CREO

| 4 noviembre, 2013

A modo de introducción a las distintas opiniones sobre el Credo, que diferentes maestros de la Palabra habrán de exponer en esta edición de Cordialmente, quisimos transcribir algunos conceptos vertidos por  Karl Barth, reconocido teólogo protestante, sobre el asunto de creer. Estas ideas están plasmadas en su libro “Bosquejo de Dogmática”, un material digno de ser analizado por la pastoral. El Credo Apostólico, base del tema a entregar en esta edición, comenzará diciendo una palabra aplicable a cada una de las frases que lo componen: “creo”.

El Credo empieza con las significativas palabras: Yo creo. Conviene que todo cuanto haya de decirse como base de la que hemos de tratar se una a ese sencillo principio del Credo. Empecemos con tres frases que circunscriban la esencia de la fe.

La fe cristiana es el don del encuentro, por el cual (encuentro) los hombres son libertados para oír la palabra de gracia hablada por Dios en Jesucristo y oírla de modo tal que, a pesar de todo cuanto pueda haber en contra, se atengan una y otra vez completa y exclusivamente a la promesa y mandato divinos.

¿De qué trata, en realidad, la fe cristiana, el mensaje de la Iglesia, el cual, como quedó dicho, constituye el motivo y el fundamento de la Dogmática? ¿Tratará de la fe de los cristianos y de cómo creen? Ciertamente, no será factible excluir de la predicación el hecho de la forma subjetiva de la fe, o sea, la “fides qua creditur”. Cuando y donde se predique el evangelio habrá que anunciar, al mismo tiempo, el hecho de que hay hombres que lo han escuchado y aceptado.

Cuanto hagamos y suframos en días bonancibles o tormentosos, obrando bien o mal, lo hacemos y sufrimos en medio del encuentro. Yo no estoy solo, sino que Dios me sale al encuentro, y sea como fuere y suceda lo que suceda, yo estoy junto con El. Esto es lo que significa: Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Este encuentro con Dios es el encuentro con la palabra de gracia que El ha hablado en Jesucristo. La fe habla de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo como de Aquel que nos ha venido al encuentro como objeto de la fe, y manifiesta con respecto a ese Dios que El es Uno en sí, que se ha hecho Uno en sí por nosotros y, que de nuevo, se ha hecho Uno en la decisión eterna y, a la vez, realizada en medio del tiempo; la decisión de su amor independiente, espontáneo e incondicional hacia el hombre, hacia todos los hombres: la decisión de su gracia.

Lo que, en realidad, confiesa el Credo acerca del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es que Dios es clemente y misericordioso. Esto obliga a reconocer que nosotros ni hemos podido estar junto con El ni lo podemos ni lo podremos jamás por nosotros mismos; que no nos merecemos que El sea nuestro Dios; que no podemos disponer de Él en modo alguno; que Él, finalmente, por pura bondad y usando de su soberana libertad decidió ser el Dios del hombre, nuestro Dios. “Yo tengo misericordia de vosotros”, dice Dios; y esto es la Palabra de Dios, el concepto central de todo pensar cristiano. La Palabra de Dios es la palabra de su gracia.

La fe cristiana es el encuentro con ese “Inmanuel”, el encuentro con Jesucristo y con la Palabra viviente de Dios en él. Al llamar a la Biblia Palabra de Dios (la llamamos así porque lo es), nos referimos a la Sagrada Escritura como testimonio de los profetas y apóstoles, hablando de esa única palabra de Dios, de Jesús, el hombre de Israel, que es el Cristo de Dios, y nuestro Señor y Rey por toda la eternidad.

Confesando esto y osando llamar a la predicación de la Iglesia la Palabra de Dios, es menester que se entienda por ello la predicación de Jesucristo, de aquél que por nuestro bien es Dios y hombre verdadero. En él nos encontramos con Dios, y el confesar: ”Creo en Dios”, quiere decir, concretamente: Creo en el Señor Jesucristo.

Hemos calificado este encuentro de don. Se trata del encuentro en el cual los hombres son libertados para poder oír la Palabra de Dios. El don y la liberación van juntos; el don como regalo de una libertad, de la gran libertad en la que todas las demás están ya comprendidas. La libertad es el gran don de Dios, el don del encuentro con El. ¿Por qué decimos don, y por qué hablamos del don de la libertad? Porque ese encuentro con Dios a que se refiere el Credo no sucede en vano, lo cual tampoco se debe a que existan una posibilidad y una iniciativa humanas, ni tampoco a que seamos capaces de encontrar a Dios y oír su palabra.

El Credo habla en sus tres artículos, refiriéndose al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, de un ser y de una obra que para nosotros son no solamente nuevos, sino también inabordables e incomprensibles. Y si ese modo de ser y esa obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo ya son gracia libre de Dios, vuelve a ser gracia el que nos sean abiertos ojos y oídos para reconocerla. Lo mismo que el Credo habla del misterio divino, así estamos nosotros dentro del misterio, tan pronto como se nos revela y tenemos libertad para reconocerlo y vivir en él.

El mayor obstáculo de la fe es, por decirlo sencillamente, el orgullo y el miedo de nuestro propio corazón humano. Y es que no quisiéramos vivir de la gracia, pues hay algo en nosotros que se subleva contra ello enérgicamente. No quisiéramos que se nos conceda la gracia, sino, a lo más, concedérnosla nosotros a nosotros mismos. La vida del hombre consiste en ese fluctuar entre el orgullo y la angustia. Pero la fe supera lo uno y lo otro, cosa que el hombre no puede hacer por sus propias fuerzas.

La fe no es una opinión que podría sustituirse por otra. Aquel que crea temporalmente, no sabe lo que es creer. Fe significa una relación definitiva. Y es que en la fe se trata de Dios y de eso que El ha hecho por nosotros de una vez para siempre. Esto no excluye que haya vacilaciones en la fe, pero teniendo presente su objeto (el objeto a que se refiere la fe), la fe es una cosa definitiva.

Fe es la libertad de confiar sólo en Dios, “sola gratia y sola fide”, lo cual no significa un empobrecimiento de la vida humana, sino, al contrario, significa que se nos ha donado toda la riqueza divina.

Finalmente, podemos atenernos por completo a la Palabra de Dios. En cuanto, a la fe, no se trata de un terreno especial, por ejemplo, el religioso, sino que se trata de la vida verdadera en toda su totalidad, se trata de las cuestiones externas tanto como de las interiores, de lo corporal como de lo intelectual, de lo claro como de lo oscuro en nuestra vida. Se trata, en fin, de que mirándonos a nosotros mismos y también a los demás y a la humanidad entera, podemos confiarnos en Dios; se trata, pues, de toda la vida y de toda la muerte. Y la libertad para toda esa amplísima confianza es la fe.

* Recopilación hecha por Codirección

 

Karl Barth
Teólogo reformado, considerado uno de los pensadores cristianos del siglo XX.
Fue pastor en Ginebra y otras localidades Suizas.
Prolífico escritor.
Fue sacudido por las dos guerras mundiales, en la segunda se enfrentó al nazismo y fue expulsado de Alemania, a donde volvió terminada la contienda en momentos que su conocimiento de Dios serviría mucho para el desolamiento de la gente allí.

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