RICOS PARA CON DIOS

| 7 abril, 2014

Lucas 12:21 “NECIO ES EL QUE HACE PARA SÍ TESOROS Y NO ES RICO PARA CON DIOS”

El gran filósofo alemán Martín Heidegger (1889-1976), uno de los mayores representantes del existencialismo, decía entre sus escritos que el hombre es un ser “deyecto”, arrojado, que lo único que puede hacer es ilusionarse y volverse a desilusionar, o sea que su vida es como la historia del burro detrás de la zanahoria, nunca se siente plenamente satisfecho.

Verdaderamente si lo consideramos a la luz de las Escrituras, los seres humanos hemos perdido aquel lugar maravilloso con Dios y donde El nos puso el día que nos creó. Sería algo así como la melancolía o añoranza del paraíso perdido.

Entonces toda persona que no haya recibido a Jesucristo como Señor y Salvador y, por lo tanto, haya nacido de nuevo y renovado su imagen y semejanza con Dios, está condenado a este estado de melancolía y de insatisfacciones constante y se alimenta de las ilusiones que le presentan para luego volverse a desilusionar.

Pero como dice Pablo en el segundo capítulo de Efesios: Jesucristo nos ha librado de vivir según las corrientes de este mundo (sistema engañoso e ilusorio inspirado por el príncipe de la potestad del aire) en los cuales anduvimos en otros tiempos siguiendo los deseos de la carne y haciendo la voluntad de nuestros deseos y pensamientos carnales; y nos elevó con él a lugares celestiales para mostrar a través de nosotros las abundantes riquezas de su gracia.

Es decir que, indiscutiblemente, la riqueza es algo central es la vida de los cristianos, ¿pero de qué riquezas estamos hablando?

¿Qué significa SER RICO PARA CON DIOS?

Ciertamente no es simplemente acumular dinero o bienes materiales ya que el mismo Señor Jesucristo dijo: “Necio es el que hace para sí tesoros y no es rico para con Dios”.

La verdad es que una persona que ha utilizado todo el potencial de vida que Dios le ha dado solamente para juntar dinero y posesiones es “una pobre persona”, no encuentro nada admirable en ella.

El apóstol Pablo nos advierte en Efesios 5:15-17: “Miren, pues con diligencia como anden, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto no sean insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor”.

Realmente corren días muy malos como para desaprovechar el llamado y el potencial de muchos predicadores que en vez de estar predicando el maravilloso evangelio del reino de Jesucristo, predican el evangelio de las añadiduras poniendo en primer lugar lo que en realidad es secundario. Mateo 6:33 dice “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas”. 

El evangelio de Jesucristo le presenta al hombre una escala de valores que lo lleva a su máxima expresión y calidad humana, como ninguna otra doctrina hay sobre la tierra. El amor incondicional, el perdón, el amor a los enemigos, la misericordia, el gozo inefable, la pasión por las almas, el servicio al prójimo y otros tantos valores, nos colocan entre las personas más ricas del mundo.

Cuando escucho a los predicadores de la prosperidad que reducen las riquezas del evangelio y la bendición de Dios a la simple provisión de dinero y bienes materiales, me da una gran tristeza, sabiendo que estamos desaprovechando un tiempo glorioso para la predicación del evangelio de las inescrutables riquezas del Señor Jesucristo.

Me preocupa sobremanera la distorsión de los valores y la venta de ilusiones que realmente no satisfacen plenamente el corazón del hombre. Por ejemplo: entre los predicadores de la prosperidad “la viuda que dio las dos blancas, nunca sería la que más dio”. No sería una ofrenda digna según una profeta predicadora de la teología de la prosperidad.

Me preocupan los pactos de dinero y ofrendas especiales que se fomentan por televisión sin considerar que muchas de esas ofrendas no deberían ser recibidas, porque no glorifican al Señor, sino que más bien hacen que su Nombre sea blasfemado.

¿Qué haría en este tiempo el profeta Eliseo, que no recibió la ofrenda del general Naaman, el leproso, a pesar de que había hambre en la escuela de profetas? Aunque Naaman había cambiado su actitud y reconocía a Jehová como el único Dios por encima de todos los otros dioses, a los ojos de todo el pueblo había salido con grandes riquezas y salvoconductos del Rey para comprar o favorecer el milagro. Si el profeta hubiese recibido la ofrenda, a los ojos de todo el pueblo se hubiese interpretado que a Dios se le sacan las bendiciones con dinero.

Eliseo prefirió pasar hambre, antes de que el Nombre de su Dios sea blasfemado.

Eso es temor de Dios, eso es andar sabiamente, esto es principio de sabiduría.

No así Giezi, el siervo del profeta, quien valoró más los bienes que el nombre de su Señor, pero quien también se quedó con la lepra de Naaman. Cuidado hermanos con las ofrendan que no dignifican el nombre del Señor y hacen que su Nombre sea blasfemado, no sea que se nos pegue la lepra de este mundo, codicioso y amante del dinero más que de Dios (“no se puede servir a dos señores, porque el que ama a uno aborrecerá al otro, no se puede servir a Dios y a las riquezas”).

Desde Génesis capítulo 4, Dios nos enseña los principios de una ofrenda digna en la diferencia entre Caín y Abel.

1) Génesis 4:3 dice que andando el tiempo, Dios no es un Dios al que podamos sorprender con una ofrenda circunstancial, por más grande que esta sea, si no va acompañada de una conducta de vida en la que demostremos en forma constante un agradecimiento.

2) Génesis 4:4 “y miró Jehová con agrado a Abel y su ofrenda”. Nunca la cantidad o calidad de la ofrenda dignifica el corazón o la persona, más bien la actitud del corazón de reconocimiento a Dios y de fe, es la que dignifica la ofrenda, porque como dijo Jesús en Mateo 23:17: ¿Cuál es mayor, el oro o el templo que santifica el oro?

Somos realmente ricos en Dios por Jesucristo, pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros (2 Corintios 4:7).

No se deje enredar por los vendedores de ilusiones, la vanagloria de la vida y la codicia de otras cosas, porque finalmente ahogarán la palabra de Dios en su corazón y la harán infructuosa. Recuerde que los seres humanos somos muy vulnerables a la vanidad, viva sabiamente y no se meta en tentación, aprendamos también de la historia “tal como el hambre es la clave para iniciar un mover de Dios, tener un carácter sólido y centrado en la Palabra es la llave para que se perpetúe”.

El gran predicador y evangelista, John Alexander Dowie, pionero del despertar del Espíritu de aquellos años, tan usado con milagros de sanidad, que abrió tantas casas de oración y que había en ellas tantos milagros que tuvo hasta cien juicios por ejercicio ilegal de la medicina, de cuyo ministerio salieron predicadores llenos del Espíritu Santo, fervientes protagonistas del tiempo llamado “el Rugido de Dios”, fue quien también se enalteció sobremanera a sí mismo.

Con la gran cantidad de dinero que manejaba edificó lo que llamó Sión, la ciudad de Dios y, finalmente, en junio de 1901 se declaró a sí mismo “el Elías que habría de venir”, el restaurador, cuyo regreso había sido profetizado en la Escritura y se hizo para sí mismo un traje de sumo sacerdote.

Una extraña y repentina confusión de engaño y orgullo empujó a este campeón de Dios a un final no escritural. ¿Cómo pudo un hombre, tan poderosamente usado por Dios, cometer tal error que perjudicó de tal manera su ministerio y lastimó a tanta gente? Se lo dejo para que lo piense.

No estoy en contra de la edificación de grandes templos o edificios, pero no estoy de acuerdo con los que nos quieren hacer creer que eso es lo que más dignifica a Dios. No se olvide que en este tiempo de la gracia, cuando Dios tuvo que elegir un templo para derramar su Espíritu, eligió una antigua caballeriza cuyo púlpito y bancos eran cajones de pollos y su predicador un pastor de color llamado William J. Seymour.

En este humilde recinto situado en la calle Azusa 312, Dios derramó el avivamiento más grande que hubo después de la llegada del Espíritu Santo, donde alrededor de 372 millones de personas fueron afectadas por ese mover del Espíritu. Las personas fueron llenas con el Espíritu Santo y cada necesidad imaginable fue satisfecha y prevaleció el poder sanador de Dios.

Relata el hermano Ron McIntosh, en su libro “Desesperados por el avivamiento”, que por tres años, día y noche, el milagroso poder de Dios no paró. Había reuniones tres veces al día, los siete días de la semana. Algunas reuniones eran continuadas sin comienzo ni final. Los curiosos, incrédulos y creyentes hambrientos se congregaban en el lugar.

La atmósfera era insostenible para una persona carnal. Los no creyentes caían al piso en arrepentimiento. No se le daba honrar a nadie por sus medios o educación, sino por los dones dados por Dios. Las reuniones casi no tenían una forma. Las personas oraban o cantaban en el espíritu y adoraban a Dios hasta que el Espíritu Santo le daba a alguien una profecía, una lengua e interpretación o un mensaje.

Seymour supervisaba las reuniones pero verdaderamente el Espíritu Santo estaba a cargo. Frecuentemente Seymour se sentaba detrás de dos cajas vacías de lustrar zapatos, que estaban una sobre la otra, ponía su cabeza dentro de la que estaba arriba durante la oración y el poder de Dios caía. El se mantenía humilde, nunca pidiendo nada de la atención para él o buscando algún crédito o gloria por los sucesos. No había oradores especiales que fueran famosos, no se dependía exclusivamente de ningún poder humano.

Esto verdaderamente es darle la gloria a Dios. ¡Qué verdad que nos enseño Jesús cuando hablando del Espíritu Santo dijo: “EL ME GLORIFICARA”!

¿Y si dejamos un poco de lado el espectáculo y las luces que siguen al predicador (vanas ilusiones) y dejamos que el Espíritu Santo sea el protagonista?

Eclesiastés 3:1 dice: “Todo tiene su tiempo y todo lo que se requiere debajo del cielo tiene su hora”. Somos un pueblo de reyes y sacerdotes, pero dejemos que sea el Rey de Reyes el que nos entregue la corona de vida, no es el tiempo de que nuestros líderes vivan como reyes en suntuosidad y lujos excesivos e innecesarios. Nosotros pongámonos la ropa de trabajo en vez de la capa real y trabajemos sirviendo al Señor a través del servicio, en amor a nuestro prójimo y dejemos los palacios, las basílicas y las catedrales para los nobles y los clérigos (que me gustaría oír como lo van a explicar cuando tengan que rendir cuentas ante el Señor).

Es nuestra tarea el mostrarle al mundo las verdaderas riquezas del evangelio. Aquellas riquezas que prometían los apóstoles y primeros discípulos, sabiendo que aceptar a Cristo como Señor y Salvador implicaba en ese momento ser perseguido, pasar necesidades, ser golpeado y encarcelado y aún perder la propia vida. Aún así las personas se incorporaban a la Iglesia y crecían y se multiplicaban viviendo juntos con alegría y sencillez de corazón.

Nos dice el Apóstol Pablo en la carta a los Filipenses (4:5), nuestra gentileza sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca. Seamos ricos en amabilidad, buen trato, alegría, esperanza, estímulo, aliento, paciencia, comprensión, aceptación, restauración, compañerismo, libertad.

El mundo y la época que nos ha tocado vivir ya es suficientemente traumático y doliente como para que también en la Iglesia padezcamos decepciones. El Señor Jesús edificó una iglesia amante de la humanidad y gozosamente comprometida e involucrada con todas las personas para edificación.

Quisiera, por último, alentarte con las palabras de Pablo a Filemón (vs 6): que la participación de tu fe sea eficaz en el conocimiento de TODO EL BIEN que está en ustedes por Cristo Jesús.
O sea, que vivas de tal manera tu fe que abras los ojos de tus hermanos para que se den cuenta cuanto nos ha bendecido el Padre en Cristo Jesús y cuál es la herencia eterna que nos espera en El.
¿Te sentís verdaderamente rico para con Dios? Porque Dios el Padre ya te ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo.

Porque el venció en la muerte la conjura,
de las malignas fuerzas de la historia,
seguimos, no a un héroe, ni a un mártir,
seguimos al señor de la victoria.

Porque El al pobre, rescató del lodo,
Y RECHAZO LOS HALAGOS DEL DINERO,
Sabemos donde están nuestras lealtades,
Y a quien habremos de servir primero.

 

Ricardo Dening
Licenciado en Psicología Clínica
Pastor principal del Centro Cristiano Rey de Gloria
Iglesia Internacional del Evangelio Cuadrangular

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 9 | Teología de la prosperidad, pobreza y Evangelio, entrega 4, Teología

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