SER IGLESIA HOY

| 30 marzo, 2015

ALGO MÁS QUE NUESTROS TEMPLOS CON GENTE.

¿Desde qué lugar analizamos la compleja realidad que vivimos? ¿Desde los muros de Nehemías y su supuesto cuidado, o desde los muros derribados del templo de Jerusalén que nos exponen y nos confrontan una y otra vez al mundo y su compleja situación?

En este tiempo de cuaresma, el desierto de Jesús y sus pruebas, es un factor común a muchas de nuestras iglesias en distintas partes del mundo. El desierto como metáfora de nuestras búsquedas, de nuestras preparaciones y pruebas personales. Un lugar de tránsito, un lugar ambiguo de sensaciones… un lugar, en definitiva, por el cual, indefectiblemente, se pasa una y otra vez…

Y me pregunto frente a mis propias imágenes de la aridez del desierto, su soledad y sequedad, ¿será que indefectiblemente, todo desierto representa soledad, angustia, dolor e incomodidad? ¿Será que toda prueba en la vida, significa una pérdida de fe y confianza en lo que vendrá? Definitivamente, desde los ojos de este Jesús probado uno descubre otras posibilidades de interpretar, no solo para él, no solo para la sociedad en la que vivimos, sino para uno mismo, para lo que nos va pasando.

Es importante en este tiempo que nos toca vivir, retomar los pasos de los evangelistas, para vernos a nosotros parados en esa historia, relatado y preguntarnos una y otra vez la pertinencia de lo que se cuenta; si esto es ó no parte de nuestra existencia, o bien, si así deseamos que lo sea (“y el Espíritu lo impulsó al desierto…”).

Que Jesús, según Marcos 1:9-15, comience su ministerio público bautizándose, no es un dato casual, sino ex professo que apunta a nuestro propio vínculo con Dios. Es un ejercicio recomendable y saludable, volver al tiempo del pacto, de la alianza con Dios, en el cual nuestro propio bautismo inicia esta relación íntima y estrecha. Si bien lo pactado tiene sabor a eternidad, nuestra misma capacidad de pecar (en el sentido propio del término en griego de “errar en el blanco”) nos aleja del vínculo hecho en ese mismo bautismo, de ahí que, la necesidad de renovar nuestro pacto con el Creador no sólo es un ejercicio de obediencia a lo que fue dado, sino también la posibilidad de revitalizar los vínculos con él que nos ama y con quiénes nos aman.

Es este ejercicio obediente lo que nos permite apreciar la segunda escena con justeza y mayor precisión. Somos impulsados, desafiados y empujados al desierto más de una vez en la vida. No ya el desierto de la agonía y la angustia, sino como espacio de preparación, de soledad creativa y dependencia con Dios y sus “ángeles”. Y también, como espacio de tránsito, como espacio donde recorrer nuestra madurez en la vida. Los desiertos son lugares por donde transitar, no donde quedarnos a vivir.

La tentación del desierto, aunque parezca contradictoria, es quedarnos ahí y suponer que todos los días necesitaremos más ayuno, más preparación y más asistencia. Ese tiempo de tránsito es limitado y debe poder ser aprovechado; esto es, asumirlo como tal, aprender de él y seguir avanzando.

Por último, salidos del desierto en nuestra vida, nos preparamos para ver el mundo y lo que le pasa desde otro lugar, desde otra óptica, desde otros caminos recorridos. Sabiendo que lo malo y lo bueno, lo terrible y maravilloso, no se hayan en compartimentos estancos, sino por el contrario, entrelazados tal como nuestras luces y sombras en la vida, se hayan del mismo modo. Demonizar y beatificar personas y situaciones, solo tiende a opacar la experiencia de la prueba en el desierto. A hacerla menos válida, menos transitoria y más permanente.

Cuando sólo remito mi experiencia personal y comunitaria y a una visión simple y llana de la realidad que me rodea, como si todo el mundo consistiese en saber que hay buenos o malos, lo único que hago es despersonalizar la vida del otro; deja de ser sujeto con el cual comunicarme e interactuar a ser un “objeto” de mis mejores o peores deseos, alguien a quien “adorar” o simplemente “odiar” con todas mis fuerzas.

En un año electoral como este que estamos afrontando en Argentina, es necesario entender que una realidad compleja, no puede ni debe tener miradas simples, sino aquellas agudas visiones que puedan aportar elementos y nuevas preguntas a las complejidades que vamos teniendo por delante.

Las comunidades de fe, debemos poder estar a la altura de estos desafíos. Rescatando y valorizando un pensamiento plural, abierto y aún el pensamiento que genere conflicto, ya que el conflicto es inherente a nuestra propia vida como hijos de Dios. Esta permanente intromisión del conflicto de nuestros pensamientos debe poder ser, la oportunidad de la construcción de vínculos fuertes y contenedores hacia delante. Es este “asumir” del conflicto cotidiano, con madurez, osadía y respeto de unos con otros, lo que permite, en definitiva, dar testimonio con fuerza profética que no es el cuerpo de Cristo la homogeneidad del pensamiento pero si de la voluntad. Voluntad política de cambio, diríamos los comunicadores, puesta en Cristo que, frente a la teología sacerdotal Aarónica que ensalza los muros levantados del libro de Nehemías, propone el velo rasgado del templo y el derribamiento de las murallas que nos separaban de la luz de su verdad.

Un Cristo que se corre con fuerza del lugar de la ética de la “pureza”, para confrontar a su propio pueblo con una ética de la justicia, que habla de un nuevo Reino por venir.

Suponer que el pueblo de Dios queda alojado en nuestros templos, es una peligrosa ingenuidad que presupone un cuidarnos del afuera (de lo que está más allá de los muros del templo). Es elegir la soledad transitoria del desierto como algo estable y permanente, sin darnos cuenta que, por la prueba se transita y se sale fortalecido/a para ir en un búsqueda de un pueblo de Dios, con una pastoral concreta para los/as jóvenes universitarios/as, para los/as obreros/as en nuestras fábricas, para nuestros hermanos y hermanas que hoy militan en sindicatos y política. ¿Desde qué lugar acompañamos hoy como iglesia esta “militancia” cierta del pueblo de Dios? ¿Desde qué lugar analizamos la compleja realidad que vivimos? ¿Desde los muros de Nehemías y su supuesto cuidado, o desde los muros derribados del templo de Jerusalén que nos exponen y nos confrontan una y otra vez al mundo y su compleja situación?

Es tiempo de que la iglesia salga del salero, y deje de estar bajo la cama…es tiempo de asumir el conflicto como tiempo provechoso de cambio y siembra.

Hacia esos campos vamos…

 

Leonardo Félix

Leonardo D. Félix
Pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina
Comunicador
Director Continental de la Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicaciones
Ex-Director Nacional en Comunicaciones de APINTA (Asociación del Personal de INTA)

 

 

 

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Categoria: Edición 14 | Ser Iglesia aquí, hoy, Editorial, entrega 5, Reflexiones

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