LA BIBLIA Y EL CAPITALISMO

| 7 abril, 2014

En el Colegio donde estudié, en Paterson, Nueva Jersey, nos tocó un profesor que ninguno de nosotros podrá olvidar jamás. Lucía el pintoresco apellido de “Bontekoe” (“vaca abigarrada”, en holandés) y era una mezcla de Don Quijote y Sören Kierkegaard con una fuerte dosis de Sócrates. “Bonty” fue el profesor que nos hizo pensar, y pensar críticamente. Un día nos asignó la desafiante tarea de buscar las bases bíblicas del capitalismo. Esa pesquisa provocativa creó tempestades dentro de mi cerebro que me siguen inquietando hasta el día de hoy.

¡Qué tarea más difícil! Como buenos cristianos y cristianas (y calvinistas, por supuesto) sabíamos que nuestra fe tenía que ser integral y que nuestra ética tenía que estar fundada en las Sagradas Escrituras. Pero nuestra búsqueda no fue nada fácil, y sabíamos que tendríamos que defender nuestras propuestas ante el riguroso escrutinio del maestro. Algunos apelamos al octavo mandamiento, pero él nos preguntó si no robaban los capitalistas (hoy día, ¡quién lo puede dudar!). Otros apelaron a algunas parábolas de Jesús, pero el profesor cuestionó nuestra interpretación de esas parábolas y señaló que era precario sacar doctrinas de las parábolas, que tenían otro propósito.

Tampoco es que la Biblia no hablara de la ética política o que no tuviera mucho que decirnos sobre la vida económica. Tiene mucho que decir, aunque por supuesto sus enseñanzas tienen que entenderse en su contexto antiguo y no deben tratarse como modelos a copiar mecánicamente hoy. Nuestra moderna economía de mercado internacional es muy distinta a la economía agraria de ellos. Pero creo que podemos encontrar en la Biblia unos principios fundamentales para nuestra orientación hacia temas económicos, y lejos de ser pro-capitalistas, me parece que favorecen de una u otra manera al socialismo. A ver…

El primer político de la Biblia, en el sentido de ocupar un puesto en el gobierno de un país, fue José, quien fue también el primer “carismático” (Gén. 41:38). Después de interpretar, con sus dones espirituales, los sueños del Faraón y el futuro de la economía egipcia, José entró en el gobierno de Egipto al más alto nivel: Primer Ministro, Ministro de Agricultura y Economía y Ministro de Planificación. Y según el relato de Génesis 47, reestructuró drásticamente todo el sistema económico de Egipto. Nacionalizó toda la agricultura y hasta la tierra en una economía centralizada y planificada, para salvar muchas vidas (Gén. 50:20). Implantó una economía para la vida y no para la ganancia de algunos y la miseria de otros.

No pretendo ahora afirmar una interpretación literal de este relato pero de alguna forma debemos verlo como un mensaje sobre la ética teológica de la economía. Tampoco pienso que la gestión de José fuera una solución económica para los problemas de hoy. Pero me parece claro que el relato tiene un significado anti-capitalista. No me explico cómo nuestros políticos han logrado demonizar la nacionalización, como si estuviera opuesta a la fe y la Biblia, y santificar la “libre” competencia como el único modelo legítimo para la vida económica. ¡Qué ironía hoy, que mientras algunos países latinoamericanos acaban de casarse con la privatización y los tratados de “libre” comercio, en los mismos Estados Unidos se comienza a hablar de nacionalizar la banca (por lo menos, en parte) y otros sectores de la economía estadounidense!.

¿Qué tipo de economía habría promovido José si hubiera sido un neo-liberal (pido disculpas por el anacronismo)? Durante los siete años de las vacas gordas se hubiera vivido una borrachera de consumismo, como le ha pasado al mundo capitalista en las últimas décadas. No se hubiera planificado la economía para posibles tiempos de escasez; más bien, se hubiera desregularizado. Pero al llegar los años de las vacas flacas, con exceso de demanda y falta de oferta, los precios hubieran disparado hacia el cielo y una plaga de hambre y muerte hubiera cubierto toda la tierra. ¿Podría eso ser la voluntad de Dios?

Durante largos años he seguido buscando una respuesta a la pregunta de nuestro profesor y creo haber encontrado el principio medular de un sistema económico conforme a la voluntad de Dios. Creo que ese principio es la igualdad. En todo momento, la perspectiva económica de la Biblia (y de la iglesia primitiva) se orientaba hacia la mayor igualdad humanamente posible. Al contrario, un sistema económico que favorece a los ya ricos, aun cuando no excluya del todo a los pobres, es anti-bíblico. Creo que por eso la Biblia, y la iglesia durante siglos, prohibían la práctica de la usura. En el fondo, ¿es justo que los que ya tienen y les sobra saquen ganancias a expensas de los que no tienen? ¿Es justo que los que son dueños de varias casas se enriquezcan más cobrando altos alquileres a los que no han logrado ser dueños de una sola vivienda? ¿No debemos reconocer una injusticia fundamental en un sistema basado en el principio básico de la desigualdad? Nuestro actual sistema produce una desigualdad creciente y peor en América Latina, que es el continente más desigual, de mayor brecha entre ricos y pobres de todo el planeta.

No estoy proponiendo que se cierren todos los bancos ni que dejen de cobrar intereses. Pero creo que, como cristianos, no debemos dar esas cuestionables ventajas por sentadas. Quizá pueden verse como un mal necesario o el mal menor. Pero si ese sistema, con sus injusticias, nos está favoreciendo, debemos reconocer que esas riquezas son en el fondo mal habidas (“riquezas injustas”, Lc. 16:11) y debemos intentar volver esa injusticia en justicia por hacer de nuestra vida entera un proyecto a favor de los que no han podido beneficiarse del mismo sistema y una constante lucha por cambiar el sistema.

El Antiguo Testamento tiene mucha legislación social y económica, casi todo en defensa de los pobres. Era prohibido cosechar las esquinas de la finca, o recoger espigas que caían de la carreta, porque esos eran para los pobres. El deuteronomista estipula que cada séptimo año debía ser un “año de remisión” o “año sabático” (Deut. 15:1-18) en el que debían cancelar toda deuda (y eso, que los préstamos eran sin intereses) y levantar toda servidumbre, porque “entre ustedes no deberá haber pobres” (15:4 NVI). ¿Qué pasaría con nuestro sistema bancario, y con “la deuda eterna” de los países del tercer mundo, si intentáramos seguir estos principios? Después, según Levítico 25, cada año cincuenta, después de un ciclo de siete años sabáticos, ha de declararse “año de la libertad” o “año de Jubileo”. Lo esencial de este año, encima de las estipulaciones anteriores, consistía en una total reforma agraria, para que cada tribu y cada familia quedaran con iguales recursos productivos.

Algunos afirman, equivocadamente, que esta legislación nunca se cumplió en Israel, por lo que no tiene vigencia como paradigma hoy. Hay evidencias bíblicas que sí se practicaban estas leyes igualitarias, por ejemplo cuando Israel tomó posesión de Canaán y cuando regresaron del exilio. Pero, además, Jeremías 34 muestra que cuando los israelitas no cumplían el Jubileo, sabían que estaban desobedeciendo a Dios e incumpliendo las condiciones del pacto.

Hay una frase en Levítico 25 que es especialmente importante: “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra es mía y ustedes no son más que forasteros y huéspedes” (Lv. 25:23 NVI). El pensamiento hebreo tomaba con total seriedad el hecho de que todo, sin excepción, pertenece a Dios. “De Yahvé es la tierra y todo cuanto hay en ella” (Sal. 24:1), y nosotros no somos dueños sino mayordomos del Dueño que nos permite ser huéspedes en su casa. Este concepto, profundamente bíblico y muy radical, no deja lugar por la primacía del concepto de propiedad privada que domina en el capitalismo. El derecho a la propiedad no es absoluto; más bien, bíblicamente, no existe. La posesión no es derecho sino gracia.

El Pentecostés, fiel a esta tradición, fue un nuevo Jubileo ahora en el Espíritu de Yahvé (cf. Is. 61:1-3; Lc. 4:18-19). El proyecto socio-económico del final de Hechos 2 no fue accidental ni un mero apéndice al relato del derramamiento del Espíritu. Una señal del don pentecostal tuvo que ser “buenas nuevas para los pobres, liberación a los cautivos” (Is. 61:1-2), y lo cumplió la nueva comunidad (Hch. 2:42-47). La pentecostalidad hoy nos exige también esta práctica de justicia (no es mera filantropía, sino justicia), porque sin Jubileo no hay Pentecostés. ¡El Pentecostés es también un proyecto de igualdad económica!

Las descripciones de esta comunidad cristiana original están repletas de conceptos de tipo socialista, difícilmente compatibles con el capitalismo: los fieles “tenían todo en común (¡comun-ismo!); vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno” (Hch. 2:44-45). Más adelante nos informa que “nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían” de modo que “no había ningún necesitado entre ellos” (4:32,34), porque los ricos hasta vendían sus posesiones “para que se distribuyera a cada uno según su necesidad” (4:35). Así debe ser también hoy, conforme a nuestro contexto, la práctica pentecostal entre nosotros.

Este proyecto no fue pasajero; los creyentes siguieron compartiendo con los pobres (Gál. 2:10). Lo más impresionante es que Pablo dedicó el clímax de su ministerio a un proyecto de ayuda económica para los pobres de Jerusalén, llevando consigo los creyentes “primogénitos” y las monedas de las provincias evangelizadas por él (Rom. 15:25-31; 1 Cor. 16:1-4; 2 Cor. 8-9; Hch. 20:1-6, 22-25; 21:10-14). Pablo hizo este peregrinaje a Jerusalén con dos objetivos: ayuda económica a los pobres, y un gran gesto de unidad en Cristo, hacia los de Jerusalén que le habían hecho mucha guerra. A pesar de profecías que le advertían de los peligros de su viaje, Pablo fue fiel al proyecto, llegó hasta Jerusalén y de ahí fue a Roma en cadenas.

En 2 Corintios 8-9 Pablo está solicitando fondos para este proyecto, pero lo hace con una bella teología de la gracia de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a otros (2 Cor. 8:9), quien también es poderoso para hacer que abunde en ellas la gracia de compartir con los pobres (9:8-11). El compartir es una acción eucarística, de gratitud (eujaristia) a Dios por su gracia (jaris). En medio de esta solicitud de ofrendas, Pablo recurre dos veces al principio central y fundamental de la ética económica bíblica: la igualdad. “Es más bien cuestión de igualdad. En las circunstancias actuales la abundancia de ustedes suplirá lo que ellos necesitan… Así habrá igualdad” (2 Cor. 8:13-14).

El comentario de Juan Calvino sobre este texto es elocuente: “Dios quiere que haya tal analogía e igualdad entre nosotros, que cada cual ha de suministrar a los que tienen menos, según esté a su alcance, a fin de que algunos no tengan en demasía, y otros estén en aprietos”. (Agradezco al hermano Sergio Arce por esta cita de Calvino).

Sigue mi peregrinaje. En mi búsqueda de bases bíblicas del capitalismo, inspirada por mi viejo profesor, voy encontrando algo que se parece mucho más al socialismo. No comencé esta aventura con la menor sospecha de ese descubrimiento. ¿Habrá algo que no estoy viendo o que estoy viendo mal? Quizá algún lector amable podría aclarar mejor este tema y ayudarnos a encontrar una convincente base bíblica para el capitalismo. Invitamos participaciones…

 

Juan Stam
Misionero en Costa Rica por más de 45 años.
Doctor en Teología por la Universidad de Basilea, Suiza.
Profesor, por muchos años, del Seminario Bíblico Latinoamericano.
Escritor, autor de varios libros y artículos.

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 9 | Teología de la prosperidad, pobreza y Evangelio, entrega 4, Teología

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