¿QUÉ HAY DE NUEVO… VIEJO? Parte III. Repensando el ministerio

| 22 diciembre, 2014

Si hacemos una revisión histórica, podremos encontrar las raíces del establecimiento jerárquico dentro del liderazgo de la Iglesia.

Allá por el año 300dC, cuando el emperador Constantino adopta el cristianismo como religión oficial, se produce la unión entre Iglesia y Estado. Él mismo se proclama como sumo pontífice del estado y de la Iglesia. Al ir pasando los años y estableciéndose el sistema clerical, la Iglesia comienza a ejercer el poder económico y político dando lugar a que al clero pase a formar parte de la aristocracia, al nivel de los nobles con poder y riquezas.

Los reyes y nobles tenían sus palacios, los obispos y cardenales sus basílicas y catedrales y el Hijo del Hombre no tiene donde posar su cabeza. O sea que el sistema jerárquico clerical está directamente asociado con la gloria de los hombres, el poder, las riquezas y el ejercicio de dominio de unos sobre otros.

Lamentablemente podemos ver, en nuestra iglesia cristiana evangélica de estos tiempos, importantes vestigios de esta jerarquización, sustentada en el deseo de poder, reconocimiento y riquezas.

Si leemos detenidamente la escritura, veremos que en el modelo de liderazgo del Señor Jesucristo, no hay nada que tenga que ver con esa jerarquía, ni aún que sea parecido. El Señor mismo dijo:

Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Marcos 10.42–43)

O sea que en el principio de liderazgo establecido por el Señor, no hay nada que tenga que ver con los sistemas de cadena de mando piramidales que hoy se enfatizan en las empresas, en el ejército y aún dentro de la Iglesia. El sistema de liderazgo, propuesto por el Señor Jesucristo, no genera separaciones de clases o de jerarquías. A él siempre le veíamos entre las multitudes, en medio de las necesidades, compadeciéndose de la gente. No era difícil llegar a Jesús para todo aquel que quisiera hacerlo.

El Señor preguntó un día: “¿Quién es más grande el que se sienta en la mesa o el que sirve? Le respondieron: el que se sienta a la mesa. A lo que Él contesto: Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve”; y luego también, le lavó los pies a sus discípulos, como hacían los esclavos de las casas y les dijo: Ustedes me llaman “Maestro y Señor, y hacen bien porque lo soy, sin embargo aquí me tienen lavándoles los pies: Ahora vayan y hagan ustedes lo mismo, porque nunca el discípulo es más que el maestro, ni el siervo más que su Señor”.

A ver si vamos entendiendo. ¿Cuál es la gloria del ministerio del Señor Jesucristo? ¿Por qué los reyes de este mundo quedaban sin palabras ante Él, como dice Isaías 52? Porque nunca un rey, acostumbrado a los honores, podría entender que un rey superior podría tener un gesto tan grande de amor, de humildad y de servicio, hasta tal punto de dar su propia vida y morir de la peor manera con su rostro desfigurado más que todos los hijos de los hombres “así asombrará él a muchos”.

Esto es lo asombroso y lo maravilloso de nuestro Rey; esto es lo grandioso y lo glorioso del liderazgo cristiano: el servicio por amor.

Estos son los grandes ante los ojos de Dios; estos son los que llenan de orgullo y honra el corazón del Padre.

Quiero decirte algo amado pastor, amado líder de la Iglesia: el Señor Jesucristo te llamó al servicio de amor con humildad y entrega. Él te llamó a sentarte a su mesa y no a comer de las migajas que caen de las mesas de los hombres. Ésta es la libertad gloriosa de los hijos de Dios: el poder servirlo con pasión, con amor y con humildad y no para ser visto por los hombres. Porque el que exhibe su justicia ante los ojos de los hombres ya tiene su recompensa. Por eso te aconsejo que atesores las glorias eternas del Reino de los Cielos y no las de este mundo, que son ilusorias y perecederas.

El Apóstol Pablo, el gran obrero en cadenas, el prisionero de Jesucristo, el que se llamó a sí mismo el último, el abortivo, llegó a decir: “completo en mi cuerpo los padecimientos de Cristo por su Iglesia, porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor y a nosotros como siervos de vosotros”.

Sueño con el día que nuestro mensaje del evangelio y nuestro testimonio de vida sea uno y coherente. Sueño con el día en que pueda ir a un gran evento cristiano y que las primeras sillas no estén reservadas para los pastores y líderes, sino para los hermanos más pequeños y necesitados.

Somos un cuerpo y solamente Jesús es la cabeza de la Iglesia. Tenemos distintas funciones y distintas responsabilidades, pero compartimos el mismo honor y la misma honra que vienen de aquel que es nuestra cabeza, el Señor Jesucristo.

Queridos hermanos, saltemos las brechas de separación, derribemos los muros de la jerarquía, no le tengamos miedo a la gente, no tengamos pánico por las necesidades, el Señor está con nosotros y “suplirá todo lo que nos falte conforme a sus riquezas en Gloria”.

No hay testimonio más glorioso, no hay acto más sublime que el amor servicial de nuestro Maestro, que siendo rico se hizo pobre, que siendo el primero se hizo el último. ¿Por qué empañar semejante gesto buscando vana glorias humanas pudiendo ser como Él?

Te aliento a que gastes tu vida sirviendo a tus hermanos, amigos, conocidos y a todos los que tengas posibilidad, sabiendo que estás continuando con la obra de tu Señor tal cual Él te lo enseñó y Él mismo un día te lo recompensará.

Una vez en oración, orando por la Iglesia y por los líderes, el Espíritu Santo me dijo: se debaten el gobierno de mi Iglesia y no el servicio.

Hay muchos en este tiempo que se proponen, así mismos, como grandes líderes, con grandes revelaciones para conducir y gobernar la Iglesia, pero muy pocos se postulan como servidores.

Hay un lugar por el que nadie se pelea, por el que nadie compite “ES EL ÚLTIMO” es el que el Señor nos dejó para que seamos los primeros ante sus ojos.

No es éste el tiempo en que la Iglesia busque gloria, es este el tiempo en que la iglesia como su Señor sirva a la gente. La gloria de la Iglesia en este tiempo está en el servicio y no en el gobierno; la autoridad es espiritual y la ejercemos contra el reino de las tinieblas mientras predicamos el evangelio de la salvación con el mensaje y con el testimonio, porque lo que Dios quiere es que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.

El Señor lavó los pies de sus discípulos, lavemos también nosotros los pies de la gente y después vendrá la recompensa de parte de Dios y no de parte de los hombres.

Amados pastores y líderes, como dijo el profeta Juan: “No somos el esposo”, pero si podemos ser los amigos del esposo, y alegrarnos con Él al oír su voz y ver sus obras. La Iglesia es la amada del Señor, es su prometida y no la nuestra, a nosotros nos toca el honor de ataviarla para su venida, tal vez seamos la generación que vea su llegada, mientras tanto amemos al Señor con todo nuestro ser, y amemos a la gente como Él nos ama, y gastemos nuestra vida en este glorioso ministerio de servir por amor.

 

Repensando la administración del dinero:

Como dijo el Señor Jesús: “No se puede servir a dos señores; porque el que ama a uno, aborrecerá al otro. No se puede servir a Dios y al dinero” (Mateo 6:24)

La Iglesia apostólica fundada por Jesucristo fue una Iglesia poderosa, rica en milagros, gracia, misericordia y manifestaciones del Espíritu. Era una Iglesia con una gran anunciadora de las buenas nuevas; con los cielos abiertos y los ángeles de Dios que los servían y ayudaban en la predicación del mensaje y extensión del Reino de los Cielos.

Es significativo ver que cuando Jesús resiste a Satanás, al proponerle las riquezas, honores y poderes de este mundo, éste se aparta de él y los ángeles de Dios vienen le sirven.

Contrariamente, esta actividad de ángeles, las señales, los milagros, el poder y la gracia abundante manifestada, comienzan a retirarse de la Iglesia cuando esta negocia con el estado y acepta la tentación del poder, las riquezas y los reinos de este mundo, dejando de hacer la voluntad de Dios y cambiando las manifestaciones del Reino de los Cielos por los beneficios y vanas glorias del “Reino de los Suelos”

De manera que el amor por las riquezas, posiciones, honores, cargos, etc., hablan de la búsqueda de un poder humano, de un reconocimiento entre los hombres, del deseo de superioridad y enseñoramiento sobre los demás, y de ninguna manera Dios va a respaldar desde los cielos este tipo de autoridad. Sepamos que desde el momento en que comenzamos a buscar poder humano, comenzamos a perder el poder de Dios.

Todos soñamos con una Iglesia poderosa, como la Iglesia primitiva, con grandes manifestaciones espirituales, con los cielos abiertos y multitud de ángeles trabajando con nosotros. Para esto debemos renunciar y extirpar de raíz todo deseo de poder humano. Recuperemos la gloria del ministerio del servicio por amor que nos dejó el Señor Jesucristo. Desjerarquicemos rápidamente el liderazgo, y así no alimentaremos la concupiscencia de nuestro corazón.

En cuanto a la administración del dinero en las Iglesias locales, su fundamento está basado en gran parte en una visión templo-céntrica que responde a doctrinas del antiguo pacto.

La visión del antiguo testamento centraliza en Jerusalén y sobre todo en el templo, toda la actividad de Dios. Había un templo y sólo en el lugar Santísimo, Dios descendía con su Shekinah. Por lo tanto era comprensible que los ojos de todo judío estuviesen puestos en Jerusalén y en su templo.

Desde la llegada de Jesucristo y, sobre todo, desde su victoria en la cruz, el velo se rasgó desde arriba hacia abajo, dando a entender que Dios abría su morada hacia todos los que vinieran a Él, creyendo en su hijo como salvador del mundo. Por eso dice la escritura: “acerquémonos con confianza al trono de la gracia”.

La victoria de la cruz desató la era del Espíritu, venciendo así toda limitación espacio-temporal, cumpliéndose lo que dijo el Señor: “la hora viene y la hora es en que los verdaderos adoradores adoraran al Padre en espíritu y en verdad”.

O sea que ahora Dios no se encuentra solamente en el templo, sino en el corazón de todo aquel que acepte a Jesucristo como Señor y Salvador. Este es ahora el nuevo templo donde se encuentra la Gloria de Dios. De manera que, amado hermano, Dios el Padre cambió todas las riquezas y la gloria del templo de Salomón y de todos los templos, por la habitación de tu corazón y de tu propia alma; por lo tanto ordena tu templo por su palabra para honrar la morada de tu Señor.

Ahora bien, parados en el tiempo de la dispensación de la gracia, en la era de la gran cosecha y teniendo la mente de Cristo, mi pregunta es la siguiente: ¿En qué tipo de templos debe la iglesia local invertir sus finanzas? ¿En los edificios o en las almas?

A veces nos quejamos de que nuestros gobiernos invierten mal el dinero y se dispone muy poco, para la educación y salud. ¿Y nosotros los cristianos…? ¿En qué invertimos mayormente el dinero de la Iglesia local?, ¿en la estructura y en la jerarquía o en las almas?

¿No será el principio de administración y mejor aprovechamiento de la Iglesia local en este tiempo, lo que dijo Jesús? Ganar amigos con las riquezas injustas. Lucas 16:9

Comentario Diario Vivir: Andamos por el camino de la sabiduría cuando usamos las oportunidades financieras, no para ganar el cielo, sino para que ese cielo (“moradas eternas”) sea una experiencia agradable en quienes ayudamos. Si usamos nuestros recursos para ayudar a los necesitados o ayudamos a otros a encontrar a Cristo, nuestra inversión nos brindará beneficios en la eternidad. Cuando acatamos la voluntad de Dios, usamos desinteresadamente las posesiones.

Creo que mientras las palabras: “arca”, “alfolí”, “levita”, sean más importantes que el valor de la persona humana, todavía no hemos encontrado el verdadero principio bíblico de administración del dinero en el Reino de los Cielos.

La última pregunta que le hicieron a Jesús sus discípulos, antes de ser levantado al cielo fue la siguiente: “¿Restaurarás el Reino en este tiempo?”. La pregunta remitía más que al Reino de los cielos, a un reino de gobierno de poder político y económico, como fue el del rey David, ya que estaban cansados del yugo del Imperio Romano. Todavía los discípulos no habían recibido el bautismo del Espíritu Santo, por eso no entendieron lo que Jesús les había enseñado sobre el Reino de los Cielos, sobre todo estos últimos días desde que había resucitado.

De la misma manera necesitamos con urgencia la intervención del Espíritu Santo en nuestro liderazgo para poder entender que el Reino del Señor no es de este mundo, no se conduce con los principios de este mundo, no se mide su éxito con los parámetros de este mundo y no se ejerce la autoridad y el liderazgo como se hace entre los gobernantes de éste mundo.

Renunciemos a la vana utopía de un Reino Davídico y aceptemos la visión del Reino espiritual de nuestro Señor Jesucristo, de sus manifestaciones poderosas en el mundo natural y aceptemos la idea de una Iglesia sembrada y esparcida en el mundo entero. No tengamos miedo a involucrarnos y comprometernos con las vidas de las personas, porque es allí donde el Señor quiere que alumbremos con nuestra luz y demos sentido con nuestra sal, de manera tal que su nombre sea exaltado en todo lugar y en todo momento.

Así como el amor al dinero es la raíz de todos los males,
el amor al Señor y al prójimo
es la raíz de todos los bienes.

 

Ricardo-Dening

Ricardo Dening
Licenciado en Psicología Clínica
Pastor principal del Centro Cristiano Rey de Gloria
Iglesia Internacional del Evangelio Cuadrangular

 

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 13 | Eclesiología, entrega 6, Teología

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