MINISTERIO, MARKETING Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN

| 13 enero, 2014

El fenómeno de la hiperconectividad ha arrastrado a muchos ministerios a depender de distintos medios de comunicación y, mayormente en su formato web, para “hacerse conocer”. ¿Está mal?, de ninguna manera, lo que está mal es mediatizar el ministerio, llevar a este último frente a las cámaras, micrófonos o redes sociales para someterlo a ellos. El siervo de Dios solo puede someterse a Dios como su Señor. Someterse a un medio es considerarlo lisa y llanamente su señor.

La gente está con la moda, la gente está con los “ganadores”, la gente está con el que tiene “éxito”. Hoy todo ello se resume en el marketing y este ha encontrado en los medios de comunicación un canal inmejorable para penetrar en los consumidores.

Los medios dan lugar a algunos ministros para predicar el mensaje del evangelio y, acto seguido, dan lugar a la difusión de cientos de mensajes, publicidades o programas antibíblicos. Los medios son empresas, los medios venden, la mayoría de los medios no ven a la gente como gente, la ven como consumidores de, entre otras cosas, productos tecnológicos, alimentos, programas televisivos, política y religión.

En tiempos de posmodernismo, donde no importa lo que se es sino lo que se siente, lo primordial es tener un mercado cautivo, un mercado que incluye a los evangélicos. He escuchado muchas veces la frase “el Señor nos ha abierto las puertas de una radio/TV”. Ahora bien, para saber si ello es realmente así cabría la pregunta: ¿el medio nos sirve o nosotros le servimos a él? La respuesta surgirá de analizar si el número de los que habrán de ser salvos se incrementa o no en nuestras iglesias y éstas consideradas globalmente, no localmente.

¿Se imaginan si todos hubiéramos sido llamados a lo mismo? ¿Si el éxito fueran las multitudes televisadas o fotografiadas? ¿Cómo calificaríamos a un ministerio radicado en la Puna, el desierto Patagónico, las zonas rurales del Cuyo, el Litoral, el Chaco o hasta de la propia Pampa húmeda? Allí no hay multitudes, pero hay gente.

Sin perder de vista el obrar del Espíritu Santo, el mayor crecimiento de nuestras iglesias se ha producido en tiempos de fuertes crisis económico-sociales y esto se debe a que el ser humano busca ayuda en la necesidad, en la adversidad. La mejor respuesta a esa necesidad es sin duda Jesús, respuesta que permanece en el tiempo y más allá de las circunstancias de la vida.

Ahora bien, nuestras iglesias deben ser consientes que vivimos un tiempo en el que el exitismo ministerial va de la mano con el exitismo individual que persiguen quienes asisten a las iglesias. Hoy equivocadamente se afirma “¿te va mal económicamente?, debes estar en pecado ó no debes de buscar de Dios”.

Pareciera que un ministerio debe ser próspero, multitudinario y famoso para alcanzar aprobación. Sostener ello puede llevar casi imperceptible, sutil y trágicamente a monopolios eclesiásticos. Debemos tener presente que la gente trae más gente, por lo que no necesariamente cantidad implica salvos.

Me permito afirmar que la pretendida “fama” de algunos ministerios, con escasas excepciones, se limita al ambiente evangélico. Si salimos de este “microclima”, ¿realmente se conoce al pretendido “famoso”?, si no es así, entonces ¿qué sentido tiene? Esta cuestión no es planteada con el afán de justificar la popularidad terrenal, sino que ser conocidos fuera de nuestro ambiente natural debe servir para exaltar a Cristo, no para alcanzar un reconocimiento que alimente la egolatría.

No está mal el crecimiento ilimitado de un ministerio siempre que esté nutrido de nuevos conversos y cimentado sobre un mensaje que motive a la gente a buscar primeramente el Reino de Dios y su Justicia, que la enfoque en el objetivo de alcanzar la vida eterna.

Claro que nuestras necesidades materiales deben ser satisfechas, y lo serán, sencillamente porque es una promesa bíblica, consecuencia de la obediencia a Dios. Él no nos pide un voto de pobreza, pero tampoco de riqueza. Los bienes que vengan a nuestra mano deben ser tomados como recursos para continuar la obra, no como bienes patrimoniales a acumular.

La mayoría de los errores que comete el ser humano y, los líderes evangélicos en tanto seres humanos también los cometemos, parten de no hacer caso a lo obvio. En estos últimos años el bum informático nos ha llevado a expresarnos públicamente de manera inadecuada y hasta contraria a las Escrituras. Las redes sociales están llenas de comentarios que no son propios de quien dice tener amor por los perdidos.

La corrupción humana es lo suficientemente amplia como para atravesar a todos los sectores sociales, sin embargo no medimos con la misma vara a todos los sectores, a los cuales, dicho sea de paso, debemos presentar el evangelio con la sabiduría necesaria para compadecernos de quien no conoce a Cristo, pero con la también necesaria responsabilidad ante el Señor como para no adulterar la sana doctrina.

Hoy las contradicciones son tales que recibir reconocimiento de un empresario evasor de impuestos parece ser digno de admiración, mientras que si un funcionario político hace lo propio, ello transforma al ministro que lo recibe en cómplice de vaya a saber qué cosa. Esto sin duda es producto de la mano mediática operando para llevar a sus consumidores, entre los que nos encontramos los cristianos, a opinar de manera definida y en sintonía a lo que los dueños de esos medios pretenden.

Entiendo que las opiniones que se vuelcan en la web no se limitan a ella, más bien diría que allí se expresa lo que se opina a diario en nuestros trabajos, clubes, iglesias, reuniones de amigos, etc. El esfuerzo de eliminar en el público todo tipo de análisis libre alcanza en muchas oportunidades un éxito indiscutible. Es aquí donde viene a mi mente lo que escuchara alguna vez de boca de un profesor en la Facultad: “No existe la opinión pública, existe la opinión publicada”.

Alguno podrá preguntarse ¿qué tiene que ver el Iglecrecimiento con los Medios de Comunicación? Entonces vuelvo a la pregunta, ¿quién sirve a quién?, ¿son los segundos un “medio” o un fin en sí mismos?, la motivación inicial que sin duda existe de llevar el mensaje de salvación a través de los medios, ¿permanece en cada emisión o se va transformando en un espacio de poder para exaltar un ministerio, a cambio de aportar un grupo de consumidores que justifique la asignación del espacio por parte del dueño de dicho medio?

Para finalizar sería bueno que nos preguntáramos si el crecimiento de nuestras congregaciones, de ser tal, se corresponde con un crecimiento en el número de aquellos que pasarán a ser parte de la Patria Celestial, la que todos queremos alcanzar. Las señales profetizadas en la Palabra de Dios se están cumpliendo de manera que, sin lugar a dudas, nos encontramos en los tiempos finales. Ante dicha circunstancia, ¿cómo estamos en lo personal, en lo ministerial y en lo congregacional?, ¿cómo ejercemos nuestra tarea?, ¿somos predicadores de la Verdad o somos mercaderes del marketing mediático?

 

Alejandro E. Gravanago
Ministro Coadjunto de la Iglesia Cristo Luz del Mundo, Ciudad de Santa Fe.
Graduado del Instituto Bíblico Río de la Plata (IBRP).
Graduado de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
Asesor Letrado del Instituto Provincial de Salud de Salta (IPS).
Actualmente junto a su esposa se encuentra radicado en la Ciudad de Salta, con el objetivo de iniciar una obra pastoral.

 

 

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Categoria: Edición 8 | Iglecrecimiento, entrega 2, Reflexiones

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