¿CUÁNTOS BAUTIZADOS, CUÁNTOS SEPULTADOS?

| 17 febrero, 2014

A la hora de hablar de crecimiento de la iglesia manejamos diversos modos de medirlo. En muchos casos –más de lo deseable– encontramos que, en términos de cantidad, los números que se informan no reflejan la concreta realidad sino más bien las apetencias de los pastores.

Considero como un modo bastante realista –aunque quizás no muy popular– de medir el crecimiento de la iglesia sería contabilizando los sepelios más que los bautismos. Tomamos conciencia de que los segundos están iniciando el camino, pero son los primeros, los que llegaron a la meta.

Pienso en la iglesia de la cual soy pastor. Hemos acumulado gran cantidad de fotos. Pero de todos los que se bautizaron, ¿dónde está ahora la mayoría? Sabemos que muchos siguen fielmente al Señor, pero ¿qué de los otros? Si no perseveran en el camino, no puedo contarlos como miembros del Cuerpo de Cristo.

Si en una iglesia hubiese mayor número de sepelios que de bautismos, el resultado sería que la congregación disminuya y así tienda a desaparecer. Este es el histórico fin de templos que quedaron vacíos. Sin embargo cuando por el contario el número de bautismos es muchísimo mayor que el de sepelios, surge otra alarmante sospecha de que algo anda mal. ¿No hay ancianos fallecidos en el Señor? ¿Será que los bautizados no permanecieron fieles hasta la ancianidad? De ahí que sea digno de considerar como tema de estudio el número o porcentaje que permanece fiel a través del tiempo hasta la muerte.

El Señor narró la parábola del Sembrador. De los que recibieron la Palabra, sólo uno de los cuatro grupos llegó a la meta final. Por alguna razón se suele interpretar que esa parábola se aplica a los primeros años de vida del creyente. Prueba de esto es que las estadísticas sobre los resultados llamados “permanentes” de una campaña evangelística se toman a dos años de realizado dicho evento –en el mejor de los casos–.

La pregunta es: ¿qué de los que permanecen una buena cantidad de años para apartarse finalmente del Señor?

No pretendo, ni creo que se pueda agotar el tema. Intento hacer un comentario sobre el grupo de personas que debería preocuparnos más: los ancianos.

¿Qué lugar ocupan los ancianos es nuestro concepto de iglesia? Quizás en esto radique buena parte del problema de la no perseverancia. ¿Se hace sentir a los hermanos de edad avanzada que la iglesia los considera ya inútiles?

Un comentario muy generalizado es que donde hay mucha gente joven la iglesia está “llena de vida” ¿Y cómo se ha de designar a una iglesia que está llena de abuelos? ¿Qué prestigio tendría ser pastor de ancianos?

Cuando una persona en el ocaso de su vida tiene una idea “rara” –como si los demás no las tuviesen–, generalmente esbozamos una sonrisa y pensamos: “¿Qué se le va a hacer?” No abrigamos esperanza alguna de que pueda cambiar. Damos por sentado que no hay nada que hacer. “El viejo está equivocado y los jóvenes somos dueños de la verdad”. ¡Es evidente que Dios es joven, o por lo menos está entusiasmado con los más jóvenes! O tal vez nosotros estemos colonizados por la cultura popular, donde lo habitual es postrarse ante la juventud, imitar sus gustos, vocabulario y hacer lo que sea necesario para no parecer un “viejo”.

¿Qué ocurre cuando una persona mayor ya no puede viajar para asistir a la iglesia, ya sea por problemas de salud, falta de movilidad o por factores económicos? –los más comunes entre los ancianos–. Normalmente se les da “de baja” aceptando que el hermano tal ya no puede participar con los demás. Pensamos que lo más que podemos hacer es ir o enviar a alguien de tanto en tanto que vaya a visitarlo para comprobar si sigue vivo. Tal vez se confundan los factores: como ya no desea salir mucho en busca de pasatiempos, tampoco tiene demasiadas necesidades espirituales. Lo paradójico es que si una persona joven deja de asistir a las reuniones, le decimos que esa actitud puede llevarla a perder la salvación. Si está entrada en años, ¿no la pierde?

Si a un pastor se le da a escoger entre una iglesia “nuevita” y una “vieja” seguramente elegirá la primera. La razón probable es que en una iglesia nueva es mucho más fácil trabajar. Se pueden realizar innovaciones, recibirá reconocimiento como pastor, encuentra más facilidad para el evangelismo y menos problemas entre los miembros. Esto indica la dirección en la que razonamos: mientras nuevos, hermosos; cuando ancianos, mañosos. Cuando decimos que los viejos son mañosos, tendríamos que preguntarnos dónde aprendieron las mañas, siendo que han estado siempre en nuestra iglesia. Y no está demás recordar lo inexorable es que todos vamos en esa dirección.

Tenemos programas dirigidos a casi todos los sectores de la iglesia: programas para niños marginados que algunos les dicen “horas felices”. Se llevan a cabo campañas por y para jóvenes. En los programas dirigidos a la familia normalmente en la publicidad aparecen papá, mamá y dos hijos más o menos pequeños. Hay programa para drogadictos, para sordomudos, para universitarios, para hombres de negocios. Pero poco o nada oímos de algún programa para la llamada “clase pasiva” o “tercera edad”, a excepción del algún que otro Hogar de Ancianos.

Escuchamos con muchísimo interés el testimonio de un joven ex drogadicto, un muchacho rescatado de pandillas callejeras, una jovencita liberada de la prostitución. Pero muy pocas veces se da a conocer el testimonio de un jubilado aunque tenga una interesante biografía. Normalmente nuestros trofeos son los jóvenes.

En la escala de valores de nuestro sistema eclesiástico se le da mucho más prestigio a una guardería infantil, a un centro de rehabilitación de drogadictos, a un refugio para madres solteras que a un programa de asistencia constante a los ancianos. Conseguimos vehículos para traer niños a la escuela dominical o a otro programa infantil. Pero no se dispone de un vehículo para transportar a los de mayor edad.

Jamás permitamos subestimar la tremenda necesidad que suplen diversos ministerios a una población creciente de niños, adolescentes y jóvenes desprotegidos e impotentes ante los rigores físicos, morales y espirituales de la calle. Nuestro riesgo es el de hacer lo uno sin ver la urgencia de lo otro.

Nuestra misión es “a otros salvad, arrebatándolos del infierno…” Judas 2.3. Tenemos que tomar conciencia de que a los ancianos les estamos dando su última y en muchos caos la única oportunidad de su vida de alcanzar la salvación.

Al examinar este tema tendríamos que reconocer que no siempre fue así, entonces miremos un poco hacia atrás para ver dónde desviamos el camino.

Hubo movimientos o denominaciones, principalmente las de las colectividades de inmigrantes, en las cuales la mayor parte de la congregación eran personas de mediana edad y mayores. El desenlace no era difícil de predecir. En algunos años, a medida que los “viejitos” dejasen esta tierra, los templos quedarían vacíos. Era de lamentar que no desarrollaran esfuerzos evangelísticos. Los cultos tenían mucho de nostalgia y costumbres arcaicas y foráneas inadecuadas para convocar a la gente más joven.

Todo eso, gracias a Dios cambió. En pocos años los jóvenes asumieron el protagonismo en los cultos a partir de la música y la adoración; paralelamente la moderna tecnología hizo que los adultos cedieran el lugar a las generaciones más jóvenes conocedoras del asunto. Aun los niños ocupan un lugar de privilegio en muchos de los programas de las iglesias hoy.

El conflicto se produce cuando para remediar la situación anterior se cae en la trampa de desechar todo lo heredado de épocas pasadas como anticuado. El resultado es que la gente mayor, los llamados de la tercera edad casi no tiene un espacio en el culto, y no hablamos de protagonismo. En muchas congregaciones se estila que durante todo el período de la alabanza la congregación debe permanecer de pie. Si alguna persona mayor tiene necesidad de sentarse sencillamente no ve nada de lo que ocurre en la plataforma. Vinculado a la tecnología está el problema del volumen, en cada iglesia hay “equipo de sobra”. Equipos que según los ingenieros de sonido están preparados para más de mil personas, están en congregaciones que no superan las cien. El sistema nervioso del anciano no está en condiciones de soportar sonidos tan fuertes, pero la actitud reinante parecería ser “que se la aguante” o peor aun “si no le gusta…”

Si examinásemos este tema a la luz de la eternidad y no sólo del bienestar presente, tendríamos que reconocer que los ancianos son nuestros trofeos, nuestro mejor testimonio, la prueba irrefutable de la eficacia del modo de vida que enseña el Evangelio. Tendríamos que honrarlos como se honra a los veteranos de una guerra. Tendrían que ser objeto de nuestros mayores cuidados. ¡Ellos son los que están más cerca de la meta! Duele ver a hermanos en Cristo tratados como si fueran simplemente “cosas” que por mucha edad las dejamos en un rincón abandonadas mientras que nos deslumbramos con los objetos recién adquiridos.

Buena parte de mi ministerio he trabajado y, aún sigo trabajando, con y para jóvenes. Estar con ellos me halaga, me reconforta, me estimula, me gratifica. Sin embargo tiemblo al pensar que debemos transitar un largo camino para que cada joven llegue a ser un veterano en el Señor. Y tiemblo pensando si podré decirle al Padre como dijo Jesús: “De los que me diste no se me perdió ninguno”.

No podemos olvidar la descripción que hace Santiago de lo que es la esencia de la iglesia: “Delante de Dios, la religión pura y sin mancha consiste en ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones…” por extensión podríamos reemplazar viudas por “ancianos”. Y mucho más aun prestar atención a lo que dice Dios mismo: “Levántate delante de las canas. Muestra respeto ante los ancianos. Muestra temor ante tu Dios. Yo soy el Señor” Levítico 19:32.

 

 

Carlos Sokoluk
Egresado y profesor del Instituto Bíblico Río de la Plata
Pastor en dos iglesias en el conurbano bonaerense
Desde 1979 reside a la Provincia de Misiones
Pastor fundador de la 1era Iglesia de la UAD (Unión de las Asambleas de Dios) en Posadas desde donde, en tres décadas, se fundaron más de veinte obras nuevas que permanecen hasta hoy.
Su labor a favor de la juventud lo llevó por diferentes países de América, llegando a ser Presidente Nacional de la Comisión en la década del ’90.
Se desempeñó como Superintendente de Distrito entre 1999-2009.
En la actualidad integra la Comisión de la Región II de la UAD
En la actualidad integra la Comisión de la Región II de la UAD

 

 

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Categoria: Edición 8 | Iglecrecimiento, entrega 7, Teología Pastoral

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