EL VIEJO MANDAMIENTO

| 26 agosto, 2013

El primer mandamiento no es parte de los diez mandamientos que Moisés bajó del Sinaí, sino uno muy anterior que compete a toda la raza humana y no caduca nunca: La administración de la creación. Tan mal hemos predicado esto, tan mal lo hemos cumplido, tan abusivos y negligentes fuimos que la creación llora; llena de expectativa clama para que sus administradores sean liberados de su vana manera de vivir y hagan libre a la creación entera.

Cualquiera que haya empezado a leer la Biblia alguna vez, se encuentra con el mandamiento inicial que empuja al ser humano a reproducirse, ocupar la tierra y administrarla. Allí mismo se aprende también que Dios convida al hombre a trabajar con él en el huerto y, felizmente, se descubre que trabajar al lado de Dios es el paraíso. Claro, la Biblia sigue y también muy pronto se nos dice que el administrador se sintió dueño y entonces el dueño lo echó. Desde entonces, la tierra sufre y el hombre no sabe cómo hacer para volver a paraíso y, en su afán, sufre y hace sufrir a todo lo creado.

Si tenemos en cuenta toda la historia humana, podemos decir que hasta hace muy poco tiempo la naturaleza nos resultaba siempre amenazante y apenas habíamos descubierto cómo sembrar y cosechar, cómo domesticar algunos animales y cómo extraer algún mineral y elaborar una herramienta. Pero en los últimos doscientos cincuenta años la industria comenzó a devorarlo todo y a una velocidad espantosa. A cualquier costo hemos avanzado sobre los bosques y los ríos, sobre el aire, los mares y las aguas subterráneas. Exterminamos especies vegetales y animales y buscamos sólo lo inmediatamente productivo. Nos hacemos la guerra a escales impensables, desatamos la energía nuclear y nos envenenamos con la guerra química. Modificamos genéticamente los alimentos, los animales y a nosotros mismos. Nunca antes tuvo el ser humano la posibilidad real de terminar con la vida en el planeta, pero quizá llegó esa hora y, dada la codicia y la determinación vista hasta ahora, no parece improbable que llegue esa noche.

Creo que de todas las advertencias que tenemos de parte de los que militan por el cuidado de la vida, la más significativa es la relativa a la biodiversidad. Hemos construido unos modelos de paz que ligan la paz y el orden a la eliminación de todo lo que no es inmediatamente productivo o no es igual a lo que conocemos. Así, borramos una selva para sembrar un grano o para criar una vaca.  Ignoramos la multiplicidad de formas biológicas y las cadenas de vida que representan e imponemos la variedad de una especie que sólo funciona con los pesticidas y agroquímicos de un laboratorio que monopoliza todo. Agotamos los suelos y las aguas, le regalamos frontera a los desiertos.

Me parece necesario ahora revisar la expulsión del paraíso a la luz de un mandamiento que no caduca. Bueno, podemos decir, si lo despidió entonces cesó su responsabilidad como administrador. Pero no es difícil ver que la tierra sigue ligada al hombre y el hombre a la tierra; aunque la relación se ha corrompido y el administrador sigue trabajando de modo irresponsable aún fuera del paraíso, donde explota y consume, contamina y modifica con una voracidad sin límites.

Cuando anunciamos un mensaje de salvación, es necesario que a la responsabilidad personal, le sumemos la pertenencia al género humano y sentido de administración global, porque todavía los humanos somos de humus. Hace ya mucho tiempo que los profetas nos confrontan y nos consuelan y, en sus mensajes, no hablan sólo de culto y ofrenda, más bien se enojan cuando se quiere cubrir con religión la irresponsabilidad sobre el resto de la vida. Bien clarito muestran una y otra vez que nuestras conductas traen consecuencias sobre todo lo que nos rodea y la vida entera del planeta está atada a nuestro destino.

Por eso cuando llega la palabra de esperanza se les oye decir: “Tierra, no temas.  Alégrate y gózate porque Jehová hará grandes cosas…. Animales del campo, no teman…  ustedes también, hijos de Sion alégrense y gócense”  (Joel cap.2)

Hace años que se habla de Justicia, Paz e Integridad de la Creación, como una fórmula que abarca todos los aspectos relacionales del ser humano tanto en lo concerniente a Dios, a sus semejantes y todo lo creado. Es una invitación a una manera de vivir y actuar en la que ya no se puede ignorar a nadie, ni despilfarrar recursos que son de todos, ni maltratar la creación de la que somos parte y por la que tenemos que dar cuenta.

 

Julio Cesar López
Pastor en Belgrano
Iglesia Presbiteriana San Andrés

 

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Categoria: Edición 5 | LA CREACIÓN ANHELA, entrega 7, Notas de fondo

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