CREO QUE SUBIÓ AL CIELO Y ESTÁ SENTADO A LA DIESTRA DE DIOS PADRE TODOPODEROSO

| 9 diciembre, 2013

Cuando el Credo Apostólico llega a esta sección, hablando del Señor Jesucristo, se observa un cambio en la conjugación verbal que nos dará, de inmediato, una ubicación distinta en el tiempo. Del “fue concebido”, “nació”, “padeció”, “descendió”, y antes de la siguiente premisa de “vendrá”, este tópico se sitúa en tiempo presente diciendo “está”, habla del ahora.

“Está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso” implica el momento actual de nuestro Señor. Tras su muerte, descenso a los infiernos y posterior resurrección, Jesucristo se ha sentado a la diestra de Dios. En esa magna presentación de Cristo que hace el autor de la Carta a los Hebreos, dice: “el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3).

El Glorioso Señor, que “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:6-7), ahora vuelve a recuperar la plenitud de sus atributos divinos y se sienta junto al Padre, en la esfera de mayor privilegio. Ahora no solamente tiene derecho a ocupar tan altísimo lugar por lo que es, sino también, por lo que hizo. Hay derecho redundante del Señor Jesucristo para estar allí: su esencia de ser Dios y uno con el Padre, por un lado, y su completa obra vicaria por nosotros, por el otro.

San Pablo aclara aún más al decir “y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (Efesios 1:19-20).

Ahora Jesucristo está a la diestra del Padre y en todo lugar al mismo tiempo: “El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo”. (Efesios 4:10).

La presencia de Jesús en ese espacio genera, para sus seguidores, una serie trascendental de situaciones y condiciones, que harán de nosotros personas con una situación particularmente significativa. Que Jesús esté allí, no es algo ajeno a nosotros, por el contrario, La Biblia nos revelará un amplio abanico de beneficios que aceptamos por fe.

Nosotros también estamos allí. “Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:6). La vida y muerte de Jesús implicó la humillación de Dios, a la vez que el ascenso del Cristo al Padre, implica la exaltación del hombre. La raza humana, perdida por la desobediencia y el pecado, recupera en Cristo la probabilidad del trato personal que tuvieron Adán y Eva cuando estaban cara a cara con Dios.

Creer que estamos con Cristo lleva a la gloriosa experiencia de estar en sublime comunión con Dios y recuperar, por ahora en parte, nuestra esencia de imagen y semejanza suya dañada en el Edén.

Las cargas son más livianas. “Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:30). Lo que nuestros predecesores en la fe creyeron, nosotros ahora, por los adelantos tecnológicos, lo aceptamos comprendiendo. Solemos ver a los astronautas en el espacio movilizando, solo con sus manos, aparatos que pesan toneladas; lo que es imposible en la tierra, es sencillo en el espacio. ¿Por qué? la ausencia de la gravedad hace que el peso desaparezca, entonces algo que pesa miles de kilos es fácilmente llevadero. Esto lo había comprendido el apóstol Pablo cuando al hacer un racconto de sus problemas los sintetiza diciendo “esta leve tribulación momentánea” (2da Corintios 4:17).

Cuando nosotros aceptamos, por fe, que estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales, nuestras cargas, por pesadas que sean en la tierra, adquirirán un peso significativamente menor, al vivirlas en esta dimensión a la que Cristo nos ha trasladado.

Confianza en el perdón. “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:34). El Diablo tiene acceso a Dios para acusar y, siendo sinceros, nosotros tendríamos motivo para estar muy preocupados por esto, pero esta realidad actual de ubicación de Cristo nos genera una total confianza en el perdón que hemos recibido. Juan agrega: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1ra de Juan 2:1).

Satanás puede acusarnos, aún diciendo verdad, pero cada vez que eleve una imputación contra nosotros, se enfrentará con una realidad, presente allí, que no podrá discutir: “pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12). Todo pecado del que nos acuse recibirá el correspondiente documento de absolución firmado en sangre.

Compañía permanente. “Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). La seguridad de la compañía de Jesús con nosotros, nos se da exclusivamente en la confianza que el Señor viene a estar a nuestro lado, sino también en la expectativa que nos genera el tener un lugar junto a Él.

En ocasiones, el acompañamiento del Señor se corporiza en milagros o en fuerzas nuevas para salir adelante en una situación dificultosa, es decir que esa compañía se da en la tierra. En otras, el estar juntos se da en los lugares celestiales, y me refiero a los momentos cuando la solución se produce no en una salida airosa, sino en un acompañamiento que hace que sea fácil de sobrellevar la adversidad. “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:55-56).

Un poder inagotable. “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Al separarse corporalmente y enviar a sus discípulos, Jesús les aclara que desde su posición, a la cual estaba a punto de ascender, tendría un poder ilimitado, poder que compartiría con sus seguidores: “y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:17-18).

Nosotros por fe sabemos que, en su Nombre, podremos realizar su obra; conscientes, de antemano, que su poder, inagotable e ilimitado, se accionará a favor de las personas que reciban este mensaje. Dejando en claro que esto ocurriría cuando se cumpliera con su mandato supremo: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).

No podemos apartar la realidad de Cristo sentado a la diestra del Padre con la de la Iglesia, aún en la tierra, realizando la tarea de la evangelización. Esto va en simultáneo y terminará el día que el Padre determine que este tiempo ha llegado a su fin, para dar lugar a los acontecimientos que devendrán en la ascensión de la Iglesia y el comienzo de la eternidad.

 

Rodolfo Polignano
Pastor en el barrio de Colegiales de la Ciudad de Buenos Aires
Unión de las Asambleas de Dios
Profesor del Instituto Bíblico Río de la Plata durante 30 años
Escritor y maestro se especializa en Homilética
Bajo su ministerio pastoral se levantaron 12 nuevas congregaciones
Sirvió muchos años como presidente de Evangelismo de la Unión de las Asambleas de Dios

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 7 | El Credo, entrega 6, Teología

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