MISIONES | AMOR DESINTERESADO

| 3 febrero, 2014

La visión de un misionero que durante 14 años trabajó en España y se sumó -por su llamado y la visión de la iglesia enviadota- a la labor de las iglesias y pastores nacionales que conocen su territorio, pero necesitan la ayuda del trabajo de amor desinteresado de quienes tienen pasión por las almas.

Iglecrecimiento debería ser una palabra bien recibida, pensando que cuando hablamos del crecimiento de las iglesias nos referimos a gente transformada. Sin embargo, mi experiencia es ver cómo se va de un lado a otro, buscando el método mágico para lograr el crecimiento numérico anhelado.

Pienso que Iglecrecimiento tiene que ver con lo que viví desde que conocí al Señor. Recuerdo que en nuestra iglesia, cuando pensábamos en la gente a alcanzar, nos preocupábamos primero en quienes cuidarían a aquellos que llegarían por la evangelización. Ese concepto quedó grabado en mi corazón de una forma muy clara. Nunca pensamos en la multitud -tema habitual del Iglecrecimiento con métodos de multiplicación-, sino en la gente que llegaría y su estado, tomando en cuenta especialmente al obrero que los ministraría.

En aquel tiempo, un evangelista famoso intentó convencer a mi pastor para sumar a la iglesia a su campaña diciéndonos: “Yo les multiplico la iglesia en una serie de reuniones evangelísticas”. Mi pastor respondió: “Con nuestros obreros cuidamos la cantidad de gente que pastoreamos, si les agrego más gente, mato a los obreros y la gente se perderá”.

Su respuesta fue una lección tremenda para mí.

Al llegar a España con mi esposa, como misioneros, primero nos abocamos a lo existente: la iglesia con sus obreros.

Nos dedicamos a su protección y desarrollo, para que cada persona pudiera tomar sus propias decisiones y alcanzar una vida bendecida en cada área de su vida: familiar, sentimental, económica, empresaria, estudios… A medida que eso fue sucediendo, la gente sana deseó trabajar, entonces llegó el tiempo de guiarlos en la labor evangelística y pastoral.

Una oveja sana puede dar a luz, la enferma o mal nutrida jamás podrá parir, y si lo logra, transmitirá sus características de desnutrición.

Existen muchas claves en el Iglecrecimiento, sin embargo, hay quienes centran todo en lo “espiritual”

(misticismo) pasando a un segundo plano la realidad. Cierta vez vino un estudiante del seminario y me preguntó: “¿Conocés al ente espiritual de esta ciudad?”. Le respondí: “No, eso te lo dejo a vos; entretanto yo estaré en las calles con la gente, con el necesitado, con el que realmente está queriendo oír algo diferente; para cuando lo descubras, nosotros ya habremos alcanzado un montón de gente, quienes transformados por Dios disfrutarán con gozo”.

Montones de obreros sentados alrededor de mapas, generando estrategias de oración o rodeando estatuas y ciudades, cuando solo una ciudad se tomó de esa manera. Incomprendidas estrategias puntuales de Dios. Gastar tanto esfuerzo para que el enemigo cambie su plan tan rápido como lo detectamos. La mejor arma que tenemos para la guerra espiritual es EVANGELIZAR y hacerlo con fe.

Tras nuestro arribo, todas las voces nos decían: “En Europa nadie se convierte en la calle”. Nosotros salimos e hicimos lo mismo que en Buenos Aires y, aquel día, más de 20 personas se entregaron. ¿Cuál fue la clave? Sencillo: gente orando en las calles -algo inédito- interesados por las necesidades de la gente más que por sus datos personales. Los obreros quedaron impactados.

Cuidando a la gente, luego comenzamos reuniones en los hogares. Creímos que los milagros que veíamos en los cultos sucederían también las casas por la oración de cada miembro de la Iglesia. Fue hermoso, todos llegaban con testimonios maravillosos, pues no solo para el pastor es la promesa de las señales que siguen a quienes predican, sino para todo el pueblo de Dios.

Para tomar dimensión, en una época en la cual una congregación numerosa en España contaba con 200 miembros, en tan solo un año bautizamos 100 personas, logro que equivalía a 30 años de labor fecunda y esforzada. La Iglesia sin esfuerzos económicos llegó a 400 miembros.

La voz corrió y de todos lados de España venían contingentes con los obreros, iglesias interesadas en lo que habíamos recibido. Nosotros no teníamos secreto alguno. “¿Para qué queremos la gente?”

-preguntábamos en las charlas-, esa era la llave para ampliar la visión.

Lo importante no es juntar gente, sino saber cómo se encuentra cada uno.

Desde esta concepción, el éxito del Iglecrecimiento basado en métodos de multiplicación ha hecho daño en muchas partes del mundo, dejando iglesias sumisas bajo opresiones. Métodos que oprimen a la gente, oprimen a los obreros, les quitan tiempo en sus vidas, los llenan de obligaciones y logran que la labor en el ministerio sea sin gozo, sin alegría, y engendran hijos espirituales con la misma patología. Los sanos y felices generan felicidad; los oprimidos, opresión asesina, que estrangula todo proyecto por saludable que se lo exhiba. Esto ocurre al desplazar la meta de la pasión por la gente, hacia la pasión por las multitudes.

En España existen iglesias grandes que siguen creciendo bajo el principio de cuidar a la gente.

Atarse a métodos genera fracaso. Pensar que lo que funciona “allí” lo hará “aquí” es garantía de dolores.

La clave está en la gente, cuidar con amor a las personas.

Hay muchas iglesias que están creciendo como punta de lanza, pero me atrevo a decir que una de las más grandes es una de aquellas que en aquel tiempo se acercó y pudo ver el trato con la gente, la cercanía del pastor con la gente, con los obreros y palpó el gozo existente. Aquello no existía, el sistema generalmente era piramidal, inaccesible, porque aunque los pastores tuvieran trato con la gente, siempre había una distancia, una frontera entre “clérigos y laicos”. La cercanía de la gente y los obreros con el pastor es la clave a recuperar. Hacer realidad las enseñanzas de Jesús en Lucas 22.27: Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.”

Al leer sobre Jesús en los evangelios, cada día me asombra más su cercanía con la gente, rompiendo toda fría religiosidad que nos aparta de las personas.

 

Llamado y actitud

Sobre las misiones se ha hablado y escrito mucho.

En mis 14 años de experiencia en el campo, he visto tantos fracasos de misioneros que llena el alma de dolor, por ellos y por sus hijos.

Todo comienza con el llamado.

Mi pastor siempre dice: “Yo no envío a nadie”, pues quien envía es Dios y quien obedece es el misionero; de otra forma, si el hombre traza una estrategia, indefectiblemente violará las libertades de los enviados, exponiéndolos a una lucha espiritual para la cual no tienen armas con las que defenderse.

Luego sigue con la actitud.

Muchos misioneros llegan con un enciclopedia debajo del brazo creyendo saber todo, no respetan el tiempo, las oraciones, los mártires que hay en ciertos lugares. Creo que en todo lugar hay mucho por aprender, sin dejar de aportar. Es fundamental trabajar poniéndonos codo a codo con quienes están realizando el trabajo.

Aprender y entender a la gente, derribar estructuras y barreras, ser uno con ellos, enraizarnos en la tierra a la cual somos enviados.

El pastor con quien trabajábamos en España, al tomar responsabilidades en la obra nacional, comenzó a viajar mucho. Para cubrir el espacio que dejaba, generamos un equipo de gente que apoyaba sin ambiciones personales. Como Bernabé y Pablo hacían, ese cuerpo pastoral funcionó de manera maravillosa. Así fundamos 7 iglesias, todas ellas crecientes.

Al mismo tiempo, comenzaron a llegar misioneros u obreros para sumarse a la iglesia queriendo ser parte. Era notable la diferencia cultural con ellos que declaraban su deseo, no obstante, esa “unidad desinteresada” quedaba de lado al poco tiempo cuando decían “quiero que luego me envíen y así poder tener algo propio…”. Sus críticas caían sobre nosotros, porque pudiendo hacer lo “nuestro”, trabajábamos bajo un pastor. No entendieron el verdadero propósito de Dios: la iglesia.

Existen muchos impedimentos y para sortearlos es necesaria la fe, las ganas y el llamado. Esto nos ayuda a sostenernos toda vez que hacemos lo que sabemos, pero nada funciona. Momentos en que la única solución -como decía Spurgeon- es orar.

Muchas veces llamaba o me escribía con mi pastor y le contaba un problemón, esperando que me dijera algo, pero él solo respondía: “Batallá y orá”. En medio del desierto, esto nos parece poco, pero al descubrir que Dios sigue hablando y obrando, llega el triunfo y con este el gozo.

Para mí, es más que suficiente vivir la fe, disfrutar la Iglesia, recibir el maná de cada día, renovarnos, buscar y creer que Dios es real.

Romper barreras, verdaderas maldiciones y juicios.

Días atrás, en una reunión de pastores alguien recordaba el coro “Somos un pequeño pueblo muy feliz”, toda una marginación o juicio que se nos va metiendo adentro y nos creemos incapaces de poder llegar a esferas necesarias.

Cuando llegamos a España, la llamaban “el cementerio de los misioneros”, frase que todavía en muchos lugares se menta. En verdad hemos tenido experiencias con misioneros que se han vuelto derrotados. La causa fue simple, muchos no fueron con las bases de poder ponerse codo a codo con los nacionales. Intentaron ser “maestros ciruela”: decir lo que hay que hacer sin respetar a las personas llamadas por Dios en cada lugar.

Trabajar sin recibir reconocimiento, gozándose con cada vida transformada es un estado de consagración plena. Nuestra experiencia en estos años fue maravillosa, siempre creciendo y logrando las metas. A veces retrocediendo, obviamente por malas decisiones que muchas veces se toman, pero de verdad reponiéndonos y viendo cómo la iglesia ha crecido y seguirá creciendo.

La necesidad

Necesidades hay muchas todavía. Hoy existen más de 7 mil pueblos que no tienen iglesia evangélica en España.

Aquí aparece algo tan lejano como real: no es lo mismo ir a una ciudad cosmopolita donde hay mucha gente extranjera, que ya conoce el evangelio y rápidamente reacciona en forma favorable, que ir a un pueblo, de aquellos que cuando se convierten 10 personas, al otro día aparece el párroco de turno y les dice que si siguen asistiendo a “esas reuniones” sus hijos no podrán ir más su colegio.

Opresiones y persecuciones fuertes que hacen necesarias manifestaciones más poderosas de la gracia. Hemos podido experimentar milagros contundentes en muchos pueblos, es necesario salir y enfrentar con la fe a la realidad.

En una ciudad de la costa andaluza, teníamos 10 casas de oración. En ellas había milagros. Nos prestaban un local para 500 personas, teníamos dos reuniones por semana, e incluso el Ayuntamiento nos facilitaba un cine y la explanada del Paseo Marítimo para hacer eventos.

Todo marchaba bien hasta que llegó un misionero con la visión de abrir un templo y tomó el relevo en ese lugar. A la semana cerró la mitad de las casas y abrió su templo: la iglesia casi desaparece.

Tuvimos -con el pastor con el cual nosotros colaborábamos- que hacernos cargo nuevamente y restaurar lo destruido. Hoy es una iglesia que avanza.

Muchos son traicionados por el deseo de abrir una obra; otros, por implementar sus métodos.

Es muy duro pensar en Iglecrecimiento sin pensar en las personas.

He escuchado barbaridades tales como: “el obrero que se encuentra en medio de terribles batallas tiene que volver solo, porque sabe lo que debe hacer”. Muchas veces la gente no puede volver, necesita un bastón, una muleta o una silla de ruedas.

En ciertos momentos, nosotros somos el bastón, la muleta y la silla de ruedas. De no ser así, creo que nos tenemos que dedicar a otra cosa.

Esa es mi experiencia como misionero.

 

 

Daniel Giménez
Misionero junto a su familia durante 14 años en España
Copastor del Centro Cristiano Nueva Vida
Evangelista con campañas en gran parte de Argentina

 

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Categoria: Edición 8 | Iglecrecimiento, entrega 5, Misiones

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