CON UN OÍDO EN EL PUEBLO Y OTRO EN EL EVANGELIO

| 10 junio, 2013

No es posible reducir las dos voces a una lo que es necesario es seguir teniendo los dos oídos abiertos. La posibilidad de escuchar lo que dice el Evangelio es cuando, guiados por el Espíritu, se escuchan las voces del pueblo. Y reconocer la “voz del pueblo” es posible si el Evangelio nos da discernimiento. Es el mensaje que resuena en el Evangelio lo que nos acerca a los reclamos y esperanzas más profundas del pueblo.

 

El acuerdo y la tensión

La frase del Obispo E. Angelelli, mártir durante la dictadura militar, ha nutrido muchas reflexiones, y motivado en muchas ocasiones las apelaciones a una teología comprometida. Esta será una más entre ellas. Porque esta frase tiene mucha tela para cortar, muchas posibilidades escondidas, mucha actualidad que vuelve, como vuelven siempre las palabras de los profetas, llenas de nuevos significados.

Lo primero que quiero señalar es que en esta frase hay a la vez un acuerdo y una tensión. Por un lado, pone en paralelo “pueblo” y “evangelio”, y nos hace un llamado para que nuestra actitud sea la de prestar atención a ambos a la vez. Así, por un lado, indica que la verdad y el compromiso liberador surgen de ambos; pero que, por otro lado, no son exactamente lo mismo, porque si dijeran lo mismo con un solo oído bastaría. De manera que “pueblo” y “evangelio”, ambos dicen algo y ambos deben ser escuchados, pero es necesario prestar atención para ver en que se complementan,  en qué se tensionan y cómo nos movilizan.

Alguna vez se dijo “vox populi, vox Dei”. En ese caso, no sería necesario tener los dos oídos, porque el pueblo y el Evangelio dirían la misma cosa. Pero hemos aprendido que “la voz del pueblo” se ha prestado para manipulaciones para agudizar aún más las condiciones de opresión. Es que el problema es quién habla con la voz del pueblo, quién se atribuye la prerrogativa de decir lo que el pueblo piensa. Además, eso supone que esa voz es unívoca, que todo el pueblo piensa lo mismo y se sintiera igualmente representado en las mismas palabras. Pero nuestra experiencia es que la voz del pueblo es una voz plural y diversa. Muchas veces es un vocinglerío de consignas cruzadas, sus reclamos son múltiples y diversos y sus actores no coinciden en sus opciones y prioridades.

Pero, además, si pueblo y evangelio dicen la misma cosa, entonces bastaría, por otro lado, leer el Evangelio. Pero también aquí vemos que hay muchas lecturas del Evangelio, tanto o más plurales y contradictorias que las mismas voces del pueblo. Ciertas lecturas  que se han vuelto teologías en nombre del Evangelio se han prestado, y mucho, a políticas evasivas, y, peor aún, opresivas. Se han pretendido amparar en el mensaje del Evangelio quienes han cometido algunos de los más groseros crímenes contra los pueblos, incluso diciendo que se hacían en nombre del pueblo de Dios.

Vemos, así, que no es posible reducir las dos voces a una, y que lo necesario es seguir teniendo los dos oídos abiertos. La posibilidad de escuchar lo que dice el Evangelio es cuando, guiados por el Espíritu, se escuchan las voces del pueblo. Y reconocer la “voz del pueblo” es posible si el Evangelio nos da discernimiento. Es el mensaje que resuena en el Evangelio lo que nos acerca a los reclamos y esperanzas más profundas del pueblo. Es desde esas voces de pueblo que la realidad social y política interpela a la fe, y si la Iglesia (las iglesias) ha de responder, es para profundizar su mensaje liberador para ese pueblo que la reclama.

 

Voz del pueblo y reclamos populares

Si de discernir se trata, entonces, de las muchas voces que se alzan en nombre del pueblo hay que poder darse cuenta las que verdaderamente expresan al pueblo y las que, en su nombre, en realidad lo quieren destruir. Ya lo decía en la antigüedad Aristóteles: “Prácticamente en todos lados son los ricos (la oligarquía, en las palabras del mismo Aristóteles) quienes parecen hacer las veces de la gente de bien”[1].

Porque hay muchas voces que son populares en el sentido televisivo del término (como Tinelli puede ser “popular”) pero antipopulares en el sentido político del término, es decir, desconocen el conflicto social, creando consensos artificiales, negando la lucha de los sectores postergados o los pueblos originarios, asociándose con los intereses de los ricos como los únicos intereses válidos, reemplazando con sus gritos histéricos las voces apenas audibles de los desposeídos.

Cuando eso ocurre el pueblo se queda sin voz, en el oído tendido al pueblo solo se escucharían los aturdidores desafines de la fanfarria farandulera.

Por el contrario, un gobierno o partido popular es, justamente, el que asume la voz de los que no tienen parte, que tienen todo a reclamar. El filósofo político J. Rancière, lo expresa así: “Hay política cuando hay una parte de los que no tienen parte, una parte o un partido de los pobres”[2]. Lo extenderíamos en el sentido en que “pobres” expresa a los que han sido despojados de “su parte”, en lo común, sea por razones económicas, ideológicas, del prejuicio de género o étnicas, por la conquista militar o la soberbia del dinero.

El reclamo popular es aquél que es capaz de unificar esa pluralidad de voces y clamores en un proyecto unificador, capaz de responder, al menos parcialmente, a este conjunto de reclamos de los distintos sectores que integran un pueblo.

Es lo popular, en tanto, construcción alternativa de quienes, desde su posición de desfavorecidos en el reparto de bienes materiales y culturales, usan y aprovechan sus escasos recursos para darse un sistema de representación y prácticas que hacen audibles sus reclamos. Es la lucha de quienes han sido privados del acceso a lo que debería ser el bien público. Es la palabra de quienes responden, a veces también de cierto nivel de adaptación, a esas circunstancias, tanto en el plano colectivo como en el sectorial.

Es esta realidad política la que interpela a la teología. Es esa voz, entre las muchas que dicen hablar en nombre del pueblo, la que el Evangelio debe escuchar. Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que lo aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales?” (Santiago 2:5-6). “Lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”. (Corintios 1:27-29).

 

La voz del Evangelio

De esa manera la realidad política interpela a la fe, no solamente preguntándole ¿con quién estás? ¿desde donde hablás?, sino más fuertemente aún, ¿qué podés, querés, o estás dispuesto a hacer? La teología no solo debe definir su opción por los y las pobres, desvalidos, excluidos o las víctimas de la explotación y el prejuicio, del abuso y la violencia de los poderosos, de quienes han sido privados de representación, voz y aun de condición de ser humano.

También debe explorar su capacidad de actuar sobre el sistema (pongámosle el nombre que hoy tiene: capitalismo financiero tardío, capitalismo comunicacional, capitalismo de consumo, en fin, capitalismo de libre mercado) y sus configuraciones políticas. O, para ser más precisos, la fe como motora de emociones y afectos, pero también de la Palabra que enuncia el conflicto, la cruz, debe proveer a los creyentes el sustento y la fuerza para una militancia que no tema mezclarse con el barro de las decisiones ambiguas y los compromisos temporales. Porque también en ello se juega nuestra posibilidad de realmente dar respuesta efectiva a los dilemas de la vida social, al reclamo del reinado de Dios y su justicia, aunque sea como adelantos provisorios, como señales anticipatorias de la plenitud de vida a la que nos mueve la fe.

La Palabra de Dios hecha carne en Jesús, el Mesías, nos invita también a una constante revisión de nuestras posturas y opciones, a una autocrítica que nos permita renovarnos en nuestro compromiso. El Evangelio es la voz que recuerda con quienes y para quienes son nuestros compromisos, frente a la tentación política del poder por el poder en sí. Tomamos opciones en el mundo social y político, lo hacemos conscientes de su temporalidad, nos arriesgamos al error desde la fe, y debemos hacerlo. Aún en el más óptimo de los modos de gobierno, por la misma conformación de todo aparato de poder, habrá un excluido que lo interpele, una voz de pueblo que levantará un nuevo reclamo, una nueva injusticia que reparar, alguien que no tiene el acceso al poder que el sistema, o los sistemas, establecen. El militante cristiano escucha la voz del que aún la democracia ha marginado, la que el sistema escamotea, y sabe que en ella resuena un reclamo de justicia que no puede desoír. Y por lo tanto actuará en fidelidad al Evangelio. Pero al mismo tiempo, el creyente que se mete en cuestiones sociales sabe que ningún político, ni sistema o partido político, es el Mesías, porque el Mesías ya vino, y sigue viniendo, en la presencia y llamado que nos hace desde el más pobre, desde el excluido, desde el crucificado de la historia, que será también el resucitado que la mueve, que genera la esperanza. 

[1] Política. Libro IV, 1294
2 El desacuerdo. Política y filosofía. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1996, p.25.

 

 

Néstor O. Míguez.
Nacido en Rosario (Sante Fe), Argentina.
Pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina
Doctorado en Teología y una Diplomatura Superior en Antropología social y política.
Profesor de Biblia (Nuevo Testamento)  y Teología Sistemática, en el I. U. ISEDET (Buenos Aires)
Conferencista invitado en diversas Universidades y centros de educación teológica a nivel mundial
Escritor, sus libros y artículos se han traducido y publicado en diversos idiomas.
Presidente de la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas

 

 

Cordialmente es la expresión de PASTORESxlaGENTE que, fiel a sus principios, no procura fijar conceptos únicos, sino que busca expresar la diversidad en la pluralidad que caracteriza al movimiento evangélico.
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Categoria: Edición 4 | Iglesia y Sociedad, entrega 6, Teología del Sur

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