HACIA UNA ETICA DE LA RESPONSABILIDAD SOCIAL | PARTE 3

| 3 junio, 2013

“En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los Hebreos, que las viudas de aquellos eran desatendidas…”   Hechos 6:1  

En la entrega anterior, abordamos, a través de dos preguntas emblemáticas que Dios le hace al primer hombre, Adán, cual es la ética que debe guiar el pensamiento cristiano en relación a la práctica individual y colectiva. Entendimos, a través de la Escritura, que una es inseparable de la otra, lo que emblemáticamente se resume en el mandamiento de “amar a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismo”.

De alguna manera, entendemos que, aquel compromiso social comunitario, simbolizado claramente en la demanda de Dios hacia el hombre al designarlo en sus orígenes, “guarda de su hermano”, fue interpretada cabalmente por la iglesia primitiva, aquella de la que tenemos registro en  los primeros capítulos del libro de los Hechos.

Luego del Pentecostés, aquellos primeros discípulos, predicaron un mensaje de arrepentimiento y poder, con grandes señales y prodigios, abordando la primer faceta que hemos detallado anteriormente, a saber la “faz espiritual”, un llamado a la reconciliación entre Dios y el hombre,  el componente redentor inherente a la relación individual con El. Como consecuencia, el número de discípulos crecía en gran manera.

Ahora, según nos relata en el capítulo 6 del mismo libro, surge una controversia, que culmina con la elección de los 7 diáconos. La controversia no era “teológica” en el sentido básico del término, no respondía a las “cuestiones de la fe”, ni a cuestiones de “ley” o “doctrina espiritual” por definirla de alguna manera, sino a un problema práctico, en relación a la faz colectiva de la comunidad, un inconveniente en la distribución de la ayuda comunitaria, específicamente en la distribución de la alimentación de las viudas: “Y las viudas…”.

Vemos que, no solo se alimentaba a las viudas hebreas, sino también  a las griegas, por lo tanto, no había discriminación en la ayuda social. Precisamente el reclamo fue, porque se daba “por sentado” que la asistencia debía ser justa e igualitaria, el mandamiento bíblico de solidaridad, se externalizaba hacia la sociedad toda.

La importancia que le dieron los primeros cristianos a esta tarea, la vemos reflejada en los requisitos necesarios para seleccionar a aquellos que iban a “servir las mesas”: Buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría…Y solo, para servir las mesas. El considerar esta faceta como algo “naturalmente” parte del evangelio integral, era claro para la primera iglesia, pero en algún momento de la historia se perdió el rumbo, comenzándose  a priorizar la faceta “espiritual” por sobre la “social”. O lo que es lo mismo, lo “individual” por sobre lo “colectivo”.

Este viraje, se sostuvo discursivamente entre otras cosas, en  una interpretación sesgada del pasaje: “Dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”. Esta interpretación clásica, postula, que, los asuntos terrenales deben ser dejados en manos de los hombres, mientras que solo los asuntos celestiales corresponden al ámbito de la fe. Esta dicotomía, supuestamente “irreconciliable” se ha convertido en el sustento de una lógica de dominación, cuya más clara definición se resume en la frase que se le atribuye a  un tal Carlos Marx, cuando dijera: “La religión es el opio de los pueblos”.

Claro, mientras se promete la vida eterna y las bondades del “reino de los cielos” para los pobres y humildes, (en el futuro), la injusticia y la desigualdad se riegan como río sobre la faz de la tierra, (en el presente). Y todo esto mientras estamos adormecidos y anestesiados con cuestiones “santas” que no nos permiten “contaminarnos” en los “negocios de este mundo”.

 Esto, no lo enseñó ni Jesús ni sus discípulos. El Jesús encarnado fue un activo “militante” por los derechos de las minorías invisibilizadas en su tiempo: Mujeres, niños, extranjeros, leprosos, pobres, excluidos y marginados. Fue un militante por la justa distribución de las riquezas, un luchador incansable contra la injusticia. Jesús y sus discípulos enfrentaron a los poderes de turno, denunciaron las injusticias de su tiempo, sean estas económicas, sociales y políticas, y al mismo tiempo, condenaron la violencia como método para obtención de estas conquistas. Como dijo el apóstol Pablo: “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios”… (2 Corintios 10:4).

No solo predicaron, sino que  se comprometieron con hechos concretos.  Entiendo que esto es lo que Dios quiere de la iglesia en todo tiempo, y en particular en este siglo que nos toca vivir.

Concluyendo, me resulta interesante  la facilidad humana para invertir  la pregunta divina: Cuando vemos la injusticia y la desigualdad, decimos: ¿Dónde está Dios? La pregunta correcta no es donde está Dios, sino ¿Dónde estás tú?…

 

 

 

Aníbal Villordo
Licenciado Ciencia Política
Presidente UPSI (Unión de Pastores de San Isidro)
Pastor Iglesia Fuente de Gozo en Boulogne, Buenos Aires

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Categoria: BIBLIA, Edición 4 | Iglesia y Sociedad, entrega 5, Teología del Sur

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