LA UNIDAD EN CRISTO IV

| 14 octubre, 2013

Tal como lo prometimos continuamos con la entrega de parte del sermón de Spurgeon en que predicó sobre el tema de la unidad en la diversidad. Nos permitimos aconsejar leer las partes anteriores, en esta edición de Cordialmente, a fin de seguir el hilo de este sermón del Príncipe de los Predicadores.

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” Juan 17: 20 y 21

 

(I. Primero, entonces, SOBRE LA UNIDAD DESEADA. Cont.)

Hay señales que evidencian esta unión, y que demuestran que el pueblo de Dios es uno. Sabemos que muchos deploran nuestras divisiones. Hay algunas divisiones que deben ser deploradas entre las confederaciones eclesiásticas, pero en la Iglesia espiritual del Dios vivo, yo realmente no puedo descubrir las divisiones que son proclamadas tan ruidosamente. Tengo la impresión de que las señales de unión son mucho más prominentes que las señales de división.

Pero, ¿cuáles son? Primero, hay una unión en el discernimiento de todos los asuntos vitales. Cuando converso con un hombre espiritual, -prescindiendo de cómo se defina- cuando hablamos del pecado, del perdón, de Jesús, del Espíritu Santo, y de temas similares, coincidimos. Hablamos de nuestro bendito Señor. Mi amigo afirma que Jesús es hermoso y codiciable: lo mismo digo yo. Él dice que no tiene nada en qué confiar excepto en la sangre preciosa; yo tampoco cuento con ninguna otra cosa. Yo le digo que me considero una criatura pobre y débil: el lamenta esa misma condición. Si me quedo en su casa por un breve tiempo, entonces oramos juntos en el altar familiar, y no se podría decir quién fue el que oró: si un calvinista o un arminiano, pues oramos exactamente de la misma manera; y cuando abrimos el himnario, si se tratase de un wesleyano, muy probablemente elegiría el himno “Roca de la eternidad, fuiste abierta por mí.” Si el espíritu de Dios está en nosotros, todos estamos de acuerdo sobre los puntos relevantes. Permítanme decir que entre los verdaderos santos, los puntos de unión incluso en materias de criterio, son noventa y nueve, y los puntos de diferencia son sólo como uno.

En puntos prácticos, como el rostro corresponde al rostro, así el corazón del hombre al corazón del hombre. Basta que se toquen tópicos prácticos concernientes a los tratos del alma con Dios, dejando la letra y adentrándose en el espíritu, rompiendo la cáscara y comiendo la fruta de la verdad espiritual, y descubrirán que los puntos de acuerdo entre cristianos genuinos, son una cosa maravillosa.

Pero esta unión ha de ser vista más claramente en la unión del corazón. Me dicen que los cristianos no se aman los unos a los otros. Lo sentiría mucho si eso fuera cierto, pero yo más bien lo dudo, pues sospecho que aquellos que no se aman entre sí, no son cristianos. Donde está el Espíritu de Dios debe haber amor, y si yo he conocido y reconocido a alguien como mi hermano en Cristo Jesús, el amor de Cristo me constriñe a no considerarlo más como un extraño o como un extranjero, sino como un conciudadano de los santos. Ahora, yo aborrezco la fuerte adherencia a las prácticas de la ‘Iglesia Alta’ (2), de la manera que mi alma odia a Satanás; pero me encanta leer a George Herbert (3), aunque George Herbert era un denodado miembro de la ‘Iglesia Alta’. Yo aborrezco su fuerte adherencia a las prácticas de esa iglesia, pero amo a George Herbert muy profundamente, y guardo un cálido rincón en mi corazón para cada ser que sea como él. Si me encontrara a algún hombre que ame a mi Señor Jesucristo como George Herbert lo amó, entonces no me preguntaría si he de amarlo o no; las preguntas no cabrían, pues no podría evitarlo; a menos que pudiera dejar de amar a Jesucristo, no podría dejar de amar a aquellos que lo aman.

Allí está George Fox, el cuáquero, un extraño tipo de cuerpo, es verdad, que anda por todo el mundo haciendo mucho ruido y alboroto; pero yo amo a ese hombre con toda mi alma, porque tenía un tremendo respeto por la presencia de Dios y un intenso amor por todo lo espiritual. ¿Cómo es que no puedo evitar amar a George Herbert y a George Fox, que son en algunas cosas completamente opuestos? Es porque ambos amaron al Señor. Los reto, -si sienten algún amor por el Señor- a que elijan o escojan entre los miembros de Su pueblo; podría ser que aborrezcan todo lo que quieran las conchas en las que las perlas están ocultas, y la escoria con la que está mezclada el oro, pero tienen que estimar al oro verdadero, el precioso oro comprado con sangre, a la perla verdadera con tintes de cielo.

Tienes que amar a un hombre espiritual doquiera que lo encuentres. Tal amor efectivamente existe entre los miembros del pueblo de Dios, y si alguien dijera que no existe, me temo que el que habla así es incapaz de juzgar. Si me encuentro con alguien en quien está el Espíritu de Dios, debo amarlo, y si no lo hiciera, demostraría que no estoy en la unidad en lo absoluto.

 

 

Charles Haddon Spurgeon
Pastor de la Iglesia Bautista Metropolitan Tabernacule, Londres, durante 38 años
Reconocido como el Príncipe de los Predicadores
Solía predicar en hasta 10 lugares por semana

 

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Categoria: Edición 6 | Iglesia unida y diversa, entrega 7, Notas de fondo

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