HACIA UNA ÉTICA DE LA RESPONSABILIDAD SOCIAL | PARTE 1

| 6 mayo, 2013

Existen en la actualidad, dos grandes tendencias o corrientes de pensamiento al momento de abordar las principales cuestiones  teológicas, las que afectarán indudablemente nuestra concepción del mundo, nuestra teología pastoral y determinarán finalmente nuestras acciones o prácticas en relación con el “aquí y ahora”.  

Por un lado, una tendencia que denominaré “espiritualista” de “arriba hacia abajo” que pone su énfasis mayormente en  lo sobrenatural del evangelio,  sin tomar en cuenta las relaciones materiales: sean estas de clase, políticas, sociales o económicas, que constituyen verdaderamente una matriz cultural e histórica de vida  (entiendo que bíblicamente se denomina “sistema”) que influye directamente en la conducta y el ámbito de los hombres,  y de la cual tampoco  escapamos los cristianos.

Por el otro lado, una tendencia que denominaré “materialista”, de “abajo hacia arriba” en donde el evangelio es leído en clave de las relaciones materiales antes citadas, y cuyo objetivo es la libertad social, política y económica del ser humano, dejando de lado el componente sobrenatural redentor del mensaje de Cristo. Es decir, la redención solo se lee en términos de liberación social y política.   En el primer caso, la teología deriva en un “misticismo”, que muy generalmente deviene en una teología extremadamente individualista. Ejemplo de esto son las teologías del éxito o prosperidad. En el segundo caso, tenemos una teología, necesariamente de solidaridad, pues solamente la unidad puede generar la fuerza para romper el yugo de los opresores, en vista de que se ha prescindido del componente sobrenatural.  En este caso tenemos   un “humanismo”.  Ejemplos de esto,  son las algunas  vertientes de la teología de la liberación.

Ni un extremo ni el otro es bueno, o para no usar un término valorativo, diríamos que: ni un extremo ni el otro interpretan el mensaje integral del evangelio.

Pienso que la Biblia plantea, un equilibrio virtuoso entre ambos paradigmas.

La vida de Jesús, principalmente, nos enseña como el Señor articuló ambos planos: Primero,  realizando la tarea que, como hijo de Dios solo él podía realizar (el componente sobrenatural).

Segundo, como hijo del hombre, ungido por el Espíritu Santo, confrontando al sistema  de este mundo, (el cual según sus palabras “está bajo el maligno”)   y  en pos de los más débiles, desprotegidos, y marginados,  resistiendo enérgicamente a la opresión, fuera esta política (llamó “zorra” a Herodes) religiosa (Se enfrento a los fariseos) y económica (echó a los cambistas del Templo).   Sus discípulos siguieron esta línea de compromiso: un claro ejemplo es la epístola de Santiago y su declamación contra los ricos opresores, en una de las primeras reivindicaciones cuasi socialistas de la historia, o la practica de alimentar a las viudas no solo de Israel sino también de los griegos, comenzando el libro de los Hechos, que derivó en la elección de los siete diáconos.

Finalmente, Jesús no fue un moralista, sino un ser profundamente ético. La moral se refiere a las costumbres de una cultura particular en una época determinada, la ética refiere a un auto convencimiento a través de la reflexión, la meditación y la búsqueda interna, de aquellos valores que uno puede considerar como trascendentes e inspiradores.  El Señor realizaba un ejercicio espiritual permanente para sortear las rígidas e inhumanas normas de la moral encerradas en las tradiciones y enseñanzas religiosas de la época, en pos de liberar al ser humano hacia una visión verdaderamente trascendente y positiva.    La ética del Señor, tal como lo veo, era revelada por el Espíritu Santo,  y sus principales valores: La dignidad de todo ser humano, la búsqueda permanente de la justicia, la compasión y el amor.  Estos principios  deben ser, indudablemente nuestro faro cuando nos adentramos en territorios que están más allá de nuestra fe privada, como ser la sociedad y la política,  que requieren una articulación filosófica para adecuar  nuestros valores cristianos hacia todos.

Así vemos por ejemplo en la Escritura, como el mandamiento enseñaba, sobre  aquella mujer sorprendida en adulterio, que  debía ser apedreada sin misericordia hasta la muerte. La intervención de  Jesús en este asunto,  no fue en contra del mandamiento, sino que brindó una visión superadora y contundente: “El que esté libre de pecado, arroje la primera piedra”.  El moralismo rígido, pone a la norma por sobre el ser humano,  Jesús siempre le dio al hombre una visión superadora, y esto es, la constante de Dios.

Es por ello que creo que lo que necesitamos como iglesia, es una profunda revisión de índole ética, es decir analizar, meditar, reflexionar sobre cuales son los principios que  guían  nuestra cosmovisión en referencia al cambiante escenario que nos rodea, a fin de adecuarlos a los principios del Espíritu Santo, que como persona de Dios, defiende siempre la dignidad del hombre por sobre todas las cosas.

 

Aníbal Villordo
Licenciado Ciencia Política
Presidente UPSI (Unión de Pastores de San Isidro)
Pastor Iglesia Fuente de Gozo en Boulogne, Buenos Aires

 

 

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Categoria: Edición 4 | Iglesia y Sociedad, entrega 1, Teología del Sur

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