UNA IGLESIA SANA

| 23 septiembre, 2013

Cuando pensamos en la Iglesia, y lo hacemos bajo el concepto novotestamentario, nos damos cuenta que la misma es mucho más, cualitativamente hablando, de lo que hoy creemos o pensamos, pero al mismo tiempo mucho menos compleja de lo que pretendemos.

Esto no es algo nuevo. En la historia de la Iglesia, muchos intentaron definirla o comprenderla en términos institucionales, lo que llevó a personajes como Ciprino de Cartago a dejar de lado el concepto de comunidad, que nos presenta el Nuevo Testamento, para satisfacer las necesidades estructurales lógicas producidas por el crecimiento de la misma.

Otras situaciones se fueron suscitando con el correr de los siglos y fue necesario, o al menos eso creyeron en su momento quienes tenían autoridad, que la Iglesia se adaptara a la conveniencia de unos pocos, luego a las costumbres populares, actuando la misma como un ente regulador y, de esta manera, fue enfermando poco a poco.

Tantos son los factores que podrían mencionarse al estudiar nuestra historia: corrupción, intereses personales, pugna de poder, ignorancia, condescendencia con la autoridad, ceguera espiritual, eisegesis, que es introducir los pensamientos y sentimientos del lector en el pasaje, etc.

Pero el interés de esta reflexión no es el de mirar a la historia con ojos críticos, sino de prestar atención a nuestro presente, ya que podríamos estar sufriendo un nuevo proceso en que la Iglesia se vea afectada por las presiones contemporáneas.

Como en los días de Cipriano, el concepto de Iglesia está cambiando y, ya sea porque se enseñe en forma expresa o porque se omita dicha enseñanza, en la mente de muchos existe el concepto de que hay iglesias buenas e iglesias malas, asumimos el éxito de un ministerio o ministro por la cantidad de personas que se congregan en un edificio a escuchar su sermón.

Vivimos en la época del coaching, del evangelio de la prosperidad, el pensamiento positivo, nos atribuimos títulos bíblicos que no nos corresponden, solo por el afán de satisfacer nuestro hedonismo. Hemos juzgado a la sociedad actual por su pensamiento posmoderno y no nos dimos cuenta de que el mismo se infiltró en las congregaciones y en nuestros mensajes.

No es mi intención realizar una crítica sino llamarnos a la reflexión. Hemos abandonado la lucha por defender la Sana Doctrina y utilizamos el argumento de la ética ministerial para no vernos comprometidos en una confrontación con otro consiervo.

Pablo luchó en contra de todos estos males que pretendían infiltrarse en la comunidad de la Iglesia primitiva, confrontó a Pedro por su hipocresía, con el fin de hacerlo volver de su mal proceder, aconsejó a Timoteo defender la Sana Doctrina advirtiéndole que tiempos como los que estamos viviendo llegarían y denunció a aquellos que con un mal espíritu intentaban hacer tropezar a los más pequeños en la fe.

Es nuestro deber mantener la Iglesia del Señor sana y libre de todo aquello que no es cien por ciento Cristocéntrico y concordante con las Sagradas Escrituras.

Si pensamos que necesitamos un coach, doblemos nuestras rodillas en intimidad con Dios, Él quiere enseñarnos todas las cosas y darnos su visión de que es lo que debemos hacer. Si tanto necesitamos o deseamos ser llamados Apóstoles, caminemos en humildad, sirviendo al Maestro como Él nos enseñó y no buscando la honra que sólo le pertenece a Dios. Enseñémosle a la Iglesia a buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todo lo que los hermanos necesiten les será añadido. Queremos que el pensamiento positivo predomine en las congregaciones, mostrémosles lo fútil de las cosas terrenales e instruyamos a cada creyente a poner la mirada en las cosas de arriba, a hacer tesoros en el Cielo, a amar la pronta Venida del Señor.

El Señor no está esperando una iglesia grande, lujosa y con prestigio, eso no es la Iglesia. Él no espera que sus ministros ostenten sus logros intelectuales o ministeriales, para eso no es la Iglesia. Él espera una Iglesia sin mancha ni arruga, santa y gloriosa, para presentarla al Padre como su esposa.

 

Pablo A. Giovine
Co-Pastor en la Iglesia Cristo Luz del Mundo, de la Ciudad de Santa Fe.
Graduado del Instituto Bíblico Rio de la Plata (IBRP).
Graduado del Instituto de Superación Ministerial (ISUM), Licenciado en Teología Ministerial.
Estudiante de la Facultad de Teología de las Asambleas de Dios.
Profesor del Instituto Bíblico Patagónico. (IBP)
Profesor del Instituto Bíblico Rio de la Plata. (IBRP)
Profesor del Instituto de Superación Ministerial (ISUM)

 

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Categoria: Edición 6 | Iglesia unida y diversa, entrega 4, Vida Pastoral

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