VÉ TU PRIMERO, YA TE ALCANZARÉ

| 6 enero, 2014

Es fundamental definir qué entendemos por Iglesia, para luego, poder hablar de su crecimiento. Cuando los chicos crecen, suelen tener desfasajes entre su desarrollo emocional, intelectual y físico; esto nos confunde tanto, que al verlos grandes, creemos que han crecido cuando aún no es así. ¿Estaremos creciendo solo en lo físico?

“Estos chicos modernos son tan originales, están todos tatuados y llenos de abdominales”, cantaba el grupo Árbol incitando a los jóvenes a desarrollarse no solo en lo estético. Un manifiesto contra la anorexia de una generación dominada y funcional, que se tira al río solo por seguir la moda, a la cual “una ráfaga” es capaz de arrastrarla hacia la nada.

Si algo signó las tres últimas décadas del siglo XX y el comienzo del nuevo milenio fue el imperio de las modas y los métodos. Su impacto en el seno de la Iglesia, en mayor o menor medida, generó que greyes locales, denominaciones enteras o Iglesias nacionales, hayan sufrido la invasión de la cultura individualista y exitista que responde al apotema “tanto tienes, tanto vales”.

Toda vez que me toca dar una charla entre colegas, suelo insistir en algunos puntos que considero vitales como: “NO EXISTEN LAS IGLESIAS CHICAS, LA IGLESIA SIEMPRE ES GLORIOSA y HERMOSA”, tal como la retrata Salomón: “¿Quién es ésta que se muestra como el alba, hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden? Cantar de los Cantares 6:10.

Ella se muestra con las señales que la siguen en un constante y creciente amanecer; hermosa como la luna, refleja el esplendor de su Señor; esclarecida como el sol, tiene nítido su origen y destino, así como el conocimiento del mundo en que vive, en el cual se manifiesta imponente como ejércitos en orden.

El problema es cuando eclipsada por la cultura dominante, olvida su esencia y deja de reflejar a su Señor. Amnesia del amor por la gente, desplazamiento de los pobres y débiles, imperio de la avaricia y el autoritarismo enmascarado bajo el concepto de autoridad, son rasgos opuestos a Cristo, es decir, “anticristos”, que en diferentes etapas de la historia supieron aparecer transformando a la bella y única –esperanza y amor de su Señor–, en una atroz y despiadada tirana.

Finalizábamos los años 70 deslumbrados por nuestra experiencia con Jesús y el llamamiento ministerial. Daniel Rosales –amigo del alma– con quien compartía todo en la vida, mantenía conmigo una diferencia vital. “De la ciudad de Buenos Aires no me saca nadie”, decía él. Entretanto, yo anhelaba afincarme en la Patagonia argentina en un pueblo pequeño para establecer una comunidad de amor y fe, simple, cercana y muy unida.

Por esas bromas de Dios, Dani se enraizó en Rawson, 1500 km. al sur de la Reina del Plata, en plena Patagonia; y yo, en Villa Tranquila, populoso barrio de emergencia que nace junto a la orilla sur de la rivera del azabache Riachuelo, donde la Capital porteña se une y separa con la fabril Avellaneda de mi alma.

Él logró lo deseado por mí, y yo, desesperado, reinventé mi sueño logrando desarrollar una  comunidad de amor solidario en un medio tan hostil, implacable y contaminado como aquellas densas aguas negras y oleosas, sobre las cuales caminar no representa milagro alguno.

Pasados unos años –toda una universidad pastoral para mi vida– un nuevo desafío llegó: cruzar las densas aguas y fundar una Iglesia en un barrio de Buenos Aires donde se habían cerrado cinco templos y en ese tiempo no existía ninguna congregación evangélica.

Buscar el nombre fue fácil, debía llamarse “Nueva Vida”, que era el destino de la gente, pero al definir su función, pensé que no debería llamarse templo, ni iglesia, que eran las denominaciones básicas por aquel entonces en los comienzos de los 80. Alguien me preguntó porqué el nombre “Centro Cristiano”; la respuesta fue veloz: “No anhelamos desarrollar un templo o una iglesia que abra cuatro veces a la semana y el pastor visite a los miembros. La idea es un centro de actividades cristianas donde se desarrolle la vida de la comunidad la cual contenga un lugar de culto”.

Con el tiempo, comprendí que aquella definición correspondía a la visión real de la Iglesia: una comunidad solidaria de fe y amor basada en su relación con Jesús, la presencia del Espíritu Santo y las enseñanzas del Evangelio.

La meta era clara, pero para alcanzarla el camino fue sinuoso.

Después de seis meses de intenso trabajo de evangelización, predicando doce veces en las calles y una en el templo todos los días, nadie respondió al anuncio. Fueron largas y desesperanzadoras jornadas, con noches de trabajo free lance en publicidad para sostener económicamente el proyecto. Esfuerzo y desolación coronados con los juicios de los hermanitos y consiervos que contemplaban y medían el fracaso.

Rompiendo una barrera espiritual, comenzó un crecimiento exponencial. Nos duplicamos año a año hasta llegar a contar 1600 miembros en 1987. En realidad, había logrado un jardín de infantes gigante. Nadie tenía el más mínimo crecimiento espiritual, la inmadurez e inconstancia generaban –con iguales o diferentes actores–, los mismos conflictos todos los días. La eterna sensación de ser un caballo de calesita que, aunque camina con ahínco, nunca llega a ningún lado.

Crecimos numéricamente, pero nadie era capaz de llevar su vida adelante por sí solo y, mucho menos, ayudar a otros.

La meseta de crecimiento numérico llegó. El Espíritu Santo, a fuerza de experiencias, hizo madurar velozmente a muchos que fueron tomando responsabilidades junto a la comprensión de importantes verdades: en el ministerio no se sube a una pirámide de éxito; la misma está invertida y clavada en la tierra, por lo tanto, quien llega se para en la base sin responsabilidades y con todos los privilegios. Al crecer, comienza a descender entregando tiempo y esfuerzo, es decir, vida. “Mayor es el que sirve”(1) y “quien recibió de gracia debe dar de gracia” (2), al igual que “el Señor que trabaja incansablemente porque el Padre todavía trabaja” (3), “no deseando que ninguno se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento” (4).

Creímos alcanzar todas las claves, cuando Jesús abrió una nueva puerta y nos mostró que, más allá de la medianera del ghetto donde estábamos desarrollando nuestra comunidad, existía un pueblo que sufría y necesitaba de nuestro auxilio y capacidad de lucha.

En este nuevo campo debíamos hermanarnos con organizaciones y movimientos solidarios, sin ansias de proselitismo, solo por amor. Y junto con ello, romper barreras culturales, prejuicios nuestros y de los demás, encontrarnos frente a frente pensando lo mismo, amando a la gente por sobre todas las cosas.

También, debimos aprender el verdadero y sano empleo de los medios de comunicación: no solo transmitir, sino por sobre todas las cosas receptar los mensajes de la gente, del pueblo. Zambullirse en el tejido social que tiene tramas y urdimbres tan variados… Ser uno con ellos. Siendo luz y sal, no perder la esencia.

¡Cuánto nos resta aprender! Recién comenzamos. Solo estamos seguros de que cada día arde con mayor pasión nuestro primer amor, pero en el camino, hemos encontrado el segundo amor: la pasión por las almas, que te lleva a horizontes inesperados.

Los brazos son escasos, faltan pies que quieran atravesar los montes, manos que sanen heridas y corazones ardientes en misericordia que anhelen descender a las profundidades de nuestra difícil, compleja y herida humanidad para rescatarla o, al menos, aliviar sus dolores.

Quizás, te suceda como a nosotros, que cuando comenzamos a crecer nos dimos cuenta de la descomunal responsabilidad que era puesta en nuestras manos.
Tener pasión por las almas no es igual a tener pasión por las multitudes.

Aunque parezca lo mismo, más allá de léxicos similares, el amor por las almas te lleva a repetirle mil veces el mismo concejo a una abuela o socorrer al mismo joven desechado por la sociedad una y otra vez. El amor no se cansa nunca. Aunque protestes y jures no volver a hacerlo nunca más, basta con el segundero para medir la espera hasta que rompas esa promesa, porque el amor es más fuerte.

Quiero terminar este sincericidio con una anédocta que ilustrará la última consideración.

Hace años, un “evangelista internacional” envió –así como lo hizo con otros pastores de la ciudad– a su coordinador a hablar conmigo para tratar de convencerme de que fuéramos parte del evento que pretendía “sacudir la ciudad” dentro de un estadio de fútbol.

El desprevenido reverendo, mirándome con la seguridad propia de quien ha repetido este episodio cientos o miles de veces con éxito, dijo: “Queremos duplicarte la Iglesia…”. Absorto quedó cuando le respondí: “De ninguna manera, yo no quiero que haga eso.”

Pacientemente, le expliqué que nuestro cuerpo pastoral contaba con una cierta cantidad de obreros que cuidaban del rebaño que JESÚS nos había dado y que nuestra labor era edificar a esos santos para la obra del ministerio, pues si solo duplicaba el rebaño sin sumar pastores, multiplicaría el esfuerzo de estos hasta matarlos.

Recompuesto y relajado, echándose para atrás en el sillón dijo: “Bueno, tenemos un curso de una semana que duplicará la cantidad de obreros en la Iglesia”.

Tratando de ser todo lo benevolente que pude, le pedí que no me faltara el respeto, pues soy pastor y camino junto a las ovejas, hiedo con su perfume, por lo tanto, sé que cada persona tiene sus tiempos de maduración, e incluso, debemos “rogar al Señor de la mies para que envíe obreros a su mies”(5), ahorrándonos así, el desatino de las equivocaciones de quienes no estamos preparados para pesar los corazones como Él.

Ningún curso puede hacer de una persona un pastor. El llamado, la pasión y la vida junto al pueblo son las materias indispensables que te dan el honor de alcanzar el mismo grado que ostentaba JESÚS (6).

A aquel interlocutor de asalariados perseguidores de multitudes le referí un texto bíblico:

“Pero Jacob le dijo: De ningún modo, hermano mío. Tú sabes que los niños se cansan rápido. Además, debo tener cuidado con las ovejas y las vacas que están criando. Si las hago caminar un día más, todas ellas se morirán. Es mejor que te adelantes y me dejes ir despacio, al paso de los niños y de mis animales, hasta que te alcance en Edom.”
Génesis 33.13-14 (TLA)

Si tu corazón está abrumado por tanto para aprender, ser y hacer, quiero darte la tranquilidad de Jacob. Dejá que otros se adelanten mientras vas al ritmo de los tuyos. Como dijo Jesús: después de ser llenos del Espíritu Santo, primero debes ocuparte de tu Jerusalén, luego de Judea, después llegará Samaria, y entonces sí, irás hasta lo último o lo más profundo que Dios te envíe.

Hermanos, yo sé muy bien que todavía no he alcanzado la meta; pero he decidido no fijarme en lo que ya he recorrido, sino que ahora me concentro en lo que me falta por recorrer. Así que sigo adelante, hacia la meta, para llevarme el premio que Dios nos llama a recibir por medio de Jesucristo.” Filipenses 3.13-14 (TLA)

(1) Lucas 22.24-27
(2) Mateo 10.8
(3) Juan 5.17
(4) 2da de Pedro 3.9
(5) Lucas 10.2
(6) Juan 10.11

 

 

Guillermo Prein
Pastor fundador del
Centro Cristiano Nueva Vida

 

Cordialmente es la expresión de PASTORESxlaGENTE que, fiel a sus principios, no procura fijar conceptos únicos, sino que busca expresar la diversidad en la pluralidad que caracteriza al movimiento evangélico.
Las notas publicadas en esta edición digital reflejan la opinión particular de los autores.
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Categoria: Edición 8 | Iglecrecimiento, entrega 1, PASTORAL, Teología Pastoral

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