteriormente, simplemente dije: “Señor, envíame a mi”.
Dios sigue con esa misma expectativa, buscando gente que esté dispuesta a sacrificar su tiempo, no solo para predicar el evangelio sino para interceder, gemir, clamar, llorar por aquellos que están en necesidad.

La Biblia enseña que Jesús mismo, al elevar sus oraciones al Padre, lo hacía de esta manera: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” Hebreos 5:7.

Tomemos como sumo ejemplo a nuestro Salvador y comencemos a orar, clamar, gemir, llorar con gran clamor y lágrimas por aquellos que se pierden.
No dejemos pasar un solo día sin que esto sea una realidad en nuestras vidas.
La unción tiene un propósito, proclamar el evangelio a los perdidos, que los cautivos sean liberados, los enfermos, sanados, y todos llenos del  Espíritu Santo.
Este es el propósito de la unción.
Para ver un despertamiento, un avivamiento poderoso, es necesario un clamor profundo y un río de lágrimas.

 

Carlos Alberto Annacondia
Nació el 12 de marzo de 1944, en la ciudad de Quilmes, Provincia de Buenos Aires.
En 1970 contrajo matrimonio con María Luján Revagliatti conformando una familia con 9 hijos y14 nietos.
Conoció al Señor el 19 de mayo de 1979 en San Justo, provincia de Buenos, en una Cruzada Evangelística con el Rev. Manuel A. Ruiz, de Panamá.
Siendo un próspero hombre de negocios, Dios lo llamó y lo levantó como evangelista de su Reino, y como tal, ejerce su ministerio desde el año 1981.
Comenzó su ministerio predicando en la década de ’80 en las villas de emergencia del Gran Buenos Aires.
Su mensaje ha sido oído por multitudes de personas de distintas razas y condiciones sociales de los cinco continentes. Se estima que varios millones de personas tomaron la decisión por el Señor Jesucristo en sus Cruzadas.
Actualmente, vive en la Ciudad de Buenos Aires y preside el equipo “Misión Cristiana Mensaje de Salvación”, de la Unión de las Asambleas de Dios.

 

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Categoria: Avivamiento, Edición 1 | LA ORACIÓN, entrega 1

Comments (6)

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  1. Daniel says:

    Este domingo mi pastor nos ministraba y decía que para poner las manos sobre los enfermos era necesario acercarce bien a la gente, había que sentir el dolor, el llanto, el aliento, el olor, la angustia que tiene la gente y para que esto se logré hay que estar cerca, bien cerca.
    Veremos lo que nuestros ojos nunciatura han visto.
    Pasion por la gente.

  2. cecilia says:

    Excelente articulo!! clamar,llorar,y no dejar pasar ni un dia sin estar en la presencia del SEÑOR para q el ESPIRITU SANTO sea real en nosotros,para q podamos acercarnos al q sufre,al q necesita de DIOS.Hoy damos por sentado q la uncion vine asi xq si,volvamos a doblar las rodillas,a dar desde lomas profundo del corazon para Jesus.”Clamor profundo y un rios de lagrimas…”me quedo con esa ultima frase del articulo.

  3. pablo says:

    excelente y perfectamente revelador.