¿QUÉ HAY DE NUEVO… VIEJO? Parte V. Repensando el sacerdocio

| 5 enero, 2015

La Biblia nos enseña que somos para Dios una nación santa, un pueblo de reyes y sacerdotes.

O sea que al decir la Escritura que somos un pueblo de sacerdotes, está aclarando el Señor de que el sacerdocio no es privativo de algunas personas sino de todo creyente que acepta a Jesucristo como Señor y Salvador y abraza con todo su corazón el evangelio para vivirlo y compartirlo con sus semejantes. De manera tal que no tenemos mediadores entre Dios y los hombres, sólo Jesucristo, y es el privilegio y la responsabilidad de todo creyente verdaderamente convertido, el “MINISTRAR AL SEÑOR”.

En el antiguo pacto, de las doce tribus de Israel, Dios había escogido la tribu de Leví para que se dedicaran exclusivamente a Dios (todas las tareas que tenían que ver con el Señor y el servicio en el templo), y Dios sería su sustento y su heredad. Por eso dice la escritura “Los levitas no tendrán heredad”. A su vez, dentro de la tribu de Leví, los descendientes de Aarón fueron ungidos como sacerdotes y cumplían esta función; o sea que todos los sacerdotes eran levitas, pero no todos los levitas eran sacerdotes.

En el tiempo de la gracia, por la maravillosa obra de Jesucristo en la cruz, nuestro Gran Sumo Sacerdote, no según el orden humano de Aarón sino según el orden divino de Melquisedec, este ministerio dignificado del sacerdocio es extendido a todo el cuerpo de Cristo. De manera tal que una madre que desempeña su función de ama de casa con temor de Dios y educando a sus hijos en el conocimiento de la palabra, o cualquier persona que en su trabajo, o en su ámbito laboral dé testimonio auténtico de su fe en Jesucristo es considerada Ministro del Evangelio.

Si queremos que se levante el ministerio de los santos y el sacerdocio del pueblo, debemos derribar los muros jerárquicos de clero y laicado de tantos años. Si queremos que cada cristiano de nuestra congregación se levante como sacerdote de su hogar y de su ámbito de convivencia, debemos comenzar a llamarlo como Dios lo llama para que se atrevan a tomar esta identidad bíblica; pues sino siempre seguiremos teniendo algunos pocos líderes jerarquizados y un gran pueblo cristiano sin compromiso y casi dormido.

Como dice el apóstol Pablo en la carta a los Efesios:

“Dios el Padre nos ha bendecido
con toda bendición espiritual en los lugares celestiales
en Cristo Jesús”
y es éste sacerdocio espiritual una de estas grandes bendiciones.

Cuando los cristianos crecemos en esta unción sacerdotal, que tiene que ver con la relación íntima con Dios y la Gloria de su presencia, se abren las dimensiones espirituales de nuestra mente y nuestro corazón. Ocupamos el lugar espiritual bendecido del que habla Pablo, aquel lugar especial que tenía Moisés junto al Señor sobre la roca. Esto nos da una nueva identidad y genera en nosotros una actitud de fe tan grande que, antes que hagamos nada, ya somos vencedores en Cristo Jesús y vamos de triunfo en triunfo y de victoria en victoria, anunciando de esta manera con nuestras palabras y con esta vida, las maravillas de Dios ante los ojos de todos los hombres.

Queremos decir, concretamente, que un cristiano que lleva adelante su sacerdocio con fe en el Señor Jesucristo en todas las áreas de su vida, es una persona sana, honesta, paciente, de buen humor, de carácter templado, de espíritu alegre y motivador. Es un buen padre o madre de familia, es un buen esposo y esposa, amigo de su cónyuge y amigo de sus hijos. Es también un hermano prudente, atento y considerable; es un miembro de la iglesia responsable, esforzado y entusiasta que anima a otros con su trabajo. Siempre está viendo las posibilidades y las virtudes antes que las limitaciones y defectos, no se desanima ante las dificultades sino que éstas son un desafio que lo lleva más allá, haciéndole crecer más, sabiendo y experimentando que todo lo que piensa, siente, dice y hace es para la gloria de Dios.

El sacerdocio del ser. 

Es admirable la manera en que empieza Lucas el libro de los Hechos diciendo:

“En el primer tratado, oh Teófilo,

te hablé acerca de las cosas que

Jesús comenzó A HACER Y A ENSEÑAR”.

¡Qué maravilloso testimonio el de nuestro Señor! Él es totalmente íntegro, sin dobles, de una sola pieza. Nadie podía decirle a Él, “dice pero no hace”. Sus actos, su carácter, su manera de ser y hasta el más mínimo detalle en Él estaban en perfecta armonía con su doctrina.

Es así que el Apóstol Juan dice de Él:

“le vimos lleno de gracia y de verdad”.

ÉL “ES” verdaderamente EL SEÑOR, todo lo que dice o hace tiene el tremendo respaldo de su persona y de la integridad de su ser. De la misma manera Él nos ha constituido como sacerdotes de su pueblo para que también nuestro ministerio este fundamentalmente establecido en quiénes somos y no simplemente en lo qué hacemos o parecemos. Y, mejor aún, el Señor espera que todo lo que nosotros hagamos o digamos esté en total armonía con lo que somos para Él “sus sacerdotes”.

Dice el Apóstol Juan:

“Tal como ÉL “ES” así somos nosotros en esta tierra”;

o sea que la expectativa de Dios es que nuestro ministerio este fundamentado primeramente en lo que somos en Dios y luego en lo hacemos y decimos, que debe ser una consecuencia armoniosa con nuestra personalidad.

Esto lo tiene claro satanás, por eso sus ataques van más dirigidos a las personas que a las obras: Le dijo a Jesús:

“Si eres el hijo de Dios (como diciendo, tal vez no lo seas)

dile a estas piedras…………

De la misma manera ataca a los cristianos intentando hacernos perder nuestra identidad como hijos de Dios; porque él sabe que todas nuestras obras serán la consecuencia de lo que nosotros creamos que somos.

Ejemplificando: Si creemos que somos unos inútiles que no servimos para nada, muy probablemente todo lo que digamos o hagamos sea bastante inútil y no sirva para mucho.

Veamos el ejemplo de Jesús en la casa de María y Marta.

Marta ocupaba la posición de sierva del Señor, por lo tanto ella se consideraba así una sierva de Jesús, entonces estaba muy preocupada y afanada por hacer las tareas necesarias para agasajar y honrar al Señor que ese día era su huésped de honor. María ocupaba la posición de hija, y sintiéndose así se sentó a los pies de su Señor para amarlo, admirarlo, contemplarlo, oírlo y disfrutarlo.

Ante la actitud de María, Marta manifestó su enojo y reclamó al Señor que le dijese que la ayudara. A lo que Jesús le respondió enseñándole: Marta, como vos solamente, te consideras mi sierva, y no te permitís ser mi hija, entonces no podes parar de hacer cosas para agradarme y siempre estás afanada y turbada; pero tu hermana María entendió cuál es la posición única y necesaria: “LA DE HIJA”, y nadie se la podrá quitar porque es lo que verdaderamente ella ES, y nadie puede perder lo que es.

La práctica más peligrosa de los religiosos es que enseñan, como doctrina, mandamientos de hombres, y por las tradiciones invalidan el mandamiento de Dios. Ellos ponen la mira en las cosas de los hombres y no en las cosas de Dios. A diferencia de Dios, que mira el corazón del hombre y no la apariencia y el parecer, éstos se apoyan y se fundamentan en rituales, costumbres y tradiciones que tienen que ver con la imagen, con lo exterior, con lo superficial y lo visible, ya que apuntan a exhibir su justicia ante los ojos de los hombres y buscan sobresalir entre las personas.

Un religioso necesita constantemente diferenciarse sobresaliendo entre los demás, para esto recurren a posturas especiales, vestimentas, maneras de hablar, palabras y hasta cierta impostación de la voz, que suena totalmente antinatural con su manera corriente de hablar (me ha causado mucho gracia escuchar algunos líderes de alabanza que cuando ministran adquieren cierto tono mexicano o de los últimos líderes de alabanza de turno).

En una congregación tradicional y legalista, es muy fácil reconocer cuál es el pastor y sus líderes, debido a todo este tipo de cosas que mencionamos anteriormente, que lo señalan como diferentes a la gente común de la congregación. ¡Qué distinto fue con nuestro Señor Jesucristo! a quien Judas, la noche que lo entregó tuvo que besarlo para que aquellos que venían a prenderlo lo identificasen. O sea que nuestro Señor, en apariencia, era igual a todos los discípulos y su valor estaba en su interior, enseñándonos que: no valemos por lo que parecemos, sino por lo que verdaderamente somos.

El líder religioso tiene cierto temor a vincularse estrechamente con los hermanos de su congregación, es más: piensa que un pastor o líder no puede ser amigo de los hermanos de la congregación, sino que cree que siempre debe haber un encuadre de respeto, manteniendo cierta distancia prudente, de manera tal que no se ponga en riesgo por abuso de confianza su posición de “pastor/autoridad”. Que distinto nuestro Señor Jesús que comía, dormía, lloraba, reía, convivía con ellos y llego a decirles:

“Ya no los llamo solo siervos sino también amigos”.

Difícilmente un líder religioso podrá disfrutar de esta relación íntima de hijo o amigo con el Señor Jesucristo; pero si llegará a ser un “siervo de Dios Altísimo”.

Hay relatos en la escritura que siempre me llamaron poderosamente la atención, como por ejemplo:

  • El amor de Dios hacia Jacob, un engañador pero también buscador afanado de la bendición de Dios.
  • La habilitación de Dios con Moisés en su amor por la mujer Cusita, en cierta manera en contra de la misma ley de no mezclarse con otras razas.
  • La predilección de Dios por la reconstrucción del Tabernáculo de David, a diferencia del de Moisés, sabiendo que no guardaba el orden y el respeto por las posiciones y lugares establecidos.
  • Y más aún la locura, casi indecente del amor de David por el Señor ante el Arca de su Presencia que, de tanto bailar y bailar, casi queda desnudo.

Y así podría relatar muchos ejemplos en dónde pareciera que Dios pone las normas para desafiarnos al amor incondicional del Espíritu, del cual Pablo dijo:

“Para los que andan en el Espíritu no hay ley”.
Gálatas 5:23.

“De manera que ya no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia”.
Romanos 6:4

La verdad del evangelio nos hace libres y el cumplimiento de la ley es el amor, de manera que no necesitamos más vivir en esclavitud de la vanidad y de la imagen. Dios nos llamó a tener una vida profunda, abundante y no una vida escasa y superficial. Dios no nos llamó para que comamos de las migajas que caen de las mesas de los hombres, sino para que nos sentemos a su mesa con la dignidad y la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

  • Recuperemos la práctica de la presencia de Dios y desarrollemos la comunión íntima con el Espíritu Santo, quién todo lo conoce “aún lo profundo de Dios”.
  • Desarrollemos una vida contemplativa y virtuosa, pasemos tiempo en la Presencia del Señor, alimentémonos del amor incondicional del Padre y de la sabrosa meditación de su Palabra.
  • Profundicemos, busquemos, y persistamos en buscar, hasta encontrar esta vida cristiana victoriosa que está escondida con Cristo en Dios.
  • Entremos incondicionalmente en el secreto de nuestro Dios, sin prejuicios sino con la inocencia de un niño que depende totalmente del sustento de la mano de su Padre.

Creo que no hay honra más grande que la de ser llamados “Hijos de Dios y amigos de Dios”. Que maravilloso que Abraham creyó y fue llamado “Amigo de Dios”

No importa la función que cumplas: creyente, obrero, líder, maestro, profeta, evangelista, pastor, apóstol… Nunca te jactes de los cargos, nunca te gloríes de que te llamen reverendo (Digno de reverencia), pues mañana querrás que te llamen su ´”Ilustrísima”, o su “Eminencia”………

Perdón, pero no encuentro al Señor Jesús en estos asuntos, mejor sigamos ocupándonos y disfrutando de los negocios de su Reino que son las almas.

 

Ricardo-Dening

Ricardo Dening
Licenciado en Psicología Clínica
Pastor principal del Centro Cristiano Rey de Gloria
Iglesia Internacional del Evangelio Cuadrangular

 

 

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 13 | Eclesiología, entrega 8, Teología

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