OSEAS: PROFETA DEL AMOR DE DIOS | Parte 1

| 24 junio, 2013

Por Daniel P. Monti (adaptación de Emilio N. Monti)*

La advertencia de las trágicas consecuencias del pecado no nace, en los profetas, de una actitud negativa y pesimista, sino de su íntimo sentido del peligro, que en ellos estaba relacionado con el despertar de la conciencia religiosa, para hacer tornar al pueblo de su mal camino guiándole al arrepentimiento. Así se entiende, aunque parezca paradójico, que en Oseas, a quien se ha dado en llamar “profeta del amor divino”, el mensaje del castigo ocupe la mayor parte de su profecía (Caps. 4-13); y lo hace con la misma energía de Amós y en una misma situación moral, religiosa y política.

Si en Amós la injusticia social, en cualquiera de sus formas, provocaba el castigo, sin dar mucha trascendencia a la corrupción del culto, en Oseas cualquier factor de corrupción tiene importancia fundamental, ahonda el origen de los problemas y de ahí que su énfasis, más que en lo ético, resida en hacer resaltar las terribles consecuencias de la corrupción e idolatría religiosas. De ahí que cuando denuncia las alianzas políticas con extranjeros, o ataca a la monarquía, no lo hace por razones políticas, sino porque ello implica una religiosa infidelidad de Israel hacia su Dios.

Los males morales y sus consecuencias no son mitigados por Oseas, aunque no insista sobre el tema y pareciera tocar sólo de paso problemas como la opresión del pobre, la remoción de los mojones (correr los alambrados) que deslindan los campos (5.10), el uso de pesas y medidas falsas (12.7), las riquezas mal habidas y usadas para pecar más.

La sanción es terrible como en el caso de Efraím (Israel), que se jacta de todas sus arbitrariedades, diciendo: “Ciertamente yo he enriquecido, hallado he riquezas para mí” (12.8), a cuya jactancia responde el profeta: “¡Todas las ganancias no le alcanzan para cubrir la iniquidad que ha cometido!”, como encontramos en traducciones más actualizadas de la Biblia de Jerusalén y la Nueva Biblia Española.

Los lazos morales se han relajado al punto que robos y crímenes son comunes (4.2; 6:9; 7:1); la licencia sexual es tal que sus efectos se sienten dramáticamente, como factor demográficamente negativo (4.2, 10; 6.10; 9.10, 14; 13.13, 15). Para Oseas el origen de la relajación moral reside en la falta de conocimiento de Dios (4.1), y su propia ignorancia les hace sordos a las exhortaciones de los profetas (6.3; 7.1-7, 13-16; 10.4; 10.4, 12ss.).

Pero los males religiosos son los que Oseas profundiza y detalla más que Amós. Señala que la raíz de la inmoralidad de Israel reside en su desvío religioso, cuyo culto lo identifica con el culto idolátrico de los cananeos. Mucho del espíritu y contenido de la religión autóctona había pasado a las prácticas religiosas de los israelitas contemporáneos, y no sólo habían adoptado las manifestaciones exteriores del baalismo -pues el uso de las imágenes, pese a la prohibición mosaica, era corriente-, sino que se paganizaron al punto de olvidar el carácter ético de Yavé, llegando a honrarle y adorarle sólo de nombre (7.14). Actitud que, para Oseas, equivalía a infidelidad hacía Yavé y fornicación con las deidades paganas.

De ahí su enérgica denuncia del uso de dichas imágenes y de la adopción de sus hábitos idolátricos. La prostitución sagrada, elevada a categoría de sacrificio a la divinidad y como esencia del culto, era, como en muchos cultos primitivos, la característica sobresaliente de la religión cananea: religión naturalista por excelencia. Cierto es que tales prácticas fueron repudiadas por la gente más espiritual de Israel, pero es en Oseas en quien, tal sentimiento de repudio halla su más clara expresión, siendo el primero, al parecer, que las atacó y ridiculizó públicamente.

Para él, los ídolos de oro que en representación de Yavé había erigido Jeroboam en Dan y Bet-el, no eran otra cosa que “becerros”, y sus adoradores, ridículos “besadores de becerros” (8.4; 10.15; 13.2) y no adoradores de Yavé, como pretendían; toda imagen no era otra cosa que eso, imagen hecha por hombres, obra de artesanía (8.4; 13.2), representando meros baales, dioses falsos (11.2), por ende, indigna representación de Yavé. Para Oseas, pues, el santuario donde tal culto se practica, Bet-el, esto es Casa de Dios; se ha transformado en Bet-aven, esto es Casa de la Nada o Casa de la Iniquidad (4.15, 5.8, 10.59).

En esta decidida actitud de Oseas nace un concepto nuevo, importantísimo de la religión del Antiguo Testamento: la afirmación de que hay un solo Dios, y de que toda otra representación es mera creación del hombre. En suma: el monoteísmo. Este concepto lo reforzará Isaías, y su doctrina la desarrollará, plenamente, Deutero Isaías.

La corrupción del sentimiento religioso se manifiesta en la idolatría (cap. 4; 8.1-12: 13.2-3) y en el ritualismo, nueva idolatría de la forma a expensas del contenido (8.11-14; 6.6-11; 9.1-5). Fruto de tal actitud es el grave materialismo en que ha caído el pueblo (7.14-16): claman a Dios, sí, pero “por el trigo y el vino”; practican la religión naturista, cuyo objeto central de culto era la tierra y los frutos que producía; culto a las fuerzas procreadoras de la naturaleza, del baalismo, a cuyos dioses se prostituyera Israel, como vulgar ramera, creyendo que de ellos procedían sus bienes (2.5b). Pero Yavé los despojaría de los frutos de la tierra para que aprendieran que todo procedía de él (2.8-12), siendo obligados a tornar a su Dios (2.7b, cf. 2.21-23); utilizando una imagen que para algunos puede resultar chocante, ajustada al concepto oriental de que la tierra era desposada por el dios.

Oseas plantea aquí el viejo conflicto entre lo sensual y lo espiritual. Opone al sensual culto de Baal, el culto de Yavé: austeramente ético. La religión superior prevalecería, porque la vida sensual no satisface, e Israel tornaría de Baal a Yavé, del dios de la carne al Dios del carácter, diciendo: Me volveré a mi primer marido, porque mejor me iba entonces que ahora

Oseas 2.7b

 

*Adaptación del texto del Pastor Daniel P. Monti (1900-1975), en Voces del Pasado. Actualidad del mensaje profético, Methopress, Buenos Aires, 1964 (pp. 82-86), realizada por Emilio N. Monti.

 

Emilio Monti
Pastor metodista.
Licenciado en Teología.
Profesor de Filosofía y Pedagogía.
Doctorando en Ciencias Humanas y Arte.
Profesor Emérito del Instituto Universitario ISEDET
Ex Decano y Profesor de Teología Práctica del Instituto Universitario ISEDET
Ex Profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora Capellán y Vicerrector de la Universidad del Centro Educativo Latinoamericano de Rosario (UCEL).
Trabajó activamente en ayuda a Refugiados (CAREF) y en defensa de los Derechos Humanos (MEDH) y en la acción ecuménica (FAIE)
Integró a nombre de las iglesias evangélicas el Consejo Nacional de Políticas Sociales del Gobierno de la Nación.

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 4 | Iglesia y Sociedad, entrega 8, Teología

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